Tierras paramilitares: De Castaño a oscuro

La historia colombiana infortunadamente se ha escrito con sangre y todo por la posesión de la tierra. De vieja data fue usual sacar a plomo y con terror a los minifundistas de la geografía colombiana.

La historia colombiana infortunadamente se ha escrito con sangre y todo por la posesión de la tierra. De vieja data fue usual sacar a plomo y con terror a los minifundistas de la geografía colombiana. En principio se hizo con cargo a la conquista y su saqueo multimillonario, luego a la colonia y sus abusos y para terminar se erigió una república dividida, precisamente por el poder político y económico concentrado en el valor de los terrenos.

Confidencial Colombia habló con los campesinos de Córdoba y determinó que si bien el reinado del “Clan Castaño” prácticamente es leyenda, hoy su lugar lo ocupan otros terratenientes armados y sin escrúpulos con quienes es más complejo platicar o concertar. Los paramilitares continúan en esa fértil sabana amenazando, comprando conciencias y ejerciendo presiones sobre los lugareños aun con tierras o en proceso de reclamación.

Hoy en pleno siglo 21, Colombia no se construye, no cambia y por el contrario se hunde según el concepto de muchos en una ambición unilateral en donde el campesino, el que siembra y garantiza la alimentación es expulsado bajo la férula de la amenaza y el pánico. Miles, quizás millones de hombres, mujeres y niños del campo abandonaron y abandonan las actividades agrícolas y pecuarias por el poder gamonal de unos cuantos que violando los derechos humanos sacan pecho por el poder que da ser el más rico así esté en ese grupo de los llamados “levantados” .

Con decisión, el gobierno trata de zanjar de la mejor manera un problema agudizado por narcotráfico, guerrilla y paramilitarismo sin dejar de lado la delincuencia común encarnada también en las BACRIM. El Presidente Santos le apuesta a la restitución de tierras para saldar una deuda social de antaño.

Precisamente el ministro de Agricultura y Desarrollo Rural, Juan Camilo Restrepo Salazar visitó la ciudad de Montería para denunciar formalmente el despojo del que fueron víctimas más de mil campesinos en esa región del país y les anunció que aparte de sus tierras tendrán derecho al desarrollo rural con la puesta en marcha de proyectos productivos.

Allí el llamado “Clan de los Castaño” hizo y deshizo. A punta de amenazas y represión sacó de sus casas, de sus tierras y de su terruño a miles de personas.



Los perfiles de la restitución

“Muchas cosas feas pasaron en los campos en tiempos en que mandaban los Castaño, pero ahora la situación no es diferente porque en Córdoba sigue la presencia de esos grupos que nos amenazan y nos quieren dejar en la miseria. Lamentablemente la historia aquí en Córdoba se divide en dos, antes y después de los Castaño. En la primera todo fue pavor y silencio, en esta segunda pasamos al horror y al descaro porque esas personas prácticamente están retando al gobierno”, comentó cabizbajo y con voz débil, Abel, un labriego de 50 años que al igual que sus otros compañeros tienen la piel tostada por el sol canicular que ilumina esas tierras sabaneras de vida dura.

Desde los años setenta y ochenta los habitantes de la costa colombiana, incluido el Urabá antioqueño han sido castigados por estos fenómenos de violencia que terminaban premiando a los forajidos y sepultando a los de alpargata.

Las caras de la reunión de Montería fueron varias, en principio la del ministro de Agricultura fue parca, con cierta calma al precisar sobre la ley de tierras y muy comprometida su voz con los despojados.

Las reclamaciones por tierra que duraban entre 15 y 20 años ahora por disposición de la ley se hacen en cuatro y nueve meses, favoreciendo el debido derecho que tiene el demandante y dueño legítimo del predio.

“Hoy establecemos aquí esta demanda en el caso de Córdoba, una de las primeras porque vendrán varias en los días sucesivos que hacen mención a despojos que habrían tenido lugar en este departamento, fundamentalmente promovidos por grupos paramilitares. La mitad de las reclamaciones son presuntos despojos que habría cometido el Clan Castaño, pero finalmente serán los jueces los que den la última palabra”, dijo el Ministro.

Afirmó que para la ley, la víctima es digna de la protección cualquiera que hubiere sido esta o el grupo despojador. Reiteró que la deuda acumulada es insoluta y por ello la herramienta gubernamental le apunta a pagar ese saldo acumulado por años con la restitución y las titularizaciones que vendrán de la mano con ayudas para desarrollo rural.

Las temerarias ordenes de arriba

Cuando los campesinos eran visitados por personas allegadas a la familia Castaño escuchaban una frase determinante que no daba pie a la duda o a la espera. “Desocupe esas tierras lo más rápido porque la orden viene de arriba”.

Y claro esa disposición tenía apellido y hasta nombre de fundación.

“Eso pasó en Santa Paula en donde llegaban las amenazas bajo el argumento que la compañía necesitaba la tierra. Nosotros sabíamos que eran razones de los comandantes paramilitares”, declaró el labriego Jaime Prieto quien habla mirando al piso, escondiendo una mirada rígida que se combina con su temple y carácter fuerte, de cero sonrisas.

Toma su sombrero “Vueltiao”, es un veintiuno hecho de la Caña Flecha, ese gran insumo artesanal Embera Katio. Con sus dedos pulgar e índice de la mano derecha agarra la punta de ese símbolo nacional y lo baja con fuerza, casi hasta sus cejas teñidas del blanco que traen los años y el sufrimiento. Ese blanco que se confunde con el gris plata está en su pelo y en su espeso bigote. Mira a un costado, se toma la barbilla con signos de no haberse afeitado y dice, “Amenazados si estamos mi hermano, los representantes de restitución de tierras estamos en el blanco de los violentos, de hecho están ofreciendo plata para que nos maten”.

Este recio hombre, curtido por el trasegar y una vida complicada en medio de las vicisitudes confía en el gobierno y en sus políticas de tierra. Les pidió a las autoridades locales hacer un acompañamiento más firme a las decisiones gubernamentales. “Tenemos miedo y necesitamos protección porque cada día son más intensas las presiones y muchos de nosotros ya tenemos precio”.

Este hombre denunció también la presencia de paramilitares en la zona que son los que siguen ofreciendo dinero o amenazando a quien no renuncie a las denuncias. Según indicaciones estos grupos operan aún en inmediaciones de Santa Paula.

Paulino, reclama cinco hectáreas que le dieron el sustento y el pancoger para su familia. Él es una persona se sesenta años, de piel quemada y muy nerviosa. Al hablar, entrelaza sus dedos y prefiere mirar a los costados del recinto. “Eso era una fundación que cambiaba las reglas cada vez que quería, nos dieron carnet y finalmente nos sacaron por una orden que venía de arriba”.

Indicó que proviene de una familia muy pobre que ha pasado muchos trabajos en la vida. Nos comentó sobre sus ilusiones y ambiciones. “Siempre he soñado con tener un pedazo de tierra, pero que yo mande en él, que sea mi propiedad para sembrar y criar animales sin temor de nada”.

Este cordobés es casado y contra toda adversidad sacó adelante cinco hijos que prácticamente salieron de la región por el ambiente intenso y pesado que se siente.

Al partir para el evento académico en la Universidad de Córdoba, el grupo de prensa hizo un receso. Allí conocí a Pedro Molina, un hombre de mirada triste, melancólica y de poca esperanza. Sus ojos como de cristal reflejan penas y martirio, la verdad en ese rostro sereno y lleno de pelo blanco, de ese de barba reciente se ve el problema y la crisis humana de muchos campesinos de la zona que hoy están amparados por la ley y el derecho.

“Salimos hace doce años mi esposa y mis tres hijos, cuando eso mi niña mayor tenía siete añitos. La situación era tan sencilla como que nos íbamos o nos moríamos”, precisó.

Con casi sesenta años, Pedro está muy preocupado porque nadie lo emplea y las enfermedades son el único presente que le trae la vida. Sus ojos revelan algún lío patológico y su voz cansada y de tono bajo así lo confirman.

Al igual que sus paisanos ha recibido ofertas económicas para que aborte la denuncia y se vaya, pero también hay ofertas, de pronto más baratas para quien se atreva a segarle la vida.

Tambien cubre las canas con su sombrero sabanero, como protegiendo las ilusiones que su mente alberga. El asegura que su vida fue y es un completo sufrimiento, pero no suelta la fe divina, el apego a Dios que es lo único que lo mantiene en pie y con ganas de luchar y salir adelante, así sea tarde.

“Yo tan solo quiero esa tierra para sembrar o hacer lo que el gobierno me diga. Si hay que trabajar en piscicultura lo hago y si es ganadería también”, afirmó este hombre lánguido y calmado que perdió esa alegría costeña y corralera. Hoy tiene un afán enorme y no lo esconde, su prisa es tan solo por poder meter las manos en la tierra para conectarse con los tiempos buenos.

Como lo dijo el Ministro de Agricultura, la ley de tierras es inocua, pisa callos y afecta intereses incontables a menudo. La iniciativa genera dificultad porque muchos quieren ponerle palos en la rueda, lo cierto es que hay un compromiso con el país rural y en esa dirección va con decisión histórica el gobierno.

Al final un apretón de manos, una afectuosa palmada en la espalda del ministro a los campesinos que por fin dejan salir una tacaña sonrisa a tiempo que escuchan del alto funcionario, “Denuncien y reclamen lo que les pertenece sin dudarlo y sin dejarse amilanar”.

De regreso el análisis se queda en retrospectiva, la guerra de los mil días que comenzó en 1899 y culminó en 1902 cuando el país seguía por el camino de la violencia, el despojo y el desplazamiento. Avanza el tiempo y la condición de país violento se mantiene, ahora con cargo a liberales y conservadores. En los años 50 las guerrillas comandadas por Guadalupe Salcedo en los llanos orientales asola el campo, no menos impactante fue la situación en el Eje Cafetero, Tolima, Boyacá, Cundinamarca, Santander y Valle del Cauca en donde los fenómenos de violencia venían acompañados de prácticas execrables y repudiables, tal y como acontece por estas épocas.

Pasan las terribles décadas de 80 y 90, llega el nuevo siglo y con él, la gran conclusión, Colombia es un país que se quedó atrapado en el tiempo, viviendo siempre con lo mismo y soportando la reiterada y perversa historia construida sobre pilares de ignominia e indolencia en donde el pobre tan solo tiene derecho a un pequeño terreno en préstamo, a callar o a ir antes de lo presupuestado a los sepulcros fértiles del camposanto o a la execrable fosa común, también propiedad de los paramilitares.