¿Han visto Outer Banks? Esta es la clásica serie de niños guapos en estándar americano. De ricos contra pobres, de veraneantes contra locales. De aventureros contra acomodados. Nada que los de mi quinta no hayamos visto y soñado antes. No es Beverly Hills 90210, ni son los Goonies, tal vez sea una mezcla casi perfecta entre la aventura, el descubrimiento y el drama de la vida que traspasan los adolescentes; ese ir a contracorriente de todo el orden establecido: los padres, la escuela, servicios sociales, la policía, romper las reglas o a estirar tanto la paciencia de los adultos que los acaban desquiciando.
En un pueblo costero de Carolina del Norte, Outer Banks, frecuentado por veraneantes pudientes, llamados Kooks, que manejan todo tipo de lanchas motoras y barcos de recreo maravillosos viven los Pogues, los residentes, que tienen que soportar cada verano a sus visitantes, pero de los que dependen para sacar adelante sus negocios. John B, un joven pogue, se entera que su padre ha desaparecido y sus amigos se convierten de inmediato en esa tribu que le apoya y le ayuda a buscarlo incondicionalmente. No sigo que entonces la destripo.
Problemas y más más problemas
A los jóvenes les engancha porque la aventura que viven es realmente apasionante; buscar al padre, un tesoro centenario, protagonistas son guapos que lidian con los mismos problemas, esos propios de la adolescencia: aceptación del grupo, primer amor, primeras borracheras, drogas, deporte, primeras relaciones, el hacer lo correcto, el dejarse llevar por la euforia o la ira, la amistad por encima de todo…
No sé si tuvieron tribu. Ese grupo de amigos por el que te cortarías una mano. Yo tuve una. Éramos cinco. Todas chicas. No buscábamos tesoros, pero me hubiera ido con ellas al fin del mundo. Nos pasábamos las noches de verano mirando al cielo contando historias. Soñando vivir otras vidas. Tal vez me gusta tanto porque me recuerda que una vez la que quería saltarse las normas era yo, que estuve ahí y fui muy feliz.
Ahora vivo enganchada al serial del verano. Espeluznante, porque es un caso real. Un joven guapo, atractivo, bien formado, de profesión cocinero (ahora llamados Chefs) de una familia querida en España, viaja a Thailandia con amigos y decide allí quedar con un hombre colombiano, un profesional reconocido de su sector. Algo pasa, y lo que podría haber sido una fiesta de Kooks en Thailandia, se convierte en un drama que nos cuesta creer porque el protagonista es el “malo”, el asesino confeso.
Valores
Recibo mensajes de incredulidad cada día, porque ¿qué ha pasado? Algo ha tenido que salir mal, en su educación y formación en valores, para que la única escapatoria de un joven que lo tenía todo sea el asesinato de otro. Pobres padres… Lo cierto es que no puedo sacarlos de mi cabeza. Qué dolor más grande. Eso es como que tu hijo muera en vida y sin poder recuperarlo, ¿no? Digo yo, que uno educa a sus hijos lo mejor que puede y que espera que reciban lo mejor de ellos. Pero… ¿un giro así? Nadie espera eso en el guión de la vida de su hijo.
Hay quien opina que lo más turbio está por venir, otros que se le fue de las manos… da igual, hay una víctima que no debería haber muerto y hay mucho morbo y curiosidad malsana alrededor. Yo en mi fuero interno sigo esperando que nos digan que esto no es real, que ni el doctor ha muerto (Dios lo tenga en su gloria), ni el chico ha sido capaz de ello, no me entra en la cabeza. Lo tenía todo (aparentemente) y lo perdió.
Este terrible caso tiene todos los ingredientes para tenernos enganchados a la serie del verano, pero yo les digo, mejor evádanse con Outer Banks, lleno de clichés, de estereotipos. No hay que pedir más a una serie, tal vez lo mejor de todo sea que los adolescentes de la casa también siguen la trama y los temas dan pie a conversaciones de sobremesa de fin de semana y lo mejor tiene un buen final.