¿Tragar o vomitar sapos?

Hay un momento en el que los ciudadanos se dan cuenta de que algo va a pasar en la sociedad en la que viven y es cuando se percatan que los líderes de esas transformaciones comienzan a rebautizar la realidad y aparecen palabras raras y conceptos que con su uso se vuelven del día a día.

Hay un momento en el que los ciudadanos se dan cuenta de que algo va a pasar en la sociedad en la que viven y es cuando se percatan que los líderes de esas transformaciones comienzan a rebautizar los procesos, las personas y los hechos con una nueva terminología y aparecen palabras raras y conceptos que con su uso se vuelven del día a día. Con el empeño del gobierno y de las Farc por construir un camino hacia el final del conflicto estamos viviendo una polarización política que vive sus duelos a punta de palabras. Unos y otros no se dan cuenta del impacto de los términos que se utilizan en su afán de descalificar al otro y de la legitimidad que pierden sus mensajes.

Una de las frases más usadas en el mercado de los lugares comunes, y me disculpan los lectores porque insisto en ese punto, es la de “tener que tragarse los sapos”. Se supone que es la forma más coloquial para describir esa transformación social y mental que significa que estamos obligados a ampliar nuestra capacidad de entendimiento para aceptar lo que supone un acuerdo.

¿Cuál es la mejor manera de adaptar nuestras propias vidas a los que serán esos cambios sustanciales? Tiene todo el sentido estar en la búsqueda de esa respuesta. Pero, a mi juicio, es mucho más compleja que la simplificación común de atragantarse de porquería y mirar para el otro lado.

En primer lugar porque eso significa que los cambios no serán en nuestro beneficio, y nadie, nadie, quiere que su vida cambie para vivir en peores condiciones. Y en segundo lugar, porque pasar de un Estado en guerra a un Estado en paz, no se logra con unos ciudadanos asqueados de lo que les ha correspondido para sí mismos de estas supuestas transformaciones.

Por eso no estoy de acuerdo que lo use el Presidente de la República, él como líder de este camino por el que se decidió voluntariamente, no puede ser el primero que dará un paso al frente con el veneno de los babosos y desagradables reptiles saliendo por la boca. El líder de uno de los lados de la mesa, la del lado que concede al otro la interlocución y no solo las balas, no puede calificar a sus oponentes o la suerte que estos corran, como “sapos” que hay que tragarse para así describir la obtención de su objetivo. La paz, y lo repite Santos a menudo, requiere generosidad y grandeza.

El impacto de un proceso de paz, tiene que ser asumido por una comunidad con profundo estoicismo y certeza. Solo la sinceridad que se logre transmitir para que el enemigo con el que se ha sentado a “acordar” el final de un conflicto real, político, social, y territorial, sienta que el paso por dar es hacia un futuro y no en función de una coyuntura, es la base del éxito.

Los sapos de las incongruencias del Estado y de las guerrillas para lograr un acuerdo desde hace mas de tres décadas son los que nos mantiene atragantados, envenenados e hinchados de odio. Quizá en vez que pensar en que el camino de la construcción de los acuerdos sea un proceso de tragar sapos, debería ser un dedo en la garganta para vomitarlos, para expulsarlos y así poder quedar livianos de tantos obstáculos que se quieren convertir en muros infranqueables para lograr la paz.