Se pide una tregua cuando alguna actividad llega al límite, se torna insostenible y demanda un alto en el camino. Un tregua significa “respiro” “pausa”, “calma” “espera”. Es una palabra asociada a la reflexión, un llamado a la cordura. Una tregua en sentido general, es siempre bienvenida.
Sin embargo, hay treguas de treguas. Las que sirven para aclarar el camino y trazar un nuevo sendero, y las que por el contrario, dificultan vislumbrar el horizonte.
La tregua unilateral anunciada por las Farc, hace una semana cuando inició el trabajo de la mesa de diálogo, está más cerca de pertenecer a la segunda categoría. Es decir, una tregua unilateral como bocado inicial de un proceso de paz, aunque parezca contradictorio, puede terminar por dañar el plato fuerte.
A pesar de que ninguna circunstancia es más agobiante e intensa que una guerra, y que el diálogo tiene justamente el objetivo de encontrar fórmulas para acabarla, el anuncio de la guerrilla de detener las acciones militares y de sabotaje durante dos meses no ha apaciguado el pesimismo de los escépticos, ni ha contribuido a alentar las esperanzas de los ilusionados. Pocos creen que sea verdad.
Con la decisión, el grupo guerrillero demuestra que tiene intención de mantener la iniciativa, y de ganar protagonismo en el proceso, sobretodo, significa que quieren sintonizar con los sectores de la sociedad civil que consideran que la tregua es un gesto de paz.
La tregua podría convertirse en un escenario favorable a mediano plazo si es que se comprueba que en efecto disminuye el impacto sobre la población civil en las regiones que sufren con mayor intensidad los rigores de la confrontación; pero este es un resultado difícil de comprobar, porque la tregua unilateral de las Farc no está sujeta a ningún mecanismo de verificación que tenga la legitimidad para dar parte del cumplimiento.
Además es claro que en el país existen otros grupos ilegales en zonas de presencia guerrillera, que podrían realizar acciones armadas que se pueden atribuir a las Farc, o en el peor de los casos, que los sectores más reacios al proceso, intenten convertir cualquier incidente en el plano militar en un incumplimiento de ésta guerrilla, lo cual afecta seriamente la credibilidad de uno de los actores de la mesa.
También es un riesgo para la mesa de diálogo en La Habana concentrada en discutir la agenda, que los “incidentes” de la tregua se conviertan en puntos de distracción. Así ha sucedido en proceso anteriores en los que la mesa de la paz, se ha trasformado en una mesa ocupada por hechos de la guerra.
Por último, si ya es complejo que la tregua no se pueda verificar en el terreno, lo es aún más, que la decisión de las Farc pase desapercibida; que sea intrascendente y que no marque un punto de quiebre en la negociación, en la confrontación, o en la opinión.
Vale la pena recordar que en 1999 las Farc hicieron un anuncio idéntico. En pleno proceso del Caguan se comprometieron a una tregua navideña del 20 de Noviembre al 20 de Enero, la misma temporada de la actual y aunque en su día el hecho se registró con bombos y platillos, no tuvo mayor efecto real, ni en el campo político, ni en el militar. Más tarde, algunos guerrilleros reclamaron que la indiferencia ante su gesto, demostraba que “el país” no les reconocía su voluntad. Una cuenta de cobro que no le conviene a un proceso que apenas ve la luz del alba y que día a día se juega la razón de su existencia.