A la hora de la verdad, pareciera que del proceso de paz de La Habana no se ocupan los colombianos. Las rondas de las conversaciones entre el gobierno y la guerrilla, empiezan y terminan sin que las noticias que se desprenden de cada temporada, generen impacto alguno en la vida de los ciudadanos.
Y no es porque no esté pasando nada. Y tampoco porque crea que cada comunicado se convierta en un ‘deja vú’, una fiesta o una tragedia, dependiendo de lo que signifique para cada uno, pero sí considero que cada paso que se da en ese diálogo, demanda atención, comprensión y reflexión. No puede ser que se desconozca que lo que está pasando allí tiene que ver con nuestro destino.
Claro, es verdad que los ciudadanos están en el día a día de la supervivencia, trabajando de sol a sol, esperando el bus, atendiendo a sus hijos, yendo a citas médicas, viendo a los amigos, sufriendo con las novelas, pagando cuentas, buscando trabajo; o sea, haciendo su vida; y poco tiempo les queda para ocuparse de ‘esos’ asuntos ajenos que tienen que ver con lo que se llama la paz y la política.
¿Cómo podrían entonces empaparse y sensibilizarse con el proceso? En primer lugar si les llega la información y ésta a su vez les despierta interés y los invita a tomarse el tiempo de procesarla, asumirla y compartirla. ¿Estaremos los medios de comunicación cumpliendo con ese deber?
¿Cómo lograr generar contenidos sobre el proceso de paz que conecten con los intereses de la gente, que no se escriban como trámite para completar las páginas, que den en el clavo para detectar un avance, o estancamiento de las conversaciones, que se tomen en serio los efectos de lo acordado, y que se queden en la agenda de los ciudadanos?
Cómo logar que los colombianos tengan una información que involucren en su vida diaria, en la charla de trabajo, en los planes de pareja, en la comida familiar, en la conversada con los hijos, en las tareas del colegio… Al fin y al cabo, si la guerra nos obliga a tener solidaridad con las víctimas, la paz nos exige más, nos obliga a tener solidaridad con los que han sufrido, pero sobretodo con los que no tienen porque sufrir en el futuro.
El Estado tiene que entender que tiene que inspirar un momento político, el que sea, no digo de apoyo al proceso, sino de reflexión sobre el mismo y poner los medios estatales en función de este propósito.
También las casas periodísticas, y sobre todo los periodistas que trabajamos en ellas. Nuestra labor no comienza en el titular, ni termina en hacer clic en la orden de ‘enviar’.
El país nos pide grandeza. Nos exige que ejerzamos el derecho de informar con perspectiva de futuro y que, como prestadores de un servicio público, cumplamos con unos máximos de responsabilidad para informar, pero también orientar, enseñar, señalar caminos, subrayar errores, y alertar riesgos.
Se necesita de un nuevo relato de este país. Quizá sea la mejor manera de honrar el realismo mágico de García Márquez que hizo creer posible lo imposible. Y que creyó en la narrativa como el arma más sólida para hacer que las historias más difíciles de creer, parecieran verdad. Y así de grande es el desafío que tenemos por delante, imaginarnos contar historias de un país sin guerra.
*Columna de opinión para el diario El País de Cali