El humor no hace parte de la realidad, hace parte del mundo de la ficción. No es real, pero de cierta manera también lo es. Las inflexiones del humor político en diversos escenarios, son influencias que tienen que ver justamente con eso que a través de ese neologismo extraño, se llama lo performativo.
El humor no hace parte de la realidad, hace parte del mundo de la ficción. No es real, pero de cierta manera también lo es.
Una sociedad democrática, como pretendidamente es la nuestra, necesita para subsistir de una manera, esa válvula de escape (como algunos lo llaman) que es el humor político. La necesidad del bufón.
Lo curioso del humor político (cuando tiene que ver no solo con un escrito, sino con una puesta en escena, donde hay una segunda transformación de la realidad para comunicarla) es que termina siendo más real que la propia realidad.
El proceso de retroalimentación y de identidad con la gente también se convierte en un referente pedagógico en la medida en que nos forma políticamente. Y ese el elemento sustancial del humor político. A través de esa veta se crea una posibilidad de concreción de una cierta conciencia política en el país, al poner en evidencia que lo más ridículo de la condición humana y de la existencia en general, es el poder.
No todo humor produce risa
Sin duda hay una diferencia sustancial entre el humor y la risa. La risa no proviene necesariamente del humor, no es una consecuencia del humor. Puede ser una consecuencia hasta del miedo, del pánico. Aun así, un elemento preponderante del humor, presente en sus muchas expresiones como la exageración, la comparación, o la inducción-, es la burla.
La risa y la burla necesitan del poder. No podemos de ninguna manera, caricaturizar a determinados sectores, burlarse, sin considerar que existe una macro estructura histórica que es el poder, y que es completamente ridícula. Y dentro del poder, la especificidad de la ambición de poder. No hay cosa más imbécil y más siniestra al mismo tiempo, que la gente que quiere el poder.
El público en Colombia evidentemente no espera focalizar la burla contra un solo sector, porque hay muchos que son risibles. Así, la actualidad toda, es sustancialmente risible.
La farsa de las farsas
Si pensamos en la solemnidad que caracteriza al poder, entendemos porque una sociedad está en peligro sin sentido del humor. El humor político es (como decía Picasso del arte) una mentira para decir la verdad, una ficción, una construcción de la farsa en el sentido más clásico del término, una farsa de saturación de la realidad. El humor político -que es una manipulación efectuada por quien lo hace a través de la ficción para torcer una realidad, acomodarla y devolverla a la realidad- recibido y utilizado por la gente, se convierte en un ejercicio de doble vía.
El humor político no puede dejar de ser crítico. Si no es crítico, pues no es humor ni es político. No puede dejar de ser una observación crítica del poder que es el sustento y la columna vertebral, y la nuez de la política. No podría haber humor político sin una confrontación y un choque, una exageración y una burla y una puesta en escena de lo grotesco. El humor político, contesta y pone en tela de juicio no solo la política sino el poder y su generalidad. Conduce a una relación didáctica y de transformación de la opinión.
Otro tipo de humores, el humor de los cuadros de costumbres, el humor de la exageración, el humor sexual, son cosas que no necesariamente pretenden transformaciones sociales y que no construyen eslabones pedagógicos para que la gente tenga elementos de juicio y de escepticismo frente al poder, como si los facilita el humor político.
Partir de una supuesta verdad es creer en la mentira del poder, porque el poder justamente se ampara en decir que él es la verdad Pero el poder, al revés del humor, parte de una “verdad” para expresar la mentira. El poder, en sí mismo, es una farsa que a través del humor resulta en una segunda farsa “verdadera”.
El gran principio pedagógico del humor político es generar la descreencia, el escepticismo, la distancia y la rebeldía.
La intencionalidad del humor político trasciende lo neutral y se convierte en una manera de proponer una lectura en la cual se quiere hacer ver que todas las acepciones del poder son abusivas y equivocadas. Y lo hace a través de un juego de opinión. ¿Qué produce eso? Eso produce cultura política.
Humor y calle
Si hay algo que identifica a Colombia, lugar del cual todo sale y todo entra, en una doble vía centrípeta y centrífuga, es el humor. No sólo el humor propio de una tradición construida a lo largo de los siglos, sino el de la amalgama cultural de un país que se reconoce en el humor mismo, en todas sus variables.
El humor es un vórtice de la identidad del país y sus expresiones son tan vastas como la colectividad misma que lo puebla. Expresiones individuales y colectivas, buscadas o simplemente intuidas, que se manifiestan en cada esquina, calle, interior o exterior.
Hecho por la gente, el humor no sólo está a la vista. Hay que buscarlo y encontrarlo en el mimetismo de la sociedad. No es tan sólo el afiche jocoso, el payaso convocador, el mimo o el aviso con el título delirante. Es cada expresión que cambia metro a metro, de cara en cara.
Para vivirlo hay que simplemente andar con los oídos, los ojos, con todos los sentidos dispuestos a palpar la ironía, la carcajada, la mamadera de gallo, la parodia, el chascarrillo que muta, que se mueve. El humor capta eso que vive, esa enorme amiba que todo lo envuelve y que da risa, que complace, que tranquiliza y que produce identidades.