En un país muy lejano a este, un grupo de personas decide armarse con elementos en apariencia inofensivos, como cascos, escudos, guantes y gafas de protección, para conformar una especie de milicia urbana que sirva para confrontar a la Policía.
Dicha milicia, además, recauda importantes recursos a través de donaciones, con el fin de financiar todos estos elementos, con la promesa de “proteger” a manifestantes de las embestidas de la Policía antimotines que siempre llega a dispersar sus manifestaciones.
Sin embargo, y con el paso de los días, en ese lejano país ven con horror que esta milicia no se contenta con su carácter defensivo en la calle, sino que pasa a la agresión directa a las autoridades, a través de otros elementos que son mortales: bombas incendiarias, rocas, machetes, pólvora, vidrios, esquirlas… La lista es larga y se aleja cada vez más de esa inocente voluntad de “proteger” manifestantes con escudos y guantes.
Pocos estarían en desacuerdo si se afirmara que esta milicia es ilegal y que ha engañado a sus donantes, pues claramente no es una fuerza defensiva: es una milicia ofensiva, en términos militares.
Eso sin mencionar que los escudos y cascos no son realmente usados: la milicia siempre pierde en el choque cuerpo a cuerpo con las autoridades, por lo que tales escudos parecen más una decoración que un elemento efectivo.
¿Qué debería hacer ese lejano país con esta milicia?
Esa misma cuestión es la que se debería plantear nuestro país con la denominada primera línea.
Colombia es una nación que ha tenido suficientes ocasiones para comprobar el horror que se puede generar cuando un grupo de personas deciden armarse y acabar con el monopolio de la fuerza por parte del Estado: sea desde la izquierda o la extrema derecha, desde la guerrilla o los paras, estos grupos solo han sabido llenar de dolor a nuestros ciudadanos.
Y no es que la denominada primera línea sea un grupo subversivo o uno paramilitar. Pese a que su parafernalia es la de un actor armado, sus tácticas de formación sean militares, y su retórica desconozca totalmente el monopolio de la fuerza por parte del Estado, es honesto decir que aún no han llegado a ese extremo. Pero el mensaje que envían es pésimo.
Son, más bien, expresión de un cálculo político que ha sabido ser hábil para vender al paro nacional como la heroica lucha de un pueblo “oprimido” y sobre todo “indefenso”. Ese pueblo es una multitud.
Pero esta multitud, que está compuesta por manifestantes de toda índole, incluida la primera línea, no es nada indefensa: en poco más de un mes de paro nacional, 1.260 policías han resultado heridos y dos han perdido la vida en desarrollo del paro nacional. ¿Esto es resultado de una confrontación entre el Estado y un grupo de manifestantes, estos últimos apenas protegidos con escudos y cascos?
Para herir a más de mil policías en 45 días se necesita algo más que un escudo de latón.
Y esa es la realidad que no podemos obviar: de parte de los manifestantes hay elementos violentos y ofensivos, pero lo único que ven muchos, incluida la comunidad internacional, es que los manifestantes están inermes y solo son protegidos por una fuerza defensiva e incapaz de acciones violentas.
En un manual publicado en cierto grupo de Facebook que apoya el paro nacional, se especifica que la “primera línea” sirve de cobertura a la “segunda línea”, encargada de arrojar piedras a la Policía. Es cierto que las autoridades han recibido toneladas de rocas lanzadas en este mes contra sus humanidades, y que si no fuera por su equipamiento estaríamos hablando de una tragedia por lapidaciones masivas. Pero, sin duda, lo que revela lo anterior es muy preocupante.
Supongamos que la “primera línea” no tiene nada que ver con las agresiones a la fuerza pública y que su voluntad de ser una fuerza de contención es sincera. ¿Por qué no hacen nada contra los vándalos, ya que están junto a ellos? ¿Por qué la cobertura que brindan con sus escudos ante cámaras para proteger a indígenas o madres de familia, esta vez actúa para brindar apoyo a personas que lanzan bombas molotov o incluso atacan a machete a los policías? En todos los videos de agresiones a la fuerza pública es posible ver la presencia de personas con escudos, cascos y máscaras antigases, por lo que se puede presumir que pertenecen a la primera línea.
Esa pasividad es complicidad en cierto punto.
Por lo anterior me es imposible reconocer ningún heroísmo en una milicia que claramente tiene propósitos ofensivos y que hace parte de una operación que ha dejado a 1.260 policías heridos.
Las narraciones románticas de esta fuerza como un inocente grupo de jóvenes con escudos para proteger a otras personas son tremendamente inexactas, por no decir ingenuas. Y en ánimo de seguir llamando a las cosas por su nombre, tal como cierta organización hizo saber esta semana al revelar sus propósitos electorales impulsados por el paro, también deberíamos dejar de ver a la primera línea como una organización digna de admiración moral.
La primera línea no es heroica. En un país como el nuestro, jamás podrá serlo nadie que decida rebelarse contra el monopolio de la fuerza por parte del Estado.
@oramirezvahos – Concejal de Bogotá