Colombia es un país polarizado desde sus inicios. Eso es algo que todo sabemos de vieja data. Pero, lo que nadie hubiera podido predecir, además de una pandemia catastrófica, es que aquí íbamos a polarizar hasta la esperanzadora llegada del primer cargamento de vacunas para ponerle fin al coronavirus, la recesión, y la depresión social.
El repertorio de quejas fue exhaustivo: primero, que Estados Unidos, Alemania o Rusia ya habían empezado vacunar, como si fuera posible siquiera comparar el poder de negociación, presupuesto e influencia geopolítica de una superpotencia con el del cualquier otro país; segundo, que por qué tan demoradas, si en los países vecinos ya habían llegado las primeras mil dosis, hecho que hizo clamar a muchas voces, y ojo que no estoy mintiendo, que Colombia estaba peor que Venezuela; después, que por qué solo vacunas de Pfizer, y no de otros laboratorios, queja que con el pasar de los días se desmintió por la evidencia; también, que por qué iniciar el 20 de febrero, y no el 19, pues era mejor empezar antes que después…
La suma de quejas no paró en cuanto llegó el avión con las primeras 50.000 dosis de la vacuna el pasado lunes 15 de febrero. Muchos se llevaron las manos a la cabeza asegurando que 50.000 dosis no iban a alcanzar para una población de 50 millones de personas, y hasta criticaron que el avión que trajo este cargamento de la esperanza era de la aerolínea DHL, que es privada, y no de nuestra Satena, que es una aerolínea pública y que tiene sus propios, aunque más pequeños aeroplanos.
Por desgracia, todo lo anterior no es una simplificación absurda ni una caricatura, sino que son críticas reales a todo el complejo proceso de asegurarle a Colombia sus vacunas contra el Covid-19.
Y las críticas no pararon con el inicio del Plan Nacional de Vacunación: la lectura general es que los políticos adelantaron un show al realizar actos simbólicos con las primeras aplicaciones de dosis al heroico personal médico del país. Para ellos, lo relevante hubiera sido echar tierra a la noticia, al hecho, y seguir nuestra vida como si nada ocurriera. Ignoran el poder de lo simbólico, la necesidad de comunicar desde los tomadores de decisiones, a través de la celebración y el ejemplo, que tenemos como nación una tarea titánica, que requiere de la coordinación, disciplina y compromiso de 35 millones de personas.
¡Claro que había que comunicar, con todos los reflectores y eventos posibles, que iniciamos la vacunación! ¡Por supuesto que era necesario mostrarle el proceso, acompañado del presidente Duque, a los miles de colombianos que aún hoy sienten desconfianza de la vacuna misma! Muy seguramente, si todo se hubiera adelantado con el secretismo que sugieren, esas mismas voces críticas estarían hoy tramando una teoría de la conspiración, asegurando que el hecho de no ver al presidente mismo vacunándose apunta a que las vacunas son fraudulentas, o que no llegaron en el número anunciado, o que no son efectivas, o que…
Estas personas no conciben el daño que su postura puede lograr en una opinión pública que necesita estar concentrada en el objetivo del país, que es dejar atrás la pandemia. Muchos lo hacen bajo la fórmula de “criticar por criticar”, y lo que es peor, con miras a las próximas elecciones.
Al denunciar la supuesta politización del proceso de vacunación, hunden a los colombianos en un pesimismo que luego les puede pasar factura, cuando en esta sociedad perdamos la capacidad de celebrar nuestros logros colectivos, confiar en las autoridades o en los propósitos que tenemos como nación.
Ya para cerrar, estas personas ocasionan otro daño, aún peor: sirven como globos de distracción que nos apartan de los debates importantes. Por ejemplo, en lugar de criticar el color del avión, deberíamos estar hablando seriamente de la necesidad de tomar medidas para seguir desescalando el contagio. El proceso de vacunación es inmejorable, pero no será suficiente para hacer desaparecer la pandemia.
Incluso con 12.000 dosis diarias aplicadas en Bogotá, de seguir como vamos, lo más probable es que tengamos un tercer pico de contagios, con sus correspondientes desbordes del sistema de salud y sus cierres que aniquilan el comercio: más muerte y desempleo se ciernen sobre la capital, y nosotros debatiendo si el presidente debió ir al aeropuerto a recibir las vacunas o no…
¿No podemos dejar las pugnas por un solo momento y concentrarnos así en lo importante? Estas personas, sin lugar a dudas, necesitan una vacuna contra el pesimismo.