Me gusta el concepto de comedia de las equivocaciones: cuando todos los actores y todas las circunstancias confluyen en una gran equivocación general, y esa seguidilla interminable de tropiezos, caídas, golpes y desgracias resultan cómicas para el espectador.
Sin embargo, Colombia siempre supera a la ficción y esta semana todos asistimos a una comedia de las equivocaciones que no provoca risa, sino espanto: masivas manifestaciones en pleno tercer pico de la pandemia, colapso hospitalario, saqueos, vandalismo exacerbado, cientos de heridos, frenos al proceso de vacunación, tensión social por las reformas anunciadas y una enorme batalla campal a todos los niveles que cerró con el peor broche posible a raíz de las cifras de pobreza reveladas por el Dane.
Y es que esta institución dio a conocer su estudio anual sobre el tema, mostrando que el 42,5 % de los colombianos viven en la pobreza, un retroceso de casi una década en los avances que se habían logrado para salir de esas trampas antes de la pandemia. Solo en Bogotá, más de 700.000 personas ingresaron a esta franja de privaciones, limitaciones, carestías y futuro incierto. Cuatro de cada 10 colombianos viven en una pobreza desesperada por cuenta de la pandemia, y los que cayeron en esta situación en el último año se cuentan por millones.
Estas cifras no sirvieron como campanazo, como tampoco el récord diario de muertos por coronavirus, para calmar los ánimos de las manifestaciones y hacer un necesario “pare”.
La reflexión ha brillado por su ausencia y la situación parece más un juego de egos.
Porque, en efecto, fue ego político lo demostrado por los organizadores de las manifestaciones de esta semana. No valieron las súplicas de la sociedad en general, ni la cifra de 505 fallecidos por Covid-19 en un solo día, ni la alerta roja hospitalaria, ni la ocupación del más del 90 % de camas Uci en el país, para que decidieran mostrar grandeza y suspender o reprogramar sus manifestaciones. Cuando uno exige cosas al país, también debe estar dispuesto a demostrar qué puede darle a la sociedad, y lo que la sociedad esperaba de organizadores, sindicatos y políticos en general era un acto de grandeza. No lo hubo, y las consecuencias las veremos dentro de 11 días, cuando el tercer pico, en lugar de remitir, siga con niveles altos de contagio, ocupación de camas UCI y muertes, a raíz de las desordenadas aglomeraciones de los últimos días.
Todos sabemos que el derecho a la protesta está constitucionalmente protegido en nuestra Carta, y que los reclamos de los que se sienten poco representados son válidos. Sin embargo, añadir tensión a la ya tensa bomba de tiempo provocada por el Covid-19, demuestra que el bienestar general es un concepto que no va con los que decidieron salir a provocar desmanes.
Más de 100 miembros de la fuerza pública han resultado heridos por los choques. Ese es otro disparo en el pie, pues el país necesita seguridad más que nunca, y la llama de los saqueos ha empezado a prender con fuerza. Por eso se equivocan quienes destruyen infraestructura de seguridad, como los CAI o las cámaras, pues la adrenalina del acto no justifica dejar desamparados a todos por largo tiempo, con unas autoridades con menos herramientas, personal y ánimos.
Lo mismo sucede con otro disparo, no ya en el pie sino en el corazón mismo, y es el entorpecimiento al Plan Nacional de Vacunación: tanto en Cali como en Facatativá vimos cómo los manifestantes bloqueaban el paso a las vacunas, hasta el punto que el Ministerio de Defensa tuvo que montar un operativo especial para poder distribuirlas, como si estuviéramos hablando de peligrosos delincuentes acechando a un contradictor, y no de vacunas, que garantizan la vida de todos, incluidos los manifestantes.
En resumidas cuentas, esta fue una semana para el olvido, una donde Colombia demostró que no siempre las comedias de las equivocaciones dan risa.