Imaginen, solo por un momento, que un grupo de personas bloquea todos los caminos, puertos y tiendas relacionados con el expendio de comida para perros, con el pretexto de hacerlo para mejorar las condiciones de vida de dichos perros. Imaginen que estas personas aseguran que no importa si los perros de hoy sufren de hambre o de enfermedades por causa de los bloqueos, si con este sacrificio se garantiza que los perros del mañana tengan mayores derechos, al llamar la atención de las autoridades con el fin de generar espacios de cambio.
O si lo prefieren, imaginen lo mismo pero con niños: un grupo de personas bloquea puertos, bodegas, accesos y tiendas de alimentación para niños, torpedean el Programa de Alimentación Escolar y cortan de tajo todos los derechos de la niñez, con el pretexto de llamar la atención y mejorar la condición de vida de todos los niños. Los manifestantes, ante la súplica de madres y la opinión pública, aseguran que es por el bien de los niños que hacen esto, y que los bloqueos de hoy serán los derechos del mañana.
Pues bien, esto es exactamente lo que están haciendo miles de personas hoy en Colombia: atacando puertos, cortando carreteras, saqueando comercios y bloqueando la movilidad de decenas de ciudades del país, con el argumento de luchar por los derechos de todos.
Pero, así como en los dos anteriores ejemplos, los bloqueadores de hoy siempre lanzan una mirada paternalista sobre la persona del común que se atreva a quejarse por tener que caminar cuatro horas al día por los bloqueos a vías y sistemas de transporte del país.
Esa persona, a ojos de los manifestantes, debe hacer un sacrificio por los derechos del mañana, así dentro de su voluntad no esté la creencia de que el método va a funcionar o de que la lucha por dichos derechos es válida y justifica los bloqueos en nombre del bien general.
Aquí, en últimas, además de los derechos a la libre movilidad, la alimentación, la salud o el empleo, los bloqueos están atacando fundamentalmente el valor de la libertad de 50 millones de colombianos. La libertad para ser autónomos y no creer en las razones del paro y mucho menos en sus métodos.
Pero no es verdad que los niños o los animales deban pasar hambre o penurias por los derechos de los que aún no existen. Ni siquiera por sus propios derechos. Como tampoco es verdad que los manifestantes tienen derecho alguno de bloquear el paso de insumos médicos para pacientes oncológicos y hasta el oxígeno para los centros de salud, so pretexto de luchar por un cambiante concepto de bien general.
Pretender que violar multitudinariamente los derechos de los demás es una acción válida para mejorar las condiciones de vida de la población es incoherente: es como provocar fuego para apagar un incendio.
Quienes a esta corta lógica se atan, aseguran que la Revolución Francesa no se hizo con abrazos y besos, sino por la fuerza, y que nuestra Independencia de la corona española tampoco se logró con diálogo y mutuo entendimiento, sino por las armas. Son ejemplos históricos muy ciertos, pero es que resulta que no estamos en 1789 ni en 1819, sino que estamos en pleno 2021, donde la apuesta está en construir derechos desde el diálogo y consensos, y no desde revoluciones violentas.
Para no ir tan lejos, los derechos del matrimonio entre personas del mismo sexo, al aborto en tres condiciones y a la eutanasia, que son complejos desde el punto de vista moral y tienden a dividir a la sociedad en dos bandos antagónicos, se lograron en Colombia sin necesidad de atacar el puerto de Buenaventura, bloquear el paso de insumos médicos, atacar ambulancias con niños adentro o intentar quemar vivos a miembros de la fuerza pública.
Desde luego, quien exprese una opinión contraria de inmediato tendrá que sufrir un linchamiento social dirigido por miles de personas en paro. Se está creando un estigma social sin precedentes, que atropella la razón y radicaliza más nuestra histórica polarización.
Y es que estamos viendo una incoherencia clamorosa en muchos casos: por ejemplo, y a una sola semana de distancia, miles de personas condenaron el presunto abuso sexual de una manifestante en Popayán, pero luego pasaron a justificar el también presunto abuso sexual a una patrullera de la policía. ¿Acaso una mente moralmente competente no debería condenar ambos hechos por igual? ¿La pertenencia al “bando de los malos” justifica que a una mujer de la policía se le pueda violar y torturar? Miles de personas dirían que sí, y también que es ineludible dejar a niños y animales sin comida, o a miles de empresas sin recursos, pues el así llamado bien general debe primar.
Esta es una verdad incómoda: los manifestantes violentos del paro están creando una situación insostenible, sin objetivos sociales claros, ausente totalmente de cualquier especie de moral y con consecuencias inimaginables para nuestra economía.
Lo trágico del asunto, y aquí viene otra verdad incómoda, es que la percepción sobre estos hechos por gran parte de la opinión pública y por la comunidad internacional es distinta: que los bloqueos son válidos, que son un mal menor comparado con un supuesto genocidio adelantado por el Estado, y que la violencia contra los servidores públicos es una retaliación justificada. Pero la persona que tiene que caminar cuatro horas por culpa de los bloqueos sabe que esto no es totalmente cierto, así su voz no tenga la bocina de los influenciadores lamentables, esos que están prestos para difundir noticias falsas que le echen más fuego al gran incendio que es hoy Colombia.
¿Cuántas verdades incómodas estaremos dispuestos a aceptar antes de que esta situación se convierta totalmente insostenible, totalmente insufrible, totalmente insoportable, y degenere en una situación peor?