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Aparecer lo desaparecido


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Empieza noviembre y, desde 1985, recordamos las heridas abiertas del holocausto del Palacio de Justicia. Hace una semana aparecieron los restos de 3 de las 12 personas desaparecidas, esas por quienes los familiares llevan 30 años exigiéndole al Estado que diga dónde están. Opinión.

Todos tenemos instalados unos radares de los afectos que permiten ubicar, en el espacio, los hilos que nos unen a los seres más queridos. Recuerdo una historia que contaba mi cuñado; su abuela, ya muy mayor y casi ciega, rezaba todas las noches por cada uno de sus hijos y nietos desde su cama en Sahagún, y preguntaba “¿hacia donde queda Puerto Rico?” y quien la acompañaba le dirigía su mano hacia un punto en el aire y hacia allá, ella mandaba una bendición. “¿Y hacia dónde queda Cali?” “Hacia allá, abuela”, le decían los nietos llevándole la mano al sur del norte imaginario, y así, hasta enviar uno a uno sus afectos familiares por todos los puntos cardinales.

El corazón, como la razón, se alimenta de certezas. Por el mero hecho de estar vivos y en sociedad, todos estamos en el radar de afectos de alguien, que se mueve sobre dos verdades ineludibles: la persona a la que quiere está viva, o está muerta.

La desaparición de una persona es la zona gris en esa dicotomía ineludible. Desde el momento en el que no se vuelve a saber nada de alguien, se condena a la cadena de radares del afecto a ponerse en pausa. No es posible hacer el duelo si no se tiene la certeza de la muerte, pero ¡ay! cómo se vive con el dolor de sostener una esperanza, porque el amor no permite pasar la página. Un estado de pausa emocional crítica, que se mantiene imperturbable aunque pasen los años.

Empieza noviembre y, como en cada año transcurrido desde 1985, recordamos cómo siguen abiertas las heridas del holocausto del Palacio de Justicia. 30 años sin que se conozca la verdad. Hace una semana aparecieron los restos de 3 de las 12 personas desaparecidas del Palacio, esas por quienes los familiares llevan 30 años sorteando toda clase de obstáculos para exigir al Estado la verdad, que diga dónde están.

La justicia ha impartido sentencias bajo el estrecho margen de maniobra que dejan los códigos, los procedimientos y exenciones, la corrupción de jueces y fiscales y la valentía de algunos que a pesar de los bloqueos, las amenazas y los atentados, han fallado en los estrados judiciales. Ahí están Plazas Vega y otros pocos militares más pagando sentencias por las desapariciones; un pedacito de justicia sin verdad, porque los sentenciados siguen negando lo que los forenses están desvelando. El Estado ha encubierto por tres décadas la ocurrencia de éstas 12 desapariciones forzadas en manos del ejército, y de miles más que han ocurrido con su aquiescencia, bajo su doctrina aprendida en la tenebrosa Escuela de las Américas. La Unidad de Víctimas habla de 4.500 personas desaparecidas por el Estado. Claramente, son mendrugos de justicia las condenas por tres o cinco desaparecidos, insuficientes para cerrar la brecha y pasar la página de Palacio.

El anuncio en La Habana del acuerdo sobre los desaparecidos, también divulgado hace poco, plantea un reto de dimensiones gigantes en este país que, a decir de uno de los arqueólogos forenses de Medicina legal, es “una enorme fosa común”. El acuerdo de verdad sobre los desaparecidos es también el momento de esperanza para miles de familiares de personas a quienes la guerrilla se llevó secuestradas y nunca jamás volvieron a saber de ellas; en muchos casos, después de pagar rescate. 2.760 personas, según cálculos de la Procuraduría y País Libre, están desaparecidas por acción de las Farc. Se abre la posibilidad de saber en qué loma murieron, en que selva de este enorme país están sus restos.

14 años después de la Operación Orión, que hizo el ejército en colaboración con una banda criminal en la Comuna 13 de Medellín, fiscales y forenses escarban en el botadero de basura de La Escombrera, y comienzan a encontrar los restos del centenar de personas desaparecidas. Ahí está colombianos, en las narices de todos, la fosa común urbana más grande del mundo. En los juicios a paramilitares dentro del llamado proceso de Justicia y Paz, se conocieron las técnicas de horror de esta gente, que les llevó a desaparecer a las personas en hornos crematorios, echando a los ríos su cuerpos desmembrados, alimentando a animales salvajes con pedazos de gente.

Parece que ha llegado el momento de comenzar a sanar la herida abierta de la desaparición, buscando que aparezca lo desaparecido. Mucha tierra se tendrá que remover para encontrarlos, hay demasiados afectos en pausa, gentes sin hacer su duelo y es necesario que sepan la verdad, si es que en serio nos vamos a reconciliar, si de verdad nos creemos capaces de construir la paz. Si no, sigamos disfrazando con eufemismos y justificaciones guerreristas la infamia de arrancar a la gente de su entorno y desaparecerla por siempre.

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