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“Desafortunadamente las víctimas van a comer mierda”


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Esta es una síntesis editada de la conversación que sostuve con mi colega el periodista y columnista Antonio Caballero para el programa La Llave de Canal Capital, sobre el tema del agro, la tierra, las víctimas, el desarrollo rural y demás asuntos en la perspectiva de un acuerdo de paz con las guerrillas, que no es la paz misma, pero que sería el inicio de un tiempo de reformas y reconstrucción del campo colombiano, en un hipotético pero a la vez cercano postconflicto.

Antonio Morales: De un modo muy general, ¿cómo vería usted, en una especie de ciencia ficción positiva y negativa –según se vea–, el problema de la tierra en el postconflicto inmediato, si se firma la paz?

Antonio Caballero: Ese problema es lo que ha generado la guerra en Colombia, desde la Conquista para acá, originado en la posesión de la tierra y por el uso de la tierra, y por eso se generaron las guerrillas de los años cincuenta y las posteriores a las de la guerra liberal–conservadora. El asunto se está tratando de dos maneras muy distintas: en La Habana, con las conversaciones con las Farc, y acá, en la realidad del país. Es como si el gobierno de Santos tuviera dos políticas completamente distintas: por un lado la devolución de tierras a los campesinos despojados, la reparación de víctimas; y por el otro lado la entrega de las tierras a las grandes empresas nacionales y extranjeras, como lo estamos viendo en la Altillanura. Eso tiene que llegar a una solución en un momento dado, no se pueden tener dos políticas divergentes al mismo tiempo.

A.M.: ¿Y usted cree que en el postconflicto tengan la lucidez de unir las dos cosas?

A.C.: Tienen que encontrar alguna manera… Las dos maneras de explotar la tierra en Colombia son perfectamente posibles a la vez, puede coexistir la gran propiedad agraria con el minifundio. Lo que no puede seguir existiendo es la antigua hacienda improductiva, latifundista que se dedica a la ganadería extensiva y que expulsa, porque así se lo han hecho con los campesinos desde la misión Currie, hace cincuenta años. Eso no puede seguir así. Para determinados productos y determinadas regiones claro que es necesario que exista la explotación a gran escala, la palma africana, la caña de azúcar, como ha existido siempre, de todas maneras.

El postconflicto ¿De cuál guerra?

A.M.: Hay una situación cuando menos enigmática: se habla del postconflicto pero ¿a cuál conflicto cronológicamente se refiere? ¿A este conflicto que viene justamente después de la Violencia liberal-conservadora? ¿O al conflicto de La Violencia? ¿O al anterior, el de las supremacías y las guerras civiles? ¿Cuál es el postconflicto? ¿De cuál conflicto?

A.C.: Puede ser del mismo conflicto de la Conquista, el conflicto por tierra y territorio. ¿A quién pertenecía la tierra y a quién se la arrebataron? La historia de la tierra en Colombia, en casi todas partes, pero en América en particular, es la historia del despojo.

A.M.: En ese sentido, quienes supuestamente están trabajando la solución al conflicto, y quienes supuestamente también se ocupan materia del postconflicto, tendrán seguramente en sus manos los poderes, incluido el Gobierno…Son los mismos que durante mucho tiempo fueron el carburante de la guerra, valga decir: los partidos tradicionales, el bipartidismo, el unipartidismo, el Frente Nacional… ¿Por qué pensar que la burguesía tradicional colombiana va a entender la necesidad de crear un país más justo en el campo, en el postconflicto, si son los mismos?

A.C.: Son los mismos, pero tal vez es porque se han dado cuenta, al cabo de cincuenta años de la última fase del conflicto, que la guerra es menos rentable que la paz. Siempre he creído que la paz solo va a venir en Colombia cuando sea más rentable de lo que es la guerra, y por lo visto ahora se están dando cuenta … No para todo el mundo, claro está. Siempre hay personas que viven de la guerra, que la aprovechan, le sacan jugo, pero en general para las clases dominantes en Colombia, la guerra ha comenzado a ser un lastre, mucho más que un negocio. Sigue siendo un negocio para, digamos, lo que representa todo el uribismo en Colombia, es decir la derecha rural, la derecha arcaica, primitiva, de acumulación de tierras para la ganadería, que está también representada no solo por el uribismo sino por el narco paramilitarismo, y por esas alianzas que se tejieron en todos estos años pasados.

¿Semillas de una nueva guerra?

A.M.: En el post conflicto de pronto se van a solucionar los problemas del conflicto, pero quizá algunas nuevas semillas de guerra y de conflicto están sembradas. Por ejemplo, en el caso de la tierra más allá de la tenencia y de la producción, el problema del desplazamiento. ¿Cómo hacer para que en el postconflicto no se siembren semillas de la guerra del 2050 o del 2060?

A.C.: El postconflicto es mucho más difícil que el conflicto, porque el conflicto consiste simplemente en salir a echar bala de lado y lado. El postconflicto implica reconciliación, implica muchísimo más trabajo intelectual que el conflicto, y ponerse de acuerdo en el postconflicto va a ser una tarea muy larga, muy difícil, y naturalmente que se sembrarán semillas de nuevos conflictos. Pero no es que el conflicto se vaya a acabar, de lo que se trata es que el conflicto no se solucione mediante el tiroteo.

A.M.: En ese sentido, ¿usted llama conflicto a las contradicciones naturales de la producción en un país capitalista, del modelo neoliberal…?

A.C.: Sí, claro. Es decir, el conflicto seguirá existiendo, el conflicto de la propiedad y el trabajo, el conflicto entre los grandes latifundistas y el pequeño campesino, todo eso continuará. Pero tendrá que ser resuelto de manera no violenta, es de lo que se trata. Lo que llamamos “terminar con el conflicto” es acabar con los tiros, no acabar con las contradicciones.

Instituciones inadecuadas para la paz

A.M.: Hay otro interrogante que es el de las instituciones. Mal que bien durante mucho tiempo estas fueron construidas y desarrolladas para la guerra, inclusive las instituciones no comprometidas en el conflicto. ¿Cómo ve usted el cambio necesario de la institucionalidad colombiana, para entender ese paso más allá de la guerra?

A.C.: El cambio de las instituciones pasa por lo que se ha llamado el Marco Jurídico para la Paz y eso tiene que arreglarse de alguna manera. Ese conflicto dentro del conflicto que hay entre el procurador y el fiscal, entre Ordóñez y Montealegre, representa la posibilidad de que haya o no un postconflicto o que el conflicto siga tal cual, como si no lo hubieran tocado. El procurador Ordóñez pretende que las cosas sigan igual, colgándose de conceptos jurídicos muy respetables en términos de un país en paz, pero completamente inadecuados para un país en guerra.

Una candidatura de repetición

A.M.: En el tejemaneje político y electoral que viene ahora y que de repente no solamente va a definir una presidencia sino dos o hasta tres generaciones de la historia en Colombia, ¿usted qué cree que pueda pasar? ¿Cómo se puedan acomodar esas fuerzas con una derecha medio metida en la solución, otra en la guerra, dividida, unas fuerzas alternativas, 2014…?

A.C.: Todas esas cábalas políticas y electorales son bastante vacías. Las cosas cambian a gran velocidad en términos electorales en Colombia, y todo está dependiendo también en buena medida de lo que pase en La Habana… Si de ahí sale algo, pues eso favorece naturalmente una candidatura de repetición de Juan Manuel Santos. Si de ahí no sale nada, pues eso favorece a los enemigos de la paz, digámoslo, al uribismo, a la derecha que es ultra recalcitrante. Y en realidad ninguna de las dos posibilidades favorece a una solución de izquierda, o a una tercería venida de la izquierda.

A.M.: ¿No cree usted que eso sea posible aun si está dividida la política tradicional en Colombia?

A.C.: Me parece muy difícil. Se necesitaría que hubiera una victoria clara de la izquierda en una primera vuelta, y eso es absolutamente improbable.

“Desafortunadamente las víctimas van a comer mierda”

A.M.: Hablar del campo y de los conflictos es necesariamente hablar de víctimas y en consecuencia de reparación. ¿Cómo siente usted que podrían ser las líneas fundamentales, los trazos casi que a mano alzada de esa reparación de las víctimas de la guerrilla, de los crímenes de Estado, y de los crímenes del para-Estado, del paramilitarismo?

A.C.: Es tal el número de víctimas…

A.M.: Como en esta historia del informe de Memoria…

A.C.: El informe de la Memoria da doscientos veinte mil asesinados, muertos, y cinco millones de desplazados. Los desplazados son tan víctimas como los asesinados, bueno, y son sus familias fundamentalmente. Es tal el número de víctimas que yo no creo que sea posible la reparación verdadera de todas ellas, eso no se puede, no se ha podido nunca al final de una guerra civil… Reparar a las víctimas. Creo que, infortunadamente, pero mirándolo de manera realista, va a pasar como al coronel de García Márquez, que van a comer mierda.

Una cosa es el olvido y otra la amnesia

A.M.: Y en ese contexto, se propone ahora por ejemplo el perdón, desde luego para la participación política de las Farc como factor determinante en el campo colombiano, pero también a los militares. ¿Usted qué opina de eso?

A.C.: Yo sí creo que de todas maneras el perdón y la amnistía, el indulto, lo que sea, tiene que ser hacia ambos lados, naturalmente. Me parecería absurdo que no lo fuera… Siempre se pone como ejemplo el del coronel Plazas que está preso, pero es que el coronel Plazas no está preso por haber recuperado el Palacio de Justicia, está preso por cosas que pasaron después. Entonces cuando se lo compara con los jefes del M-19, que están libres y haciendo política, no se está haciendo un paralelo estricto, sino que se está hablando de un lado de crímenes de guerra, digámoslo así, y del otro de crímenes de lesa humanidad.

A.M.: ¿Y el tema del olvido y la memoria?

A.C.: Yo creo que el olvido es absolutamente necesario en todas las guerras civiles, y en todas las guerras.

A.M.: ¿Usted hace una diferencia, por utilizar términos, entre el olvido y la amnesia?

A.C.: Sí, claro.

A.M.: ¿Cómo sería eso?

A.C.: Lo de la amnesia es un poco lo que nos sucedió aquí con la guerra de los partidos, La Violencia de los años cincuenta. Pero el olvido tiene que ser una cosa muchísimo más deliberada, por así decirlo. El olvido es algo voluntario. La amnesia viene de afuera y ha creado muchísimos problemas, es decir, las semillas de la guerra actual vienen de la amnesia de la guerra anterior.

A.M.: En el estricto campo del agro hay temas que, desde ya, están incrustados en el postconflicto y son temas de gran envergadura política y social. El tema de las reservas campesinas es una ley que tiene diecinueve años. Por un lado se pide que aumenten a diez, a quince, a veinte las reservas campesinas, ¿usted cree que en el postconflicto eso hace parte de la solución? ¿O puede causar recelos y renovaciones de contradicciones y de confrontaciones como por ejemplo el reciente caso del Catatumbo?

A.C.: Las reservas campesinas no están bien entendidas. Por ejemplo, ahora cuando el antiguo ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, habló de que no se permitirían republiquetas independientes, es porque la reserva campesina, tal como la interpretan las Farc en La Habana, es una cosa con una justicia independiente, más comparada a los resguardos indígenas que a los parques nacionales…

A.M.: Pero en la práctica la ley no implica eso.

A.C.: No, la ley no implica eso, sino que entonces como las Farc lo plantearon de esa manera en Cuba, todo el mundo lo entendió así, y naturalmente eso despierta los miedos más tremendos.

“Las Unidades Agrícolas Familiares son demasiado exiguas”

A.M.: Hay otra parte interesante de ese universo que se da en el postconflicto, que es el tema de los baldíos de la Nación. Decenas de millones de hectáreas que están allí, muchas de ellas ignoradas o robadas por grandes propietarios, legales o ilegales…

A.C.: … Y por pequeños también.

A.M.: Claro, y por las Farc también. ¿Cómo ve el tema de los baldíos en el postconflicto, o bien la probable capacidad que tiene la Nación de entregarlos a la gente o a los grandes propietarios?

A.C.: Los gobiernos, todos los de los últimos cuarenta años –por lo menos–, han entregado baldíos. Es más, el gobierno de Santos ha entregado menos baldíos proporcionalmente que en los gobiernos de Uribe.

A.M.: Y en el pasado se hicieron grandes fortunas con los baldíos de la Nación.

A.C.: Se hicieron grandes fortunas y también pequeñas fincas. El problema nuevo entra con la suma de las unidades agrícolas familiares (UAF). Las unidades agrícolas familiares, en mi opinión, en la mayor parte del país son demasiado exiguas, es decir, se supone que una UAF es la que le da dos salarios mínimos a una familia campesina, dos salarios mínimos no sirven para absolutamente nada, y eso es lo que expone la ley de 1994.

No se va a detener la destrucción ecológica del país

A.M.: No podríamos dejar de hablar sin ver el marco general del problema hacia el futuro, que es la Tierra misma, no en el sentido de la posesión sobre ella sino del planeta, de Gaia, y en consecuencia el tema ambiental en el postconflicto. Se prevén guerras del agua, se está hablando un poco entre la ciencia ficción y la premonición de que esas cosas pueden ocurrir. ¿Cuál es su diagnóstico en el tema ambiental de estas décadas por venir, en un hipotético escenario de postconflicto?

A.C.: Yo creo que eso no cambiará mucho en el postconflicto, es decir, que se acabe el conflicto armado no creo que detenga la destrucción ecológica del país, porque la destrucción ecológica viene de todos los agentes económicos, no de los agentes armados. Los agentes económicos son tanto los pequeños campesinos, como los grandes latifundistas, como las empresas multinacionales. ¿Quién tumba selva? Tumban selva los pequeños campesinos cocaleros, a los cuales se obliga a tumbar más selva aún, puesto que se les bañan con glifosato sus cosechas, tienen que entrar más adelante en la selva… Así se está acabando la Amazonia, no solo en Colombia, sino también, sobre todo, en el Brasil. En Colombia hemos visto destruir por lo menos una tercera parte de las selvas que había en el país en los últimos treinta o cuarenta años. Yo no creo que esto vaya a cambiar con el final del conflicto.

Mientras exista el negocio…

A.M.: El tema del narcotráfico el postconflicto, o de la solución al narcotráfico. Se supone que en un momento dado las Farc por lo menos se ocuparán inclusive de erradicar, en una especie de alianza antiproducción de coca. ¿Cómo ve usted eso?

A.C.: Es completamente iluso pensar que mientras exista el negocio de la coca se va a renunciar a ese negocio. Quien sea, las Farc, u otras Bacrim… Ese negocio lo heredará alguien mientras subsista, y subsistirá mientras sea ilegal. Mientras las drogas sean ilegales, serán el mejor negocio del mundo.

A.M.: Pero el hecho que las extensiones manejadas por las Farc, en términos por lo menos de producción de coca, sean sustituidas, ¿no reduciría el problema en Colombia? ¿O lo echaría hacia Bolivia o el Ecuador?

A.C.: Ah bueno, eso sí, el problema puede cambiar de sitio, como ha venido cambiando de departamentos en Colombia, y pasó del Perú a Colombia, de Colombia a Bolivia, de Bolivia volvió a Colombia…

La minería destructiva, legal o ilegal, continuará.

A.M.: Hay un tema que tiene que ver con la tierra, con mayúsculas, que es el tema contemporáneo de la minería. ¿Cómo desactivar ese detonante de guerras y de conflictos que va a ser seguramente la minería en el postconflicto?

A.C.: Y ya lo es. Y lo va a seguir siendo, claro que sí. En eso también pasará un poco como con la coca: no va a dejar de ser explotada la minería grande, chiquita, artesanal, ilegal, legal, multinacional y local… Eso es soñar ilusamente, que eso se va terminar. Los negocios no se terminan nunca, solo cuando desaparece el negocio como negocio.

A.M.: La oferta y la demanda.

A.C.: Exacto. Entonces la gran minería es tan destructiva como la minería ilegal, o casi, y la minería artesanal, que también es muy destructiva. Los pequeños mineros echan el mercurio al río, directamente. Luego eso no tiene que ver con quiénes sean los agentes, con cuál sea su posición social o económica, sino simplemente la explotación minera es muy destructiva, pero a la vez es muy rentable, entonces eso va a continuar. Un mazamorrero gana mucho más que un campesino que siembra fríjol.

A.M.: Y un raspachín o un cultivador de coca también gana más que el que siembra maíz: ¿será que nuestra generación, ya avanzada, verá el postconflicto?

A.C.: Pues tal vez sí, yo soy bastante optimista con esto de La Habana, a pesar de todo. De pronto sí, pero ya le digo: el postconflicto no es el final del conflicto ni de la confrontación.

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