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El fracaso de un país


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Por lo general, la gente cree que cuando se dice que Colombia es un país con inequidad se alude únicamente a desigualdades económicas. No es cierto, la inequidad es un problema ideológico y estructural del Estado y de la sociedad.

Sus instituciones, leyes, justicia, el modelo productivo, el resto de las distintas políticas sectoriales, la idea de democracia, el centralismo, el discurso religioso, todo, absolutamente todo, está atravesado por la inequidad y la exclusión distraídas con algunas pinceladas de inclusión y de modernización.

Por qué fracasan los países, el afamado libro de Acemoglu y Robinson, a lo largo de sus quinientas y más páginas, dice que la incapacidad de crear instituciones inclusivas es una de las características de sociedades que no han evolucionado positivamente en su desarrollo político, económico, social y cultural, por qué no han logrado hacer del conocimiento, de la innovación y de la creatividad sus pilares fundamentales para la inclusión y la generación de oportunidades para todos por la vía del desarrollo. Son sociedades que han edificado instituciones en torno a una economía extractiva que es funcional con instituciones políticas y económicas igualmente extractivas, conceptos que aluden a sociedades donde unos pocos tienen muchos privilegios y la mayoría muy pocos.

Colombia es eso, un país que no cesa de fracasar porque arrastra la idea de una sociedad colonial extractiva disfrazada en las vitrinas de un neoliberalismo ajeno y estándar impuesto por el Consenso de Washington; superficial, porque vive sumergida en la moda y deambulando por los centros comerciales; especulador, por los Interbolsas y los Proyectar Valores, y lavadores de activos; inmediatista, por delante la tasa de cambio, los incentivos económicos como Agroingreso Seguro y las zonas francas, por debajo los incentivos a la productividad basada en la investigación y en capacidades endógenas de innovación; poco creativo, porque desde hace quinientos años vive de la producción extractiva sin transformación productiva hacia industrias de alta tecnología; centralista, porque bloquea la emergencia de las nuevas fuerzas del autodesarrollo en los territorios; e inequitativo, por el elevado GINI, empleo precario, e impresionante informalidad.

Por lo tanto, su economía no se desarrolló en la sociedad industrial, y ahora está negociando la paz en la sociedad del conocimiento como si recién estuviera saliendo de la sociedad agraria. En otras palabras, estado y estructura productiva rezagados más de un siglo.

En el caso Colmenares se refleja todo lo dicho. Una familia de clase media que sufre el cobarde y desalmado asesinato de su joven hijo, ve cada vez más impotente, como de la mano de la in – justicia, se va camino a la impunidad porque hay una mano negra con un poder que muchos nos preguntamos, cuál es.

Mal pero muy mal la fiscalía que será la mayor culpable si los criminales siguen libres y el crimen queda impune dado el cortejo de fiscales por cuyas manos sigue pasando el caso.

Todo este comportamiento evidencia una dirigencia lastrada por la inequidad, con un sistema de justicia que es espejo de las malas instituciones que tenemos y de la precaria sociedad que somos.

El sistema penal, mala copia del sistema norteamericano, ha sido malo para Colombia, un país con una diversa, elevada y en algunos casos creciente criminalidad, estimula fábricas de testigos, fábricas de sapos, fábricas de mentirosos, fábricas de abogados ventajosos sin ética ni estatura intelectual y moral, arropados en una escuela garantista que ampara a quienes tienen poder económico, social o político, y con acceso a múltiples instancias del sistema que solo quien tiene plata puede recorrer, financiar y aguantar. Veamos cómo se pueden leer Acemoglu y Robinson desde el caso Colmenares.

Dicen que quien está detrás de la defensa de los acusados hay riqueza vinculada al sector minero energético. Economía extractiva de enclave.

Oportunidades para quienes tienen poder, y dejados a su suerte quienes no tienen un Estado y unas instituciones que los proteja y les dé las mismas garantías. Sociedad sin instituciones inclusivas.

Modelo de justicia funcional a una dirigencia con todos los derechos e infuncional para el resto de la sociedad que goza de derechos pero sin oportunidades para acceder a ellos. Sociedad inequitativa e injusta.

Modelo de justicia, al igual que los demás modelos sectoriales, ha sido incorporado sin procesos previos de aprendizaje, adaptación y desarrollo de conocimiento propio para una sociedad diversa con características propias. Dependencia que anula procesos de destrucción creativa.[1]

Sociedad que no ha podido rebasar un conflicto interno y eterno originado en la lucha por la explotación de los recursos naturales, con guardaespaldas y más agentes obscuros, matriculados y graduados en una guerra larvada. La manera como se manipuló el cadáver de Luis Andrés Colmenares, solo lo saben hacer personas sin alma curtidas en la violencia.

Al universitario lo asesinaron en el Bronx del norte de Bogotá, en el Cartucho del norte, porque en eso se convierten desde que cae la noche hasta que llega el amanecer, esas manzanas al frente de ese pedazo del Parque del Virrey, a escasos metros de un CAI con policías que nada vieron y nada escucharon esa madrugada ensangrentada.

Si Laura Moreno y Jeissy Quintero son las últimas personas que vieron como su compañero se perdió como por arte de magia en el caño del Parque del Virrey, ellas saben quién y cómo cometió el asesinato, y saben quiénes y cómo manipularon el cuerpo sin vida.

Algunos medios, si bien difundieron la noticia de que no fue un suicidio sino un asesinato, ahora hacen cubrimientos “objetivos”, mientras páginas digitales, columnistas independientes y las redes sociales, abogan para que haya justicia. Sin embargo, las últimas contradicciones de la fiscalía, una más del costal de errores, no dan espacio a muchas esperanzas: de un lado, una muy bien montada defensa, y del otro, una instancia de acusación pésimamente armada.

Solidaridad con la familia de la víctima, y en el lugar del crimen, la alcaldía, tantas ONG que hay por tantas víctimas de tantas violencias, y la ciudadanía, deben hacer un jardín de flores para que el asesinato de jóvenes, mujeres y niños cese en esta tierra del olvido y del silencio.

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