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El presidente, la paz y los paramilitares


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Los mensajes de navidad del gobierno y de las FARC hacían pensar que el 23 de marzo de 2016 habría acuerdo de paz o al menos la declaración de cese bilateral del fuego y otras decisiones.

Pasaron las fiestas, llegó el nuevo año y empezaron a conocerse a cuenta gotas o por intuición, que las cosas no iban bien. Efectivamente, iban mal. Desde cuando el presidente presionó el 23 de septiembre de 2015 que seis meses después se firmaría la paz, salieron de las cuevas o resucitaron de las tumbas los paramilitares de aquel desastroso remedo de desmovilización de Uribe, y comenzó el asesinato sistemático de líderes populares en zonas rurales. Seguramente a diciembre ya eran 200 los muertos y 400 hasta hace pocos días, según Enrique Santos Molano, en El Tiempo. Salvo una que otra nota en los clasificados, silencio absoluto, y de vez en cuando, una que otra noticia de captura o muerte de uno que otro narco paramilitar a manos del ejército más grande y más costoso de América Latina, pero no el más eficiente.

Santos, ansioso de cumplir y de tomarse la foto con Obama y Castro, presiona para que las negociaciones se adelanten sin pausa. Pasan las semanas, se aproxima el 23, y un día anuncia que prefiere un “buen acuerdo a una foto”, luego de que su hermano Enrique conversara con Timochenko, y después de tomarse una instantánea con los partidos políticos de una alianza por la paz pegada con babas. Las FARC se pronuncian en el mismo sentido: “el 23 no se firmará el fin de la guerra” Después de esos anuncios, Santos no volvió a decir nada. Enfurecido o avergonzado o en catarsis, entró en silencio, y se metió en las cortinas de humo del fallo en La Haya y del ahorro de energía.

Pero antes de esas declaraciones, y con el fin de meterlo en el proceso, le entregó a Uribe la ley mediante la cual se deciden las condiciones para las zonas de desmovilización de la guerrilla. Bestialidad monumental fue esa. “Cárceles a cielo abierto”, las describió un negociador fariano. El uribismo arrecia los ataques al proceso y al presidente, sobre todo luego de la detención de Santiago Uribe, del llamado a indagatoria a sus hijos, y del error de las FARC de hacer proselitismo armado por la paz en un corregimiento donde nunca han visto un policía, un ministro y menos un presidente. Un audio filtrado a una guerrillera, dice que la tropa insurgente debe estar alerta por si acaso “Santos los incumple”. La opinión se confunde aún más, pues de La Habana no llegaban noticias claras ni tampoco de la Casa de Santos y de Tutina.

Sin embargo, los medios empezaron a mostrar la verdad: sendos editoriales, columnistas y redactores bien informados, reconocidos, respetados y comprometidos con la paz, se pronuncian y muestran una realidad que se resume así.

Los paramilitares estaban matando. El gobierno, el ejército, la policía, la fiscalía y la procuraduría, nada dicen. Las FARC no tienen garantías de seguridad, de esa manera empieza un tire y afloje en la mesa de negociación. Todas las diferencias, en últimas, giran en torno a la seguridad y la movilidad para los que se desmovilicen. La guerrilla pide desarme gradual para ver cómo se va surtiendo el proceso y el Estado protege su vida. El gobierno dice que el desarme es uno solo y al poco tiempo de firmado el acuerdo. El gobierno propone seguridad jurídica a la guerrilla solo en las zonas de desmovilización, ésta pide que sea en todo el país para poder actuar como fuerza política. Y así sucesivamente.

Se acercaba la fecha del 23, y el día 21 en las horas de la tarde, el Secretario de Estado Kerry se reúne por separado con los equipos negociadores. Tres anuncios centrales se derivan de esos encuentros: al proceso le faltan aún temas importantes por acordar; los Estados Unidos garantizará la seguridad de los insurgentes que se desmovilicen; y empieza a despejarse el camino para quitarle el status de terroristas y narcotraficantes. Mientras tanto, al gobierno, a través del ministro Cristo, no le queda más que decir que se garantizan los derechos humanos de todos los colombianos. Y el Centro “Democrático”, con Uribe a la cabeza, y unos columnistas sin Salud mental, empiezan a trinar contra Obama y a despacharse una vez más contra la paz. En un continente de 800 millones de habitantes, solo queda un puñado de deschavetados en esta esquina del odio.

La cara de Humberto de la Calle en la declaración del 21 al caer el día, lo dice todo: rostro lánguido, adusto, regañado, gestos forzados, palabras sacadas a tirabuzón porque fueron escritas sin convicción.
El 23 en la noche, todo el equipo negociador del gobierno se hace presente ante las cámaras, y De la Calle lee un comunicado del cual se deriva que la crisis ha sido superada, y que una nueva agenda de cierre de las negociaciones se pondrá en ejecución. Algo similar dicen por su lado las FARC. Mientras tanto, el presidente continuaba callado, las fuerzas militares y las instancias de justicia y de control, también. Están obligados a decirle al país cómo enfrentarán al paramilitarismo. Presidente, esa es su inmediata responsabilidad política. No puede haber proceso con bandas criminales matando aquí y allá, y el Estado, con la cabeza floja, mirando a uno y otro lado. Poner condiciones y fechas para el desarme de los insurgentes, aspecto que parecen estar de acuerdo, requiere del deber constitucional del estado de proteger la vida de todos los colombianos desarmados.

Presidente, pero no solo de paz quiere escuchar Colombia. Quiere una lucha contra la corrupción, cambios en el gabinete diciéndole al país como reordenará la agenda nacional, y una propuesta seria para reindustrializar la economía (que incluye el campo y va más allá de los ajustes macroeconómicos de la mala política económica de los últimos 25 años) para que haya oportunidades ciertas y duraderas en el posconflicto, y en ese contexto justificar la reforma tributaria. Reforma tributaria estructural es posible y necesaria si hay reforma estructural de la producción nacional. El cuento de que se necesitan más recursos para educación, salud, vías, cárceles, generar empleo, seguridad, ya no lo cree nadie, porque Colombia, para las potencialidades de sus recursos naturales y de su factor humano, es una nación atrasada, fallida, desigual, desorientada, poco competitiva y con baja productividad, pero sí con una corrupción en crecimiento sostenido a tasas altas: la productividad de la descomposición sobre la productividad del trabajo y de la innovación.

Presidente, cambie de actitud, gobierne con el talante de algo grande que usted gesto, la paz para Colombia. Olvídese de las fotos, del nobel, de las fechas, y de otras ambiciones personales. También olvídese de Uribe porque esta paz jamás la va a entender. Gobierne el país y condúzcalo a la paz, a ganar el plebiscito, acabar con el paramilitarismo, y a iniciar el largo camino del posconflicto, el futuro le dará lo demás.
P.D.: No acompañaré la marcha del 2 de abril, porque me parece una convocatoria a la guerra, al pasado y a la disolución institucional, una manifestación contra la verdad y contra la vida.

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