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La omnipresente nostalgia de Chávez


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El cierre de campaña pintó en Caracas un quiebre en dos: el Oeste, rojo, chavista y “resteado con la Revolución” de modo masivo; y el Este, de colores no definidos, opositor, “escuálido” en número.

Una línea imaginaria divide Caracas en dos mitades que no son exactas. Tampoco son precisas las ideologías que le imprimen a cada una de estas partes, pero quien viene por primera vez a la ciudad, casi seguro es advertido sobre este accidente geo-ilusiorio. Y si llegó este jueves, aún más.

El cierre de campaña de las elecciones parlamentarias del próximo 6 de diciembre pintó bajo las faldas del Ávila un quiebre en dos: el Oeste, rojo rojito, chavista y “resteado con la Revolución” de modo masivo; y el Este, de muchos colores mezclados, no definidos, opositor, “escuálido” en número. Pero no siempre las cosas son como las pintan, y menos en las elecciones que, a priori, parecen las más reñidas de los 16 años que el chavismo lleva en el gobierno de Venezuela.


Modelo 1: los ojitos

En el Oeste de Caracas, en Gato Negro, una caravana se prepara para salir rumbo a la avenida Bolívar, el lugar de concentración del cierre del chavismo. Casi todo luce como una campaña 2012 ‘reload’: pancartas de Chávez, los ojos de Chávez, las canciones de la última campaña de Chávez, el “toca los ojos de Chávez y vota”, en alusión a la tarjeta del PSUV con la sempiterna serigrafía de la mirada del Comandante.

Antes de salir, el animador, micrófono en mano, recuerda que “hay que ganar la Asamblea como sea” y le pregunta a una niña de 7 años que por quién hay que votar el domingo. “No, yo quiero cantar una canción”, dice. Y la niña canta: “Arriba, a la izquierda, en la esquina, la de los ojitos”.

Ella no lo sabe, pero esa canción es un hito que rompe con la ilusión de estar en 2012: es la primera vez que el Gobierno copia un jingle a la oposición (“Abajo, a la izquierda, en la esquina la de la manito” con un ritmo pegajoso y bailable).

Ya en la avenida Bolívar, Chávez vive, la ilusión sigue. Un muñeco inflable gigante, con camisa y boinas rojas y la característica verruga en la frente, se contonea en mitad de la calle. Mucha gente, cientos.

Pero empiezan los detalles. Camisas rojas de PDVSA, la empresa estatal de petróleo; camisas rojas de los ministerios, de las misiones, de las empresas expropiadas y estatalizadas.

Camisas rojas llevadas en tropel por las decenas de autobuses estacionados en los alrededores de la plaza. Transportes privados, pero también autobuses, los urbanos, esos que deberían estar al servicio de todos los venezolanos y no a fines partidistas.

Unas gafas que imitan a los ojos de Chávez y una camisa roja se acercan. “¿Eres periodista? Quiero decirte algo. He venido aquí a celebrar con el comandante Nicolás Maduro y mostrar al mundo que somos mayoría y que vamos a celebrar estas elecciones con alegría”, dice.

Y pide dos minutos para traer a alguien más. Al rato llega con un compañero de Empresas Diana, donde se produce aceite vegetal. “Vengo aquí a cumplir con el mandato de Chávez y a apoyar a nuestro presidente obrero que dejó Chávez como legado para darle continuidad a la Revolución”. Termina la frase, comprueba que quedó anotada y se van.

Pero empiezan los detalles: gente que baila en corro ajena mientras Nicolás Maduro habla, huecos en una avenida Bolívar que antes se habría llenado hasta no entrar ni un alfiler. Y un señor.

Sentado, con chaqueta verde militar, gorra de idéntico color con un bordado de los ojos de Chávez. Supera los 45. Su hijo, de menos de 10, está a su lado. Freddis, de Valencia, es el ejemplo de un testimonio que en 2012 era impensable en una marcha chavista. Freddis es la marca de estas elecciones: es la incertidumbre y la duda.

“Vengo en agradecimiento al comandante Chávez. El consiguió que mi hijo tuviera trabajo en PDVSA y pudo viajar a China para tener la especialidad de “taladro”. También tengo agradecimiento porque mi otro hijo está en Corpolec. He participado en un consejo comunal y ahora en una comuna”, cuenta Freddis, mirando fijo con sus dobles ojos. Baja la cabeza, suspira y lo suelta: “La situación para el próximo 6D está pareja y difícil. Por la economía.

Como padre de familia, lo veo todo muy complicado. No se consigue nada, todo es una cola. Hay mucho descontento. El pueblo sigue creyendo en Chávez, yo sigo creyendo en Chávez, pero Maduro no es Chávez. Te hablo con el corazón en la mano, con toda la sinceridad que tengo.


Chávez dejó esto bonito, no como está ahora. Te lo digo de corazón, ahora tengo una gran duda. En mi familia estamos divididos, no sabemos qué hacer el domingo. Aún así, vengo, porque estoy agradecido con el Comandante”.

Frena el huracán de su boca. Piensa. “La oposición ha cometido muchos errores, muchos, la mayoría políticos. Lo que no puede ser es que en la revolución se repitan los mismos errores. Hay mucha desconfianza”. Se queda sentado, pero como en un descanso, aliviado de haber soltado lo que llevaba dentro.

María Hernández está nacionalizada en Venezuela, su esposo es venezolano y sus hijos también, pero ella es de las Islas Canarias. Trabaja en la UNEFA. “Vine para apoyar y acompañar a mis compañeros”, cuenta. Sobre lo que puede pasar el próximo domingo, lo ve “bastante parejo, reñido”.

Las causas las tiene claras: “la calidad de vida se ha deteriorado mucho en ambas partes”. Aún así, piensa que “el pueblo sigue con el proceso, no cree en la oposición porque piensan que los tendrán en cuenta si llegan al poder y eso da mucho miedo”.

No se atreve a lanzar un resultado final, sólo un “que gane el mejor, no el que tenga más ventaja. Pero pase lo que pase, queremos que haya una reflexión”. Tal vez, ese mirar hacia adentro, esa crítica, ya no le encontrará en Venezuela. “Me voy del país. Regreso a Canarias. Toda mi familia se ha ido, mis hijos no quieren regresar, no tienen nada de confianza en el país. La inseguridad se ha vuelto insostenible”.

Mientras, Nicolás Maduro habla entre canción y canción de música tradicional venezolana que tocan desde la tarima. Advierte que si la oposición gana, quién sabe si aprobarán los presupuestos de la Asamblea Nacional. “Yo le pido al pueblo la mayor lealtad del legado de Hugo Chávez”, dice, incidiendo en la idea central, la que sirve de pegamento, la que unas horas antes vociferaba el animador: “El 6D gana Chávez”. El evento se retransmite a la vez por tres canales nacionales, entre ellos el estatal.

Modelo 2: la manita

Poca cosa recuerda en esta parte de la ciudad a 2012. Si acaso, los banderines que ondean por encima de las cabezas: amarillos, blancos, naranjas. No está Henrique Capriles, María Corina Machado o Leopoldo López. No hay un candidato, “un camino”. Pero, sí como en 2012, hay una esperanza.

Suena rock, pop y varios animadores y humoristas conocidos -como Luis Chataing-, animan a votar, a llevar a sus familiares el domingo a los centros de votación, a quedarse hasta el final para hacer auditoría de las mesas.

Sus voces apenas se extienden a una manzana al fondo desde la tarima, pero entre esa gente que baila, habla, se ríe, disfruta de la música, hay un detalle. Es un chico joven, apoyado en un carrito de papelón con limón. Ni siquiera dice su nombre.

“Soy funcionario de un ministerio. Como no tengo un alto cargo, puedo venir aquí y nadie se tiene por qué enterar. No hay represalias y disfruto con esto. Y no soy el único. Cada vez más de mis compañeros tienen claro que no van a votar por el Gobierno”, dice tras unas gafas de pasta negra.

“No tenemos miedo, no tenemos miedo”, corea la gente, sonríe la gente. “Ustedes son los vencedores de este David contra Goliat”, dice el secretario general de la Mesa de la Unidad, Jesús Chuo Torrealba. Habla del país con una bandera tricolor al fondo. “Lo vamos a convertir en el paraíso que siempre quiso ser”.

Roberto, tez morena, alto, delgado y musculado, es de Guatire y apoya “el cambio que se avecina”. Cuenta que su madre, parte del Ministerio de Defensa en los años 90, nunca quiso a los militares y que “vio venir lo que era Chávez”. Por eso, dice Roberto, rechaza el otro lado. “Alguien que dio dos golpes de estado, que quiso destruir al país en dos días, no puede ser bueno”, dice mientras mueve la cabeza en señal de no.

“Lo extraño, no te voy a engañar. Extraño a Chávez aunque nunca voté por él. Pero te digo que es mejor que este presidente que tenemos ahora, eso sí”. Rosa pelo teñido de rubio, camisa impoluta, olor a perfume, trata de explicarlo, pero su amiga, que se mantuvo en un segundo plano, la agarra del brazo y la interpela: “Es que Chávez era otra cosa y sabía manejar las cosas mejor”.

Alguien de antes, pero que sigue ahora, Henry Ramos Allup, secretario general de Acción Democrática, caldea el ambiente con un “nosotros no vamos a ganar las elecciones como sea, sino con un coñazo (un montón) de votos.

No porque los candidatos de la oposición seamos mejores, que lo somos, sino porque ahora la gente tiene la oportunidad de quitarse de esta pesadilla”. Entonces, a coro de nuevo, la manzana y poco más empieza a cantar “Y va a caer, y va a caer, este Gobierno va a caer”.

Ramos Allup, zorro viejo al fin, puntualiza: “no veo a este Gobierno culminando de manera natural su periodos. Y no estoy convocando a ningún golpe de Estado. La Asamblea Nacional debe pensar en una salida democrática y electoral. No atendamos a inmediatismos que trunquen el camino trazado en años”.

El evento no sale en ninguna televisión nacional tradicional. Un canal por internet, varias cuentas de Periscope y Twitter lo registran. En dos días, Venezuela dirá en las urnas qué modelo -si es que acaso hay dos solamente-, quiere para su futura Asamblea Nacional.

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