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Lunes negro


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El lunes 13 de abril han fallecido a ambos lados del Atlántico dos grandes de las letras mundiales. Un día luctuoso para la intelectualidad universal: Günter Grass y Eduardo Galeano han muerto. La orfandad del mundo crece.

Günter Grass, con 87 años fue una de las voces y conciencias del siglo XX. Su rol como protagonista de uno de los hechos más trágicos de la historia de la Humanidad, la Segunda Guerra Mundial, lo hicieron alguien que podía criticar la realidad del presente y el futuro de Europa.

Su vida inició en Dantzing, al igual que la historia de vida de Oscar Matzerath, el contrahecho protagonista de el Tambor de Hojalata. Su paso por el ejército alemán durante la consolidación del nazismo y durante la Segunda Guerra Mundial, habrían de marcar su visión del mundo, para siempre. Tanto así que la novela mencionada fue publicada solo 14 años después del fin de la confrontación global.

Grass decidió que la literatura sería el camino para continuar su vida, a pesar de que la pintura y la escultura fueron vías de escape y complemento de su expresión artística. Por su trabajo como escritor fue reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1999.

Su vida en Lübeck, en la casa que compartía con su esposa Ute y su eterna pipa, que por sus problemas respiratorios de los últimos años mantenía apagada, era de entrega a ese refugio en el que, bajo la tutela de varios grabados de Goya, este autor alemán seguía pensando en las herencias monstruosas del siglo XX.

Fueron estas herencias las que quiso denunciar y de las que se responsabilizó en su extensa obra literaria, que incluye la autobiografía “Pelando la Cebolla” en la que acepta haber sido parte de las temibles SS de la Webmarcht nazi. Para Grass las condiciones que incubaron la Segunda Guerra Mundial están presentes en la segunda década de este siglo que va andando. Los conflictos, como el de Ucrania, la equivocada política exterior europea y estadounidense frente a Rusia y el conflicto palestino-israelí, eran para este escritor , formas en las que una nueva gran guerra se estaría incubando en el mundo.

Este 13 de abril, Günter Grass dejó este mundo, seguramente, con la satisfacción de haber hecho algo por y en esta vida como le gustaba repetir que lo había descubierto en la obra de Albert Camus.

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Al otro lado del mundo, en Uruguay, pocas horas después del deceso de Grass en Lübeck, otra vez imprescindible del Siglo XX llegaba a su fin: Eduardo Galeano murió de un cáncer de pulmón.

La vida este uruguayo, extendida por 74 años, ha sido uno de los paradigmas para la izquierda latinoamericana. Galeano se convirtió en uno de los mitos modernos de la intelectualidad de una región que tuvo un viraje brusco hacia la ultraderecha, en la década de los 70. Fue por esa época que su más icónico libro “Las Venas Abiertas de América Latina” vio la luz al tiempo que era censurado por la mayor parte de las dictaduras que campeaban en el continente.

Desde obrero de fábrica, pintor, mensajero y cajero de banco, Galeano se desempeñó en diferentes oficios antes de convertirse en periodista y en el referente intelectual que todos los latinoamericanos nacidos a finales del siglo XX, lloran y recuerdan el día de hoy.

Su vida fue al de un contradictor nato de los poderes establecidos, la de un crítico de las condiciones heredadas y objetivas que han mantenido la miseria de América Latina.

Tan incomoda era su manera de denunciar lo que denunciaba que tuvo que marchar al exilio, en España, por cuenta de las presiones y amenazas de la dictadura militar argentina. Algo que había vivido años antes en su natal Uruguay y que lo había llevado a cruzar el Río de la Plata.

En los últimos años Galeano continuó siendo un referente de lo que debe hacerse para denunciar las injusticias del mundo, tanto así que las preocupaciones suyas, además de las ya expresadas, tenían que ver con la futura crisis por cuenta de la escasez de recursos y la poca conciencia de que este mundo es finito.

Figuras políticas como Hugo Chávez, Fidel Castro o “Pepe Mujica” siempre consideraron a Galeano un faro en la oscuridad que cobija a este continente expoliado. La suya es una muerte que deja un gran vacío en América Latina y en la literatura en castellano. Sin embargo, su herencia es ese trabajo por la memoria de una Latinoamérica que aún busca respuestas y soluciones integradoras que le permitan vivir un siglo XXI alejado de las injusticias que Galeano no se cansó de denunciar en el Siglo XX.

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