"Me gustaría reencarnar en mi madre"

La propietaria de la colección de arte privada más importante del mundo, Carmen Thyssen, confiesa querer reencarnarse en su “mamá”.

Delante de su cuadro favorito de Edward Hopper, “Matha McKeen” de Wellfleet (1944), expuesto en este momento en el museo Thyssen Bornemisza, un paisaje marino con un velero surcando unas aguas muy azules, la baronesa habla con EFEstilo de la vida, de las pequeñas cosas y de su familia, de la que -asegura- “no cambiaría nada”.

No obstante, se le desendulza un poco el semblante cuando se le pregunta por la relación actual con su hijo Borja, su nuera Blanca Cuesta y sus nietos, dos niños, Sacha, de 4 años, y Eric, de año y medio, al que no conoce, mientras otro bebé viene de camino, el que será su tercer nieto.

Pese a la tirantez y a la incomunicación con su primogénito, Borja Thyssen-Bornemisza, que se prolonga desde hace dos años, aunque ella asegura que le llama cada mes sin obtener respuesta, Carmen Thyssen no pierde un ápice de ese optimismo inherente a su ADN para confiar “en que las cosas tienen que terminar bien”.

La baronesa Thyssen y su hijo protagonizan un duro enfrentamiento que les ha llevado incluso a los tribunales. Borja reclama dos cuadros a su madre, que asegura le regaló el fallecido barón, que fue su padre adoptivo, pero los jueces han desestimado la reclamación de Borja Thyssen.

La baronesa desea resolver este distanciamiento pero de momento las posturas no se han acercado. “Es una tontería, es que no lo entiendo, de verdad”, insiste esta madre antes que aristócrata, quien recuerda con emoción, sin preguntarle, el día en que nació su hijo.

“Me dijeron que iba a ser una niña pero yo deseaba un niño”, rememora. “Me sentí muy feliz porque un niño siempre lo quieres tener el primero, ¿no?, pregunta buscando la complicidad de la periodista.

Felicidad y maternidad suelen ir unidas y en el caso de la baronesa Thyssen no iba a ser menos. Es una madre que, además, no hace distinciones de género y asegura que “no es distinto criar niñas queniños”, al tiempo que precisa y evoca: “El candor de la niñez es lo más bonito que hay y la inocencia. Son igual todos”.

Pero en la igualdad de la niñez germinan los rasgos de la personalidad acentuados en sus mellizas, Carmen y Sabina, de 6 años, quienes, según la baronesa, “se complementan maravillosamente bien”, ya que Carmen “tiene muchísimo carácter” y Sabina “es muy templada”.

Se ve reflejada en sus gemelas, en el espejo de la convivencia. “Todos los niños que están cerca de ti te reconoces en ellos”, explica. Y detalla orgullosa: “se ríen, son amables, divinas, estudian mucho, hacen ballet clásico, tocan el violonchelo y hablan inglés”.

La baronesa quiere ofrecerles “una educación adecuada” y respetará la decisión que tomen de adultas sobre su futuro profesional. “Que sean de mayores lo que ellas quieran, nunca las forzaré”, sentencia con convicción.

Otra de sus mayores felicidades es “comprar libros”, aunque luego reconoce que no tiene tiempo para leerlos, a no ser que se trate de los cuentos que les lee a sus niñas antes de acostarse, donde suele transitar de la dicción a la invención. “Les encantan los cuentos que me invento, estoy con ellas en la camita y les cuento cuentos y cuentos hasta que se duermen”.

Y hablando de la felicidad freudiana, la baronesa asegura que su concepto de felicidad “son los logros que consigues, las luchas, estar encima de las cosas”.

Perfeccionista de nacimiento, destaca como sus mayores cualidades “el tesón y la disciplina”, valores que reconoce fueron “un reto de juventud” aunque “ahora -asegura- ya me he habituado a ello y lo hago como una cosa normal”.

Admira de los demás la lealtad, “me gusta que los demás sean conmigo como tienen que ser, con sus maravillosas cosas y con sus defectos” y sentencia sin tapujos: “Busco en la gente la lealtad”.
Y respecto al miedo, a esos temores intangibles de la vida, la baronesa vuelve a derrochar optimismo y se dice a sí misma, bajo un imperativo generalista: “En un momento dado, tienes que superarlos también”.

Ese afán de superación se lo debe a su madre, a sus recomendaciones, como aquella de que debía casarse con un diplomático de carrera porque veía en ‘Tita’ don de gentes y dotes de negociadora, así que la baronesa, no duda, si tuviera que elegir en cómo volver a este mundo, confiesa, entre risas y sonrisas, que le gustaría reencarnase en su “mamá”.

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