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Moneda digital también en crisis


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La caída de las recompensas a los “fabricantes” del Bitcoin amenaza con ralentizar el crecimiento de la moneda. Los “contratos inteligentes” se enfrentan a su principal virtud y problema: la falta de supervisión humana.

Uno de los grandes experimentos económicos de los últimos años han sido las monedas digitales o criptomonedas, cuyo primer y más famoso ejemplo hasta la fecha es el Bitcoin. Sus defensores destacan como sus mayores virtudes su falta de regulación -no hay un banco central ni un Gobierno que controle su evolución- y su descentralización, ya que los encargados de guardar los registros de cada transacción y de crear nuevas unidades son miles de personas independientes e incapaces de imponer su voluntad por sí solas. Estas dos características se enfrentan estas semanas a dos grandes crisis que pueden determinar su evolución de cara al futuro.

El problema más complejo, y prácticamente vital para Bitcoin, tiene que ver con la forma en la que se crean nuevas unidades de la moneda. Para ello se necesita que ciertos usuarios, conocidos como “mineros”, resuelvan una serie de problemas matemáticos. Cada vez que se resuelven un cierto número de tareas, el algoritmo que regula la divisa “acuña” una nueva moneda. Parece sencillo, pero para resolver esos problemas complejos se necesita un gran poder de computación, lo que significa cientos de ordenadores dedicados casi al completo a su resolución, con un coste en electricidad y en la propia compra de los aparatos. Su esfuerzo se recompensa entrgándoles las nuevas monedas que se crean gracias a ellos, en un ejemplo moderno del concepto de señoreaje.

La división y el “ataque del 51%”

Hasta ahora, los “mineros” recibían 25 bitcoins por cada bloque. Pero a partir de este sábado, 7 de julio, se producirá el temido evento conocido como “halving” o “división”: la recompensa se dividirá a la mitad, a 12.5 unidades. Este cambio, traducido a dólares, es enorme: tomando el precio medio de la moneda esta semana (670 dólares por bitcoin), la recompensa pasará de 16,750 dólares por cada nuevo bloque, a repartir entre todos los participantes, a la mitad, 8,375.

El motivo de este cambio es que el algoritmo que regula la criptomoneda tienen un tope de monedas -21 millones-, y cada vez que se creen 420,000 bloques, la recompensa en monedas se irá dividiendo, hasta llegar a 0 en el momento que se alcance el tope de unidades programadas inicialmente.

En principio, el objetivo es evitar la inflación que podría ocurrir si se pudieran acuñar monedas indefinidamente -otro tema es que la deflación que sufrirá en su lugar sea preferible económicamente-. Sin embargo, su riesgo es diferente: que la producción de la moneda acabe centralizada en manos de “banqueros centrales” privados. Si la recompensa cada vez es menor, muchos “mineros” independientes no podrán hacer frente a los costes de electricidad y mantenimiento de los sistemas, con lo que la producción podría acabar en manos de un monopolio de los mineros más eficientes.

De hecho, según los datos que hacen públicos, el 76% de la minería del Bitcoin está controlada por cinco grandes grupos -F2Pool, AntPool, BTCC Pool, BitFury y BW.com-, cuatro de ellas chinas. Si un grupo -o un cartel- lograra tomar control del 51% de la producción, podrían ponerse de acuerdo para modificar el registro de transacciones -el “blockchain”- y realizar pagos sin autorización, deshacer movimientos o simplemente decidir que bitcoins guardadas en cuentas privadas pasen a estar en la cuenta privada de los “mineros”. En otras palabras, convertirse en la autoridad central sin control que tanto temían los defensores de la divisa.

Contratos inteligentes

Enfrente, otra crisis afecta a Ethereum, una criptomoneda similar que había intentado crear un “contrato inteligente” -el llamado DAO- para crear un vehículo de inversiones sin necesidad de supervisión ni controles judiciales. Sus normas estarían reguladas por “la firme voluntad férrea del código inmutable”. En total, el proyecto atrajo 150 millones de dólares, de los cuales 53 fueron robados por un hacker poco después.

Según las normas del contrato, el dinero permanece congelado hasta el 14 de julio, momento en que podrá ser retirado y cambiado a dólares. La duda es si existe alguna posibilidad para deshacer el robo. El hacker argumenta que desvió los 53 millones gracias a un error de programación que existía en el código. Y, según las normas del contrato, todo lo que aparezca en el código es vinculante. Por lo tanto, el robo no es tal, sino una aplicación legal de las cláusulas programadas en el código.

Los administradores del proyecto -o los propios inversores- podrían acordar dar marcha atrás, arreglar el error de programación y recuperar el dinero, pero se enfrentan a un problema moral: si el código se puede deshacer de acuerdo a lo que digan los administradores o los usuarios, entonces deja de ser un contrato “inteligente”, libre de interferencia humana, para convertirse en un fondo de inversión normal y corriente.

Los inversores tienen una semana para decidir si prefieren recuperar su dinero o mantener la pureza del código “firme e inmutable” por encima de todo. Por el momento, el valor de Ethereum ha caído de 20 dólares por unidad a poco más de 10, resultado de la desconfianza que el ataque ha provocado.

En ambos casos, las crisis parecen el resultado de dos ideas en principio buenas, pero cuya aplicación se ha dado de bruces con problemas que no se habían previsto correctamente. De cómo resuelvan estas amenazas dependerá que las criptodivisas se conviertan en elementos fundamentales del sistema financiero o se queden como meras curiosidades con grandes aspiraciones pero que no pudieron vencer sus debilidades.

Uno de los grandes experimentos económicos de los últimos años han sido las monedas digitales o criptomonedas, cuyo primer y más famoso ejemplo hasta la fecha es el Bitcoin. Sus defensores destacan como sus mayores virtudes su falta de regulación -no hay un banco central ni un Gobierno que controle su evolución- y su descentralización, ya que los encargados de guardar los registros de cada transacción y de crear nuevas unidades son miles de personas independientes e incapaces de imponer su voluntad por sí solas. Estas dos características se enfrentan estas semanas a dos grandes crisis que pueden determinar su evolución de cara al futuro.

El problema más complejo, y prácticamente vital para Bitcoin, tiene que ver con la forma en la que se crean nuevas unidades de la moneda. Para ello se necesita que ciertos usuarios, conocidos como “mineros”, resuelvan una serie de problemas matemáticos. Cada vez que se resuelven un cierto número de tareas, el algoritmo que regula la divisa “acuña” una nueva moneda. Parece sencillo, pero para resolver esos problemas complejos se necesita un gran poder de computación, lo que significa cientos de ordenadores dedicados casi al completo a su resolución, con un coste en electricidad y en la propia compra de los aparatos. Su esfuerzo se recompensa entrgándoles las nuevas monedas que se crean gracias a ellos, en un ejemplo moderno del concepto de señoreaje.

La división y el “ataque del 51%”

Hasta ahora, los “mineros” recibían 25 bitcoins por cada bloque. Pero a partir de este sábado, 7 de julio, se producirá el temido evento conocido como “halving” o “división”: la recompensa se dividirá a la mitad, a 12.5 unidades. Este cambio, traducido a dólares, es enorme: tomando el precio medio de la moneda esta semana (670 dólares por bitcoin), la recompensa pasará de 16,750 dólares por cada nuevo bloque, a repartir entre todos los participantes, a la mitad, 8,375.

El motivo de este cambio es que el algoritmo que regula la criptomoneda tienen un tope de monedas -21 millones-, y cada vez que se creen 420,000 bloques, la recompensa en monedas se irá dividiendo, hasta llegar a 0 en el momento que se alcance el tope de unidades programadas inicialmente.

En principio, el objetivo es evitar la inflación que podría ocurrir si se pudieran acuñar monedas indefinidamente -otro tema es que la deflación que sufrirá en su lugar sea preferible económicamente-. Sin embargo, su riesgo es diferente: que la producción de la moneda acabe centralizada en manos de “banqueros centrales” privados. Si la recompensa cada vez es menor, muchos “mineros” independientes no podrán hacer frente a los costes de electricidad y mantenimiento de los sistemas, con lo que la producción podría acabar en manos de un monopolio de los mineros más eficientes.

De hecho, según los datos que hacen públicos, el 76% de la minería del Bitcoin está controlada por cinco grandes grupos -F2Pool, AntPool, BTCC Pool, BitFury y BW.com-, cuatro de ellas chinas. Si un grupo -o un cartel- lograra tomar control del 51% de la producción, podrían ponerse de acuerdo para modificar el registro de transacciones -el “blockchain”- y realizar pagos sin autorización, deshacer movimientos o simplemente decidir que bitcoins guardadas en cuentas privadas pasen a estar en la cuenta privada de los “mineros”. En otras palabras, convertirse en la autoridad central sin control que tanto temían los defensores de la divisa.

Contratos inteligentes

Enfrente, otra crisis afecta a Ethereum, una criptomoneda similar que había intentado crear un “contrato inteligente” -el llamado DAO- para crear un vehículo de inversiones sin necesidad de supervisión ni controles judiciales. Sus normas estarían reguladas por “la firme voluntad férrea del código inmutable”. En total, el proyecto atrajo 150 millones de dólares, de los cuales 53 fueron robados por un hacker poco después.

Según las normas del contrato, el dinero permanece congelado hasta el 14 de julio, momento en que podrá ser retirado y cambiado a dólares. La duda es si existe alguna posibilidad para deshacer el robo. El hacker argumenta que desvió los 53 millones gracias a un error de programación que existía en el código. Y, según las normas del contrato, todo lo que aparezca en el código es vinculante. Por lo tanto, el robo no es tal, sino una aplicación legal de las cláusulas programadas en el código.

Los administradores del proyecto -o los propios inversores- podrían acordar dar marcha atrás, arreglar el error de programación y recuperar el dinero, pero se enfrentan a un problema moral: si el código se puede deshacer de acuerdo a lo que digan los administradores o los usuarios, entonces deja de ser un contrato “inteligente”, libre de interferencia humana, para convertirse en un fondo de inversión normal y corriente.

Los inversores tienen una semana para decidir si prefieren recuperar su dinero o mantener la pureza del código “firme e inmutable” por encima de todo. Por el momento, el valor de Ethereum ha caído de 20 dólares por unidad a poco más de 10, resultado de la desconfianza que el ataque ha provocado.

En ambos casos, las crisis parecen el resultado de dos ideas en principio buenas, pero cuya aplicación se ha dado de bruces con problemas que no se habían previsto correctamente. De cómo resuelvan estas amenazas dependerá que las criptodivisas se conviertan en elementos fundamentales del sistema financiero o se queden como meras curiosidades con grandes aspiraciones pero que no pudieron vencer sus debilidades.

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