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¿Prolegómenos de una guerra mundial?


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José Fernando Ocampo, es historiador y ha sido profesor de la Universidad de Antioquia, de la Universidad Nacional y de la Universidad Distrital. Es especialista en historia colombiana del siglo XX. Además, es doctor en Ciencia Política de Claremont Graduate School en California. Columna de opinión.

Ucrania y Crimea están en el centro de la política mundial y se han convertido en una amenaza de confrontación entre las grandes potencias. Ucrania sólo se conforma como país a finales del siglo XX y aparece en la escena mundial a la caída de la URSS. Y sale como un país estratégico en Europa por su frontera con Rusia de 1.576 kilómetros y con seis países más: Bielorusia, Polonia, Moldavia, Hungría, Eslovaquia y Rumania. Pero la atraviesan cuatro oleoductos del gas con que Rusia abastece a casi toda Europa y la rodea el que va a Suecia y Noruega. No más a Alemania le llega el 40% del gas que consume y a Italia el 20%. El tercer río más largo de Europa, el Dniéper, atraviesa toda Ucrania y va a caer al Mar Negro en Crimea, centro del conflicto. Crimea queda ahí, en una punta junto al Mar Negro y un sitio más estratégico que la misma Ucrania. En noviembre del año pasado Ucrania y Crimea saltan a la primera plana de la situación mundial en una confrontación de Estados Unidos y la Unión Europea con Rusia.

Por Ucrania ha pasado la historia de media Europa, el imperio ruso, la expansión sueca, el imperio otomano, la constitución y reconstitución de Polonia, el imperio austro-húngaro, las dos guerras mundiales del siglo XX y la Unión Soviética. A mediados del siglo XVII las potencias europeas lucharon treinta años entre ellas por el control de Ucrania. Los zares fueron quienes la integraron al imperio ruso en el siglo XVIII y desarrollaron una política agresiva de “rusificación”. En Crimea se desarrolla la guerra denominada con su propio nombre, de una alianza franco-inglesa, otomana y turca contra Rusia, a mediados del siglo XIX. Es famosa la película muda considerada un clásico del cine, del gran director ruso Eisenstein, El acorazado de Potenkin—1925– sobre el levantamiento de los marinos en el acorazado Potenkin en la primera revolución rusa de 1905, cuyo nombre proviene de un general ucraniano en la época de la emperatriz Catalina la Grande. Como desarrollo de la Revolución Rusa de 1917, Ucrania se convirtió en la República Socialista Soviética de Ucrania como parte de la Unión Soviética en 1919. Su capital Kiev fue uno de los centros industriales más importantes de la URSS.

Ucrania nace como nación con la disolución de la Unión Soviética. Hasta entonces no se había convertido en un centro estratégico de primera línea como en el momento actual. Tampoco hacía parte de la lucha por la hegemonía mundial entre las grandes potencias. Ni durante la hegemonía estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial, ni durante la guerra fría entre las superpotencias en las década del sesenta al ochenta, Ucrania aparecía como centro de un conflicto mundial. No resulta fácil explicarse que se hubiera iniciado la Primera Guerra Mundial con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo, hoy Bosnia-Herzegovina, pero en ese entonces parte con Ucrania del imperio austro-húngaro. Fue una guerra entre potencias imperialistas por el control de Europa y por la hegemonía en el dominio mundial. Estados Unidos era ya la segunda o tercera potencia pero no se comprometió de forma directa en la lucha por Europa. En la Segunda Guerra Mundial Ucrania se constituyó en un sitio estratégico, ocupada por los alemanes hasta la liberación por el ejército soviético en 1943. Hitler la había invadido en la mira de apoderarse de la Unión Soviética para la conquista del mundo. En 1985 estalló allí el reactor nuclear en Chernóvil, a unos ciento diez kilómetros al norte de Kiev y cerca de la frontera con Bielorusia. Sólo hasta 1990 Ucrania se convierte en una nación independiente con la Declaración de soberanía el 16 de julio mediante la cual se separa de la Unión Soviética. Al mes siguiente se intenta un golpe de estado contra Mijail Gorvachov destinado a restaurar el Partido Comunista y recuperar Ucrania. Fracasado el golpe, el parlamento ucraniano adopta el Acta de Independencia el 24 de agosto de 1991.

Hasta los acontecimientos de los últimos meses, la península de Crimea era una república autónoma perteneciente a Ucrania. No tiene más de dos millones de habitantes en 27 mil kilómetros cuadrados. Pero además de la mayoría rusa y ucraniana hay más de siete representaciones raciales. Su situación estratégica tiene que ver con el Mar Negro, la salida de Rusia y Ucrania al Mediterráneo y al Canal de Suez. Esa es la explicación de que en Sebastopol atraque la segunda armada naval rusa. Por allí la flota tiene salida al Mediterráneo y al Océano Índico a través del Canal de Suez. Sin esa salida no le queda a Rusia sino el Océano Ártico o viajar desde Moscú a la península de Kamchatka en el extremo oriente. Se trata de una diferencia estratégica de primera magnitud. Por Crimea luchó ya en la guerra de 1854 un ejército de 170.000 soldados británicos, franceses, polacos, turcos, alemanes e italianos contra los rusos y casi un siglo después resistió el cerco del ejército de Hitler por casi dos años. No puede olvidarse que por Crimea pasaron griegos, bizantinos, genoveses y turcos desde la antigüedad. Allí está situada la ciudad de Yalta, el primer centro turístico de la extinguida Unión Soviética, en donde queda el Palacio Massandra, utilizado por los gobernantes soviéticos como su residencia de verano. Después de la ocupación alemana, Yalta fue la sede de la Conferencia de los “tres grandes”, Roosevelt, Churchill y Stalin, de la cual salieron los acuerdos de la Segunda Guerra Mundial, la división de Alemania y la ocupación de Japón. Crimea, entonces, no sólo fue centro de una guerra de grandes proporciones en el siglo XIX, sino punto estratégico de la conformación del mundo contemporáneo resultado de la Segunda Guerra Mundial.

En Ucrania y Crimea hay mucha historia mundial encerrada. Y así sucede en la crisis actual una vez más. Que Estados Unidos haga presencia en la zona no es casual; que los Secretarios de Estado estadounidenses viajen una y otra vez a Kiev, no es en vía de turismo; que el Gobierno estadounidense amenace con sanciones a Rusia, no es un saludo a la bandera; que los jefes de Estados de la Unión Europea estén en alerta y preparen sus fuerzas armadas, no es en maniobras de entrenamiento; y que Rusia despliegue divisiones de su ejército hacia la frontera ucraniana, no es un juego de entrenamiento militar. En las zonas orientales de Ucrania se han presentado escaramuzas militares ya con bajas humanas. No resulta fácil entender la angustia de Estados Unidos por la situación ucraniana. Los gringos no entraron a la Segunda Guerra Mundial sino cuando los japoneses atacaron Pearl Harbor que ya hacía parte de su territorio. Y el Presidente Wilson en la Primera sólo hizo presencia simbólica. No se había constituido para ellos una zona estratégica histórica para acorralar a Rusia. Por su parte, Rusia está jugándose su lugar estratégico militar mundial en el Mediterráneo y en el Océano Índico. Se trata nada más ni nada menos que de una refriega entre las potencias imperialistas más poderosas del momento, por ahora, sin China. Estados Unidos hace y deshace para sostener un poder que está en decadencia. Rusia trata de retomar el poder perdido tras la descomposición de la Unión Soviética y no puede perder su salida por Crimea a escenarios estratégicos del mundo de hoy.

Están enfrentados Estados Unidos y la Unión Europea con Rusia. Hace diez años se habían dado los primeros enfrentamientos durante la presidencia de George W. Bush y el primer gobierno de Putin. Demasiados factores están en juego: el gas de Europa controlado por Rusia; la flota de guerra rusa en Crimea; las provincias ucranianas de habla rusa; el oeste ucraniano con la Unión Europea; la crisis económica de Ucrania; la deuda de las provincias de habla rusa: el expansionismo gringo en el este de Europa; el enfrentamiento de las dos principales fuerzas con armas atómicas del mundo; la crisis económica de Estados Unidos y de Europa; una lucha renovada por la hegemonía mundial en duda. Resulta difícil predecir un resultado inmediato. Ya Rusia se anexó Crimea y está detrás de las provincias orientales de Ucrania, en donde la mayoría de la población es de origen ruso con una tendencia decidida a reintegrarse a Rusia. Rusia no puede perder Crimea. Ucrania le había permitido mantener la flota de guerra en Sebastopol mediante un régimen especial. Ya no necesita esa concesión. Occidente está tratando de acorralar a Rusia con sanciones de diferente tipo, especialmente económico. Rusia no depende tanto de Europa, como ésta de Rusia. Es lo que tiene a Estados Unidos contra la pared. Le acaba de darle un préstamo a Ucrania para aliviarle su crisis económica. No resulta fácil para Alemania resistir un invierno sin el gas ruso. Es, en último término, una lucha de dos potencias por poderes estratégicos en una lucha por la hegemonía que está en duda. El llamado “primer mundo” está en una transformación estratégica fundamental.

¿Podrá haber una guerra mundial? En la Primera Guerra Mundial un factor determinante del estallido fue la imposibilidad de Alemania de controlar zonas de exportación de capital. En la Segunda Guerra Mundial el factor tuvo que ver con el acorralamiento a que se había sometido a Alemania como producto de su derrota. Ese factor favoreció el surgimiento de Hitler. La primera fue una guerra imperialista. Las fuerzas revolucionarias del mundo dirigidas por Lenin se opusieron a la guerra. La segunda fue una guerra contra el fascismo mundial. Las fuerzas revolucionarias del mundo apoyaron a los aliados contra el Eje fascista y a Stalin en su “guerra patria” contra Hitler. Las fuerzas de izquierda no apoyarán hoy a Estados Unidos en la reconquista de Ucrania. Pero tampoco apoyarán a Rusia en su intento desesperado por recuperar su poderío mundial imperialista. Existen factores que podrían determinar una guerra mundial, pero también los hay que la detienen. ¿Se le mediría Alemania y arriesgaría su aprovisionamiento de gas? ¿Y lo mismo harían Francia e Italia, así como los escandinavos? ¿Superaría Europa su crisis económica con una guerra contra Rusia? ¿Le contribuiría a Estados Unidos una confrontación con Rusia para resolver su crisis económica? ¿Podría haber una guerra “limitada” alrededor de Ucrania? ¿Permitirían los “aliados” la pérdida de las provincias orientales de Ucrania? ¿Es decir, aceptarían la desintegración de Ucrania? ¿Hasta dónde presionará Rusia una recomposición de su unión soviética?

Una conclusión fundamental: si hay una guerra limitada, será una guerra limitada entre potencias imperialistas en declive; y si es “mundial” igualmente será una guerra imperialista de las mismas características. Queda el interrogante de la posición de China en cualquiera de las dos situaciones.

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