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Un futuro con aroma a café


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¿Me casaré? ¿Se curará mi familiar? ¿Me tocará la lotería? La obsesión por conocer el futuro es algo presente en muchas culturas del mundo, incluidos los países árabes, donde una de las formas más habituales de adivinación es la lectura de los posos del café, una práctica que se ha transmitido de madres a hijas a lo largo de generaciones.

Mientras los hombres inundan las cafeterías de las calles de El Cairo para disfrutar de la bebida junto a una “shisha” o pipa de agua y una partida de dominó, la lectura de los posos queda confinada a lo más íntimo del hogar, donde las mujeres mayores son depositarias de este saber esotérico.

En casa de Amina, que ofrece un nombre falso por temor al escarnio social, era su abuela paterna la que leía el futuro a todo aquel que se lo solicitara, sin pedir nunca una
compensación económica.

“Leo el café porque mi abuela lo hacía, es algo que no se puede aprender, aunque hay gente que predice el futuro a cambio de mucho dinero porque lo tratan como un negocio. En mi caso, yo me juntaba con mis amigas por las tardes y nos divertíamos con el café”, evoca Amina, una mujer velada de clase humilde que se confiesa muy religiosa.

Esta egipcia nunca ha encontrado a un hombre que vea el futuro en los posos, “no sé por qué solo son las mujeres, a lo mejor es porque tienen un corazón más transparente y están más cerca de Alá. Siempre he visto a hombres más opresores que las mujeres”.

Su hija, Hannan, escucha a su madre aunque no puede evitar un gesto de desaprobación -“es ‘haram’ (prohibido) en el islam”, dice-, aunque no duda en ayudarla a preparar el café para una sesión especial de adivinación.

La joven se mueve con agilidad dentro la cocina, en lo que constituye el primer paso para leer los posos y que es todo un ritual en sí mismo.

EL CAFÉ DE LA VARIEDAD ARÁBIGA.

No es que se requiera de pompa o ceremonia para elaborar la bebida, sino que es el propio café empleado, de la variedad arábiga, también conocido como “turco”, muy extendido en todo Oriente Medio, el que necesita un método peculiar de preparación.

Hannan coge una “kanaka”, cazo en forma de botella y con el asa alargada, donde pone agua a hervir. Cuando el líquido está en punto de ebullición sirve una cucharadita de café molido, que tiene la textura de la harina, y remueve hasta que está listo y su aroma inunda toda la casa.

La persona que pide la predicción debe beberse el café hasta que solo queden los posos en la taza, que, en ese momento, debe volcarse de una sola vez boca abajo sobre un plato. Entonces, se vuelve a poner la taza boca arriba y se deja secar el café que ha quedado impregnado en sus paredes.

Mientras se lleva a cabo todo este proceso, Amina recuerda cómo, siendo todavía una niña, soñó una noche que una mujer le hacía un tatuaje de “henna” y al día siguiente se levantó con el brazo tatuado. A partir de ese sueño, asegura que empezó a ver el futuro, aunque todavía tuvieron que pasar años para leerlo en el café.

“La primera vez que lo hice fue en Libia, ya estaba casada y fui con mi marido de viaje. Leí los posos para mí misma y vi que alguien de mi familia había muerto. Era verdad”, cuenta la mujer con un gesto temeroso, al tiempo que repite que es “haram”.

Los restos del café están casi secos en la taza y Amina la toma con la mano y comienza a observar.

Dependiendo de a quién se pregunte hay muchas interpretaciones de lo que significan las formas caprichosas que adopta el café: un pez es buena suerte; el cuervo, mala fortuna; el perro, lealtad; la serpiente, traición… .

Amina no descifra esas formas, sino que alguien le dicta la predicción en su “corazón o en el cerebro”: “Es la voz de un hombre que se llama Mohamed y es musulmán”.

Enseguida, entra en una especie de trance y comienza a recitar el augurio, su hija hace un gesto con la mano para que los presentes se callen porque su madre puede salir de este estado con cualquier distracción.

ALMA SUNÍ, PERO CORAZÓN CHIÍ.

Amina inicia un monólogo en el que aborda asuntos relacionados con la salud, el dinero y el amor, preocupaciones universales para todos los mortales, durante su predicción, aunque también analiza el presente y el futuro.

“Dentro de poco vas a hacer un gesto de desprecio a alguien”, vaticina, mientras lo gestualiza sacudiéndose el hombro izquierdo con la mano derecha. Cinco minutos más tarde, ya acabado el presagio, la persona hace el mismo gesto de forma espontánea durante una broma de los presentes que se quedan perplejos.

Amina se levanta y se encierra en el cuarto de baño. Cuando sale explica que sufre dolores de cabeza después de las predicciones y que, por este motivo, hace dos años que dejó de hacerlas y ahora solo las lleva a cabo de forma excepcional.

Además, a su marido y a sus hijos no les gusta, de hecho, para esta ocasión ha venido a escondidas. “Si veo la taza para ti y se convierte en realidad, me puedes creer y entonces puedes olvidar a Alá, que es el único que lo sabe todo”.

La pacata sociedad egipcia no ve con buenos ojos este tipo de actividad en la calle. “Hace tiempo hubo una campaña en televisión contra los que cobraban por leer en los cafés y desde entonces es un poco clandestino”, según Amina, que desconoce el origen de este tipo de adivinación y la causa por la que está tan extendida en el mundo árabe.

Pese al conservadurismo, esta práctica continúa en algunos hogares de este país musulmán, del que se dice que tiene “alma suní pero corazón chií”, en alusión a la devoción que los egipcios tienen por los santos, procesiones religiosas y expresiones folclóricas, que no están contemplados en el sunismo.

Amina asegura que la lectura de los posos “es algo que siempre se ha hecho aquí”, aunque hay quienes sitúan el origen de esta forma de presagiar el futuro en China, donde podría haber comenzado con las hojas de té y desde allí haberse extendido a otros lugares.

Sea té u otra bebida, la curiosidad universal por conocer el devenir llevan a muchos egipcios a querer conocer su futuro resumido en una pequeña taza de café.

Por Susana Samhan.
EFE-REPORTAJES.

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