Los bancos decidieron esta semana bajar las tasas para tarjetas de crédito de cupos bajos. ¿Qué significa esto? ¿por qué lo hicieron? ¿la reducción ayuda en algo a aliviar la situación del comercio que, como he denunciado en columnas pasadas, ha estado frenando en seco desde finales del año pasado?.
En esta columna vamos a examinar esos anuncios, y tratar de ver el panorama completo, para entender por qué, aunque el nuevo escenario le servirá a algunos, es aún muy insuficiente.
Primero comenzó Bancolombia. La institución financiera anunció que a partir del viernes 10 de marzo su tasa de interés bajaría del 46% en el que estaba (más de 3,2% efectivo mensual) a 25%, equivalentes a 1,9% de interés nominal mes vencido, lo que es casi la inflación mensual, ubicada en febrero en 1,7%.
Más tarde, ese mismo viernes, Davivienda hizo lo propio llevando su tasa de crédito de consumo para productos con cupos de menos de $4 millones, hasta un 20% anual.
Estas dos golondrinas rápidamente hicieron verano. El Banco de Bogotá, el Banco de Occidente, el Scotia Bank Colpatria, y los bancos Pichincha y BBVA cerraron tasas para tarjetas de crédito este sábado en 20%, muy cerca de la inflación.
¿Es esto bueno? Para comercios plenamente formales, con acceso a medios de pago por transacciones bancarias, claro que sí. El segmento de clientes con esos cupos pertenece a una clase media que tiene empleo, le subieron el sueldo cerca de la inflación del año pasado, e igual que siempre, gasta en combustibles, entretenimiento, turismo, paga Netflix, y compra a cuotas el mercado, su vestuario y electrodomésticos.
El problema es que esos comercios plenamente formales, con registro mercantil, seguridad social, RUT, entre otros, representan poco más de la mitad del total de comerciantes, mientras el resto no lo son, según diversas definiciones. Y entre ellos, la gran mayoría maneja el efectivo (o billeteras virutales como Nequi o Daviplata) como principal medio de pago.
De hecho, según la Cámara de Comercio de Bogotá, para el caso de nuestra ciudad, mientras el 68% de las empresas que tienen registro mercantil utilizan el efectivo como principal medio de pago, en los locales sin registro mercantil ese porcentaje asciende al 97%. En ese entorno, la reducción de tasas no hace prácticamente nada. Colombia es de los países en América Latina que menos utiliza tarjetas de crédito.
La realidad es que, hasta antes de la decisión, los bancos estaban casi pegados al 46% permitido de tasa de usura. Este es un invento regulatorio, que ha generado todo tipo de distorsiones en el mercado, desde hace mucho tiempo. En forma artificial, el permiso regulatorio explícito e innecesario de cobrar muy por encima del equilibrio de mercado, permitía que los bancos, que en Colombia son aún muy pocos, hicieran algo que en la literatura económica se conoce como coludir: pactar precios para beneficiarse de mejores condiciones de mercado, aún si afectan a los consumidores.
No se sabe a ciencia cierta qué pasó, pero es muy probable que haya sido el liderazgo del exministro de vivienda del Presidente Duque, Jonathan Malagón, hoy en la presidencia del gremio de los bancos, Asobancaria, lo que haya impulsado la iniciativa de bajarse de esa tasa máxima de usura, y volver a situarse en la de mercado, aunque sea para ese segmento pequeño.
Aquí el gobierno no tuvo nada qué ver, ni hay que celebrarle nada. Se requiere hacer mucho más, no solo para mitigar el impacto de la inflación, la devaluación, y los disparates económicos semanales, que traen incertidumbre, sino para formalizar, y hacer que más consumidores se animen y reactiven el comercio, que tanto lo necesita.