¿Colombia sin reforma a la Salud?

Ciertamente, este primer año del Gobierno del Presidente Petro estuvo lleno de agitación política y de la opinión pública, siendo especialmente relevante lo acontecido en el sector salud con el proyecto de reforma liderado, en buena parte, por la ya exministra Carolina Corcho.  Sobre tal efervescencia, creo que se puede decir que no se ha tratado solo de forma, sino de fondo.  La Dra. Corcho provocó un debate sin precedentes recientes en el ecosistema de salud, dejando de lado los argumentos sobre mecanismos de ajuste de riesgo o incentivos a la competencia y el mercado en salud, por aquellos relacionados con la visión ideológica acerca del neoliberalismo y sus efectos nocivos sobre la garantía plena del derecho fundamental a la salud —¡ojo! No califico la jerarquía de unos sobre otros; luego de estos meses de arduo enfrentamiento de ideas, creo que el experimento social de generar una discusión nacional sobre el sistema de salud, a partir de paradigmas de pensamiento distintos ha resultado, por lo menos, interesante—.

Ahora, también debo decir que este debate sobre la reforma a la salud ha dejado ver cierta esterilidad en escenario de propuestas concretas, al tiempo que estructurales, para abordar los problemas que tiene nuestro sistema de salud y evolucionar hacia uno que pueda cumplir con nuestro contrato social —garantista— y superar sus bolsillos de ineficiencia y desigualdad. Atestigüé en algunos momentos, con algo de tristeza, cómo el propio sector cayó en una espiral de pugnacidad que lo llevó a una falsa dualidad de reforma sí o no, contraponiendo los bandos que defendían a una u otra posibilidad y obviando —con recelo—a quienes buscáramos alternativas distintas a ese esquema binario de pensamiento, anticuado y poco congruente con una realidad llena de complejidad.  No puedo evitar pensar que, este ambiente dicotómico es casi una copia del esquema histórico de la Guerra Fría, donde no cabían ideas o líneas de pensamiento, más allá de las dos formas de ver el mundo imperantes —e impuestas—desde el norte para todo el sur global.

Así pues, en este entorno enrarecido y lleno de ceños fruncidos, se le sumó el hecho de la política electoral, pura y dura, y no solo por las elecciones locales que están cada vez más próximas, sino por los acontecimientos relacionados con la pasada campaña presidencial.  Sin duda, hay que esperar el avance de las investigaciones y el eventual juicio sobre Nicolás Petro, en el marco de la institucionalidad, pero sus primeras declaraciones y el hecho de que esté vinculado a tan truculento escándalo, siendo el hijo del Presidente —aún sin ser criado por él, como lo expresó en aquella resonante entrevista—claro que tiene y tendrá repercusiones políticas.  Específicamente, es muy probable que la reforma a la salud, que ya venía cojeando en su trámite en la Cámara de Representantes, no logre su primera prueba de fuego en la plenaria de dicha Corporación. Ya se ha dicho como el proyecto de Ley se ha vuelto una colcha de retazos que, no dice ni lo que el Gobierno quisiera escuchar, ni lo que gran parte del establecimiento desea preservar.  Para ser sinceros, ya no me parece un Frankenstein, como coloquialmente se le ha denominado, sino más bien un Minotauro, que está encerrado en el laberinto del Congreso, devorándonos en discusiones desgastantes.

Entonces ¿qué salida le queda al Gobierno —y al país— para poder reformar el sistema de salud? Bueno, la salida de la vía administrativa.  Por supuesto, pendiente del pronunciamiento sobre su exequebilidad por parte de la Corte Constitucional, el Gobierno se ha propuesto la intervención intersectorial sobre la Guajira, en el marco de la declaratoria de una emergencia social y económica, que lo faculta a emitir Decretos Ley.  Queda claro que esta ruta abre una ruta de generar una reforma a la salud de facto en este territorio, sin la tortura del proceso legislativo.  Desde luego, muchos miran con inquietud y desconfianza estas facultades extraordinarias; otros, como yo, poseídos por ese optimismo que a pesar de la crudeza de la realidad evita irse, pensamos que es una oportunidad.

¡Sí! La vía administrativa representa una oportunidad en varias dimensiones para todos.  En primera medida, le permite al Gobierno y más concretamente al Ministro de Salud, implementar algunas de sus ideas en un territorio en donde el mercado en salud más fallas presenta lo que, a mi juicio, hace cierto sentido técnico y, desde la perspectiva política, podría ser el comienzo de logros concretos que representen una mejor percepción ciudadana. En segunda instancia, esto podría ser un laboratorio o piloto, el cual generaría para el país lecciones valiosísimas de política pública, mismas que eventualmente pudieran plasmarse en una reforma mucho más exhaustiva y soportada en evidencia empírica. Tercero y, tal vez lo que veo como lo más significativo, es que abre una posibilidad de construcción conjunta: lejos del debate político del Congreso, el Ministro Jaramillo tiene el chance aquí de convocar a distintas fuerzas civiles —pacientes, academia, gremios, etc—para diseñar en conjunto un microsistema que pueda operativizar la Atención Primaria en Salud con enfoque diferencial, articular debidamente a los distintos agentes tanto de salud como de otros sectores, conformar unas redes de atención sanitaria que modulen debidamente las fuerzas de mercado, al tiempo que se incentiva su calidad y eficiencia, entre otros aspectos, todo bajo unas capacidades reforzadas de coordinación por parte del Estado —lo que yo he llamado la tercera vía para reformar al sistema de salud—, cambiando así el ambiente confrontacional que hemos tenido en los meses pasados.

Ciertamente, el balón está en la cancha del Gobierno y el Ministro Jaramillo para poder hacer un segundo tiempo de la reforma a la salud con un solo equipo: Colombia. Y es que, hablando de fútbol, creo que podemos rescatar ese espíritu de trabajo colectivo de nuestra poderosa selección femenina de fútbol que nos mostró que podemos hacer cosas grandes si estamos unidas(os) en un solo propósito nacional.  En este caso, como muchas y muchos, creo que nuestro sistema de salud necesita reformas para responder mejor a sus objetivos sociales, pero también persisto en mi invitación a salir de los arquetipos ideológicos y pensar en fórmulas distintas, concretas, innovadoras y, sobre todo, nuestras y construidas colectivamente —con las y los nadies, los grupos étnicos, los académicos y profesionales de la salud, los pacientes, etcétera, etcétera—­ para tan grande y ambiciosa meta.

Germán Escobar Morales