Hay quienes vemos en los graves problemas del país de hoy, la consecuencia del abandono de las añejas tesis liberales, hay quienes hoy creemos que hay que ir a desempolvarlas y ponerlas en marcha, reeditadas, o como dirían en el argot musical, remasterizadas, para darles una musicalidad moderna, pero con los bellos y buenos ritmos originales.
Hace poco más de 100 años, el liberalismo Colombiano estaba a la vanguardia de los procesos democráticos, políticos pero sobre todo ideológicos de Colombia y el continente americano, cuando en estados unidos aún se debatía sobre los derechos civiles y políticos para sus ciudadanos en general, mujeres o grupos afro descendientes e indígenas en particular, cuando se cerraba a la lucha ideológica en contra del comunismo, el sindicalismo y el bipartidismo, asuntos que aun hoy no se han consolidado en el país del tío Sam, el liberalismo colombiano hacia lustres había otorgado avances sustanciales en estas materias.
Algunos asuntos no menores como el voto universal habían sido victorias ideológicas y por supuesto políticas de quienes se identificaban con dichas tesis liberales, el derecho al voto femenino en la constitución de la provincia de Vélez por allá en los 1852 bajo el olimpo radical, la libertad de los esclavos, con José Hilario López para la mismas calendas y en la década de los 30 la libertad de asociación sindical y la autorización de la existencia del partido comunista Colombiano hecho por Enrique Olaya Herrera, daban muestra de un proceso democrático valiente, altivo y sin miedos titubeantes ante la lucha de ideas.
Rafael Uribe Uribe, daba luces inmarcesibles de los destinos de la nación hacia una transformación profunda de las nuevas realidades y visionó que sólo con las tesis liberales abrevando del socialismo adaptado, que solo él pudo darle a la revolución industrial, previó que quienes creyeran en las ideas liberales debían abrirle los brazos de la fraternidad a la nueva clase obrera acompañándolos con leyes y normas de seguridad social, un concepto revolucionario que incluía asuntos como el de accidente de trabajo, cajas de compensación familiar, instrucción laboral, entre otros.
También ese ilustre pater, visionó la vocación agrícola de nuestro país y la necesidad de reconocer a ese trabajador agrícola como tal, el régimen que el Estado debía adoptar para desarrollar ese campo, permitirlo ser productivo y serle productivo a las masas campesinas.
Su contradictor y al final principal aliado Benjamín Herrera, acompañó de manera decisiva, con su vigor guerrero, su solvencia moral y política el empeño de educar en una universidad libre a las clases populares como mecanismo de ruptura de esos sectores sociales a las ataduras del dogmatismo medieval y la ignorancia clerical al que aún eran atadas sus almas borrachas de misticismos y miedos reverenciales, que les impedía la organización para las luchas por cambiar sus estrellas.
En las honras fúnebres del primero, muerto a hachazos en los primeros años del siglo XX, un joven apenas pre adolescente, se abrió paso entre la multitud y pronunció un discurso impactante y premonitorio, ese joven se llamaba Jorge Eliecer Gaitán Ayala, el mismo que acompañó al segundo en su gira de campaña presidencial años más tarde.
El aquel joven, quien egresado a su vez de la Universidad Nacional presentó una tesis laureada teniendo como sustento las ideas sociales de Uribe Uribe, terminó además de rector y docente en la Universidad Libre, el símbolo de unión de los dos hombres de paz y de guerra, Uribe Uribe y Herrera.
Ese vendito hombre hecho pueblo, luego lideró una verdadera revolución social, sustentada en ideas liberales por doquier, llevando el estandarte de las reivindicaciones sociales del saber, el acceso a la justicia efectiva y material, de la instrucción y salubridad para los menos pudientes, la cultura como un factor decisivo al momento de la adultez social.
A este líder popular, lo asesinaron a mitad del siglo XX, generando consigo un rompimiento en la creencia de miles de ciudadanos que esas ideas, que venían con un hilo conductor de muchos años pudieran ser realizables por la vía de la democracia, se fueron al monte como liberales gaitanistas y murieron en su ley, sus hijos volvieron como guerrilla comunista reivindicando las mismas ideas que otrora Uribe Uribe, Herrera y Gaitán enarbolaran, el país se ensangrentó aún más y la reacción a esto fue pavorosa, escalada monumental de sangre y muerte, “las aguas no volvieron a su cauce” dentro de los 50 años que vaticinó el hombre que se convirtió en un pueblo.
A finales del siglo XX, otro joven intrépido, que había llegado a Bogotá de la provincia de Santander expulsado por la violencia desatada a raíz de la muerte de Gaitán, trae consigo la revolución comunera de José Antonio Galán, de las mujeres como la Pola, Antonia Santos o Manuela Beltrán, traía esa misma rebeldía que no se revela de manera coincidencial y por ello recorre significativos pasos que recogen esas tesis de entender al país nacional como un proyecto colectivo, donde la propiedad de la tierra, el acceso a las oportunidades laborales, académicas, políticas y culturales son esenciales para un pueblo irredento sumido en el espiral de violencia a causa precisamente de ser segregados para obtener esas reivindicaciones.
Este nuevo hombre, en sus circunstancias post modernas entiende con claridad que no es en el monte, mucho menos desde allá de donde vendrán los cambios, de donde se logrará hacer las transformaciones sociales y se queda a dar una lucha por las pesadas vías de las instituciones democráticas, siendo consecuente con ese ideario, lamentablemente también muere asesinado en la vorágine de la realidad colombiana.
Sería entonces descabellado pensar que estos tres hombres, hilos conductores de las tesis liberales estaban en el camino equivocado, la respuesta es obvia, claro que no, estaban en lo correcto, entendían que esas tesis son las razones que le dan sentido a la lucha política, pues sus antónimos, las ideas conservadoras, per se, son estáticas, involucionarias, pétreas y por ello condenadas al ostracismo.
Son las ideas liberales de libertad de culto, de profesión u oficio, de opinión, empresa, mercados y catedra, entre otras, las que han llevado al país a sus mejores momentos, los de mayor avanzada y bienestar social, eso es sin duda alguna una verdad verificable e incuestionable.
Entonces por qué el país está como está se preguntan muchos, para mí la respuesta es simple, la falta de liberalismo en las calles, en los gobiernos, en las aulas, en las leyes, hacen que se impongan las tesis más radicales, las más petrificantes y las más intolerantes.
Por ello hoy seguimos debatiendo sobre reformas laborales en donde se intenta recuperar derechos laborales del siglo XX, cuando ya tenemos chatop contestando demandas y reemplazando a los trabajadores, por eso hoy seguimos en debates de reformas pensionales que nos devuelven a las leyes propuestas por Uribe Uribe en sus principios básicos, por eso hoy seguimos en discusiones de reformas políticas que nos llevan a recordar las luchas de Gaitán o Galán en dichas materias, por eso hoy hablamos de cumplimiento de acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, quienes elevan reivindicaciones en esencia presentadas por Gaitanistas y Lopistas en aquellos años del siglo XIX y XX.
Por eso hoy siguen los jóvenes en las calles reclamando acceso efectivo a la educación pública, universal y de calidad, que se inició con las apuestas liberales por abrir esas aulas a todos y que se abandonaron con los años, en síntesis; Las reformas de hoy no son otra cosa que los postulados y las luchas históricas del pueblo que alguna vez fueron la base y sustento de los idearios liberales, por eso, hay que recuperar esas tesis, esos postulados e instalarlos nuevamente en la conciencia colectiva de Colombia.