La educación para la acumulación enseña que en todo acto humano debe haber un beneficio, un “quid pro quo” es decir, dar una cosa por otra, entregar algo a cambio de algo. En la mayoría de ocasiones, se da lo que se tiene en exceso, lo que sobra, lo que abunda en un sentido lógico, generalmente, de lo que no se considera esencial, pocas veces se da lo que es esencial, lo que se aprecia, lo que se valora en grado sumo. Incluso, se da aquello de lo cual se quiere deshacer porque significa “carga”. Dar no debe de ser un acto de sacrificio, dar ha de ser un acto de alegría y felicidad, de saber que dar entraña también compartir y entregar para el beneficio de quien recibe.
Recién termina la Semana Santa, tiempo de reflexión en el cual la Iglesia cristiana en general y la católica en particular conmemora uno de los eventos más significativos de la esencia del cristiano: El acto superior del Dios Todopoderoso que permite que su hijo amado hecho carne y hueso sea entregado, horadado y maltrecho por el amor a la humanidad, por el perdón de quienes, como yo, cometemos yerros en nuestro actuar, por la esperanza de una redención que a veces pareciera imposible.
Dar un hijo a cambio de la redención de la humanidad, no sólo es un acto de amor supremo, es también un arte, es saber que se da a cambio de no recibir nada para sí, consciente que no hay contraprestación mayor que el beneficio de quien recibe. Muchas veces, no sé dar y menos sé recibir, si dar es un arte, recibir también lo es. Dar y recibir son las caras del flujo constante de la energía, el movimiento de las fuerzas de la vida. Una ola en la mar es una caricia para la tierra que da el agua dulce del río que, presuroso irrumpe para continuar con el ciclo energético.
Habría cientos de verbos que permiten conjugar la acción de dar, tales como: entregar, abandonar, renunciar, compartir, transferir, donar, regalar, obsequiar, legar y amar. Dar es quizás el acto más grande y significativo porque no sólo se trata de cosas materiales, también se trata de tiempo, afectos, emociones, sentimientos, palabras, abrazos por el simple hecho de hacerlo a cambio de nada. En muchas ocasiones el ser humano da, y se cuestiona porqué si da tanto no recibe lo mismo, probablemente aún no es consciente de lo mucho que recibe, o simplemente, no ha tenido la paciencia suficiente para saber que la ola que choca contra la tierra, no perece, se transforma.
Dar implica abundancia, sólo quien da es abundante, y no se trata de medir la abundancia por el inventario de cosas, lo cual no es per se negativo, sino por necesitar menos inventarios para ser plenos. Dar consiste en la abundancia del alma, es un pensamiento superior, un estado de riqueza mental, un deber moral que activa los flujos superiores de energía y vitalidad, un imperativo para actuar decente y correctamente en beneficio propio y del otro. No necesariamente, es más generoso el que da mayor cantidad de cosas materiales porque tiene más, si no aquel que teniendo menos da más.
¿Cómo es posible que aquel que carece de algo pueda dar lo que no tiene? Justamente, porque esa es la magia y el milagro del arte de dar, no esperar que la bolsa esté a reventar, el secreto está en dar desde el vacío para que la bolsa pueda estar llena. No resulta fácil entenderlo y menos de explicarlo, pero la física lo resuelve desde el vacío que trata de ser llenado. Dar es un privilegio que embellece la existencia. Dar es el primer acto de agradecimiento y el acto más grande amor. Jamás considere que dar es acción de tontos, muchos intentan imitar al Maestro, pero pocos pueden seguirlo. No se trata de dar para que el otro dé, se trata de dar porque amo, y me amo en primer lugar, doy lo que soy con defectos y virtudes, con vicios y pasiones. Dios le bendiga estimado lector, que a mi ya me bendice en abundancia y felicidad.