Durante los últimos días hemos visto como el Metro de Bogotá ha vuelto a ser objeto de polémica a raíz de la sugerencia del presidente Gustavo Petro de pedir que se haga por lo menos uno de los tramos subterráneos.
Cuando Petro fue alcalde de Bogotá adelantó los estudios de ingeniería para que el Metro fuera bajo tierra, con un trazado desde Bosa, hasta la Calle 127 con Carrera 9. El costo de este proyecto se estimó en ese entonces en $13,9 billones, pero la devaluación y otras consideraciones hicieron que el CONPES dispusiera su recorte hasta la Calle 100 con Carrera 11.
Posteriormente Peñalosa llega a la alcaldía de Bogotá y desconociendo los avances que se tenían eligió hacer más troncales de Transmilenio y un metro elevado de muy baja capacidad con estaciones cada 1.5 kilómetros o más, anteponiendo su ego a la ciudad y sus necesidades y de paso desata la discusión entre metro elevado o subterráneo que no le ha permitido a Bogotá avanzar lo suficiente.
Con la llegada de Claudia López a la alcaldía y con un discurso anti Peñalosa y su metro elevado llega a dirigir la capital donde pronto olvido sus discursos y ahora defiende la realización de ese metro con unos pequeños avances y se encuentra en una puja en la que antepone su ego a la razón.
La realidad es que los costos adicionales en los que se incurriría son inferiores a los que traería para la ciudad el metro elevado pues según se ha conocido por parte de la empresa Metro de Bogotá, a casi cuatro años de la firma de la concesión el consorcio chino aún no ha presentado la totalidad de los estudios y diseños del proyecto.
A pesar del ego de la alcaldesa y de sus declaraciones, las condiciones están dadas para que el metro subterráneo se dé y cumplirle a la capital con una movilidad sostenible de calidad. Es el momento de anteponer el bien colectivo, negociar, buscar consensos y salir de la espiral de los últimos años en los que los bogotanos siguen viendo el metro en su imaginación y como una utopía.