El gobierno tuvo que sacar estudiantes obligados a marchar el miércoles, para simular que la gente todavía lo apoya. Pero no es así. Lo sabemos ya todos los colombianos. Ya no solo el 60% de gente que según las encuestas lo repudia, sino los mismos petristas que ahora le dan la espalda.
La crisis de popularidad no es gratis, y no es culpa de la prensa, a quien se amenaza a diario. No es culpa del fiscal, sobre cuya gestión se intriga desde presidencia todos los días. No es culpa de los ministros, a quienes el presidente, su jefe, echa a patadas en promedio cada mes desde que empezó su mandato. No es culpa ni siquiera de su esposa, que improvisa entrevistas amañadas en la calle para quedar en ridículo ante la verdad de un país que se resiste a ser el fracaso que vendieron para llegar al poder. No es culpa de los ciudadanos, del colombiano de a pie que ha seguido trabajando como siempre lo ha hecho.
Tampoco siquiera es culpa de los bandidos, pues de ellos no se espera nada, y no han prometido nada. Con el cinismo de siempre, reconocen todos los días que seguirán haciéndole daño al país, solo que esta vez al amparo de un gobierno inepto. De hecho, es que el colapso temprano de este gobierno ni siquiera ha sido culpa de Benedetti, ni de sus tragos y drogas. No ha tenido que ver Laura Sarabia y sus chuzadas, o Roy con sus maletines llenos de plata. No es culpa de Nicolás Petro, que pacta con delincuentes, igual que su tío.
No. No es culpa de nadie diferente a Gustavo Petro Urrego. El país no tiene presidente. Habita la Casa de Nariño, a veces, un señor sin mando, sin liderazgo, sin norte y sin futuro. Un personaje que ha derrumbado todo a su alrededor por su soberbia, su ignorancia, sus mentiras y su desorden.
Y digo que no es culpa de los protagonistas de los escándalos recientes, porque, pese a que no merecen que los exculpemos, finalmente quien decidió el papel de cada personaje fue el mismo Petro, nadie más. Él nombró a su jefe de gabinete, él decidió hacerse mejor amigo de Benedetti, un personaje oscuro sobre cuyo prontuario todos, incluyendo Petro, conocíamos. Él se metió hasta el más pequeño detalle en su campaña presidencial, con financiación y todo; prueba de ello fueron los petrovideos, que revelaron, semanas previas a la segunda vuelta, que él sabía de las campañas miserables y mentirosas con las que acabaron a Fico y a los demás contendores.
Con toda seguridad, los escándalos de estas semanas son apenas la punta de un iceberg oscuro y putrefacto. El muy sospechoso suicidio del testigo clave, ocurrido el viernes, así lo confirma. El viaje súbito de Benedetti al corazón del blanqueo de dinero ruso, Turquía, no deja dudas. Nada nos hace pensar que la cosa va a terminar bien, al menos para Colombia.
Entre tanto, el gobierno nacional bajó los brazos. Se hundió en la incompetencia más baja, Naufraga en una crisis como las que le ocurren a los gobiernos vecinos de izquierda, pero en tiempo récord. En solo 10 meses. Su ejecución es pobre, pobrísima: No ha sacado ninguna reforma importante, y sacan pecho con una tributaria que quebró aerolíneas, hoteles, petroleras y constructoras. La inversión pública, en abril, iba apenas en 16% de ejecución, lejos del 33% que debería llevar para esa fecha. No han tramitado la adición de $25 billones que les dejó, como regalo inmerecido, el gobierno Duque. No han entregado grandes obras, ni anunciado las nuevas. Y del Plan de Desarrollo nadie sabe, porque terminó deslucido y mediocre.
Este gobierno colapsó. Y a Petro le quedan 3 años y dos meses de lucha en el fango. Pero los colombianos, como siempre lo hemos hecho, saldremos robustecidos de esta crisis, protegiendo nuestra democracia. Esta noche oscura nos dejará lecciones, y en 2026 resurgiremos como la potencia trabajadora y resistente que nunca dejaremos de ser. Vamos a luchar por ello.