Si hay una expresión que resuma al gobierno de Gustavo Petro es la famosa frase del ex comandante del M19, Jaime Bateman: “Hay que preparar el gran sancocho nacional”. Pero un sancocho también requiere método y cuidado. El orden en el que se colocan los ingredientes, la calidad de estos, el fuego, la leña determinan si es un éxito o un fracaso. Con la paz total es igual. Ahí es donde tenemos que mejorar, especialmente cuando se está tratando de la apuesta más ambiciosa que ha tenido el país para tener una sociedad más pacífica e incluyente.
Creo que es normal que cuando se tienen más respuestas que preguntas se llegue a ejecutar una idea sin pararse a analizar las consecuencias. También es fuerte la tentación de ubicar siempre la responsabilidad en los enemigos. Pero esa curva de aprendizaje, tan natural en cualquier lugar, en Colombia tiene el correlato de la violencia más larga del mundo respirándole al cuello. Cualquier chispa prende el fuego, cualquier error lo estalla todo. Y tiene razón en eso el presidente, los saboteadores son muchos y la incertidumbre no ayuda.
La ecuación de la paz total es paradójicamente sencilla: desactivar todos los factores de violencia organizada, especialmente el narcotráfico, reconocer el carácter político de la última guerrilla del continente y además quitarles poder estructural a las mafias y a las violencias. Hasta aquí suena todo muy lógico, ¿pero que pasa si nos equivocamos en las premisas?
Varias cosas están pasando en diferentes territorios, que retan la cosas que consideramos verdades. Es una especie de explosión de expectativas en un contexto altamente violento. Y una cosa es lidiar con la frustración acumulada y justamente rabiosa del movimiento campesino que ha pasado décadas firmando acuerdos incumplidos, y otra es lidiar con la frustración de los pequeños y medianos mineros en medio del control territorial de un grupo armado. Sí, es necesario que aceptemos que los grupos armados controlan territorio y población y en eso hay mucho más que un ansia de apropiación de rentas ilegales. Esa premisa, la de no hay grupo puro, es totalmente cierta. ¿Entonces, qué está fallando? ¿Por qué no cesa la violencia?
La hipótesis que quiero aventurar en esta columna es que todos los actores del sancocho de la paz total tienen la percepción de que ganarán, porque perciben al actor más grande y fuerte – en este caso a las Fuerzas Armadas – como ausentes del juego. En eso, el ELN exige en la mesa de diálogo que el Estado limpie a Arauca de disidencias, algunos grupos cruzando la frontera incluso piensan que podrán negociar títulos mineros en el marco de la paz total, y los frentes del Chocó y Nariño están listos a disparar y a conservar territorio. Mientras tanto, el Clan del Golfo se asegura sus provisiones y su control en un momento de incertidumbre, haciendo lo que más saben hacer los grupos de violencia organizada en Colombia: utilizar población civil. Ante la incertidumbre, cada uno de ellos busca acumular el bien que les permitirá una mejor posición en la negociación: mayor control territorial.
En el sur del país, la agrupación conocida como el Estado Mayor Central de las FARC se postula a sí misma como una organización político militar, cuando hace meses en el Putumayo amenazaba los liderazgos sociales que intentaban construir una economía alternativa a la coca. Ahí, ellos se impusieron, considerando incluso enemigos a los antiguos proyectos de sustitución alternativa de la coca. Este caso, el del Putumayo hace que la premisa de que en esos territorios todos los campesinos quieran sembrar tranquilamente coca porque es lo que más les produce, de forma libre, y que el actor armado es un simple cobrador de rentas es falsa. La coca también fue impuesta de forma violenta, aunque rentable.
Y aquí viene mi otra hipótesis, tal vez mucho más polémica a los ojos de mis colegas violentólogos: el narcotráfico ha sido motor de la violencia, pero hoy la violencia en sí misma es una economía ilegal y tal vez la más rentable de todas. Eso quiere decir que hay más variables a considerar en un proceso de acercamiento y negociación con los actores armados, pero especialmente hay que responder a la pregunta: ¿cómo logro que la violencia deje de ser rentable? Sobre esto tratarán mis columnas posteriores.