El traje nuevo del emperador

La moraleja de este cuento infantil es extraordinaria. Un grupo de hombres astutos, disfrazándose de sastres, lograron venderle al emperador el traje más hermoso del mundo, sabiendo que era vanidoso. Le advirtieron que solo los sabios y dignos de su posición podrían ver el traje, por lo que ninguno de sus ministros le informó que estaba saliendo a la calle completamente desnudo. El engaño solo se descubrió cuando un niño exclamó: “¡El rey está desnudo!”.

En medio de la actual coyuntura política colombiana, donde ocurren tantas cosas simultáneamente, muchos de nosotros, como opinadores públicos, nos encontramos dando vueltas en círculo, buscando explicaciones para el estado de desnudez en el que se encuentra el país político y cómo, al igual que el rey de la historia, se está volviendo ridículo. El reciente informe de PARES sobre el desempeño legislativo y el comportamiento del “Congreso del Cambio“, junto con el 69% de desaprobación hacia nuestro parlamento, revela mucho.

Por un lado, durante muchos años nos hemos autoconvencido de que el sistema de distribución del poder en Colombia era natural y democrático. No obstante, las presiones ejercidas por el gobierno de Petro sobre el sistema político colombiano, tanto en su aspecto nominal como en el real, han expuesto profundas fracturas. He escuchado a muchos exfuncionarios destacados y genuinamente competentes afirmar que en el pasado se protegía a los trabajadores estatales y que los nombramientos se basaban en criterios técnicos. Afortunadamente, esta coyuntura ha permitido que una parte de los medios de comunicación, que antes aceptaban las “cuotas políticas” como algo normal, ahora evidencien la falsedad de este argumento. Incluso la frase “uno gobierna con los amigos” está empezando a perder fuerza.

El escándalo Sarabia-Benedetti ha puesto al descubierto la profundidad de las negociaciones políticas, siempre llevadas a cabo en secreto, y ha revelado que es habitual que a algunos políticos profesionales se les paguen aviones privados, mientras su riqueza crece en medio de negocios que nunca quedan lo suficientemente claros. Sin embargo, también pone de manifiesto la profunda hipocresía de una Colombia que durante años afirmó que esto era normal en una democracia.

Por otro lado, quizás los más consternados sean aquellos que acompañaron la campaña del actual presidente, sufriendo las malas compañías de los lobistas e intermediarios profesionales. Esta semana, Mario Alcocer también mencionó el acompañamiento constante a la primera dama y cómo se posiciona una región frente a un ministro, lo cual ha generado preocupación. Pero tal vez el hecho de que la política esté desnuda a la vista de toda Colombia nos ayude a mirarnos en ese espejo con honestidad.

Actualmente, el sistema está diseñado de manera que gobernar sin clientelismo resulta imposible. ¿Tiene sentido reclamar que se reconstruya la gobernabilidad de la nada? Durante décadas, la función primordial de los políticos regionales ha sido el lobby y la intermediación para conseguir empleos en Bogotá que se les niegan en sus propias regiones. Esto ha llevado a que ellos y sus allegados asciendan y se conviertan en líderes de un Estado cada vez más mediocre. ¿Es lógico rechazar este comportamiento sin detenernos a pensar cómo cambiar la cultura del “recomendado” que impera en nuestra vida diaria? ¿Es lógico seguir teniendo leyes hiper restrictivas para que la contratación pública solo quede en mano de los contratistas, profesionales y recomendados?

Los gobernantes y gestores mejor valorados han sido aquellos que han sabido balancear con éxito este tipo de pactos políticos y al mismo tiempo cumplir uno que otro programa. Han avanzado poco a poco, generando pequeños cambios, pero también enormes frustraciones sociales que nos han costado muy caro. En muchas regiones de este país, el Estado ha mirado hacia otro lado mientras actores armados asumían la responsabilidad de impartir justicia, establecer reglas e incluso llevar a cabo proyectos de infraestructura, a costa de la vida de demasiadas personas. No fueron pocos los funcionarios públicos, incluidos congresistas, que aceptaron beneficios de la corrupción y la violencia. ¿No es hora de detenernos y aceptar que nuestra democracia regional es precaria porque así lo ha preferido el centro político? ¿No es cierto que la razón por la cual no hemos logrado liberarnos de los clanes políticos es porque sus poblaciones no tienen oportunidad de acceder a bienes y servicios públicos sin su intermediación?

Queridas personas que me leen, ¿no creen que es el momento de reflexionar sobre cómo construir gobernabilidad sin corrupción ni clientelismo? Al menos valdría la pena revisar algunos planes. Una reforma laboral podría haber sido parte de la solución para librarnos del lastre de los congresistas recomendando hojas de vida para cualquier empleo público (lo cual no es normal) y de los funcionarios con un jefe político (tampoco es normal). Pero ya sabemos cómo terminó esa propuesta.