En los últimos meses y especialmente desde que el Presidente Gustavo Petro comenzó a hablar de la Paz Total, mucho se ha discutido y especulado sobre la figura social y jurídica conocida como Gestor de Paz, y no es para menos, si tenemos en cuenta que esta figura ha servido para que personas como el reconocido delincuente Luis Alfonso López, alias “Tiburón” recobrara la libertad aduciendo que se convertiría en Gestor de Paz, beneficio adicional al que le diera el mismo Juez que lo envió a pagar una pena de varios años de prisión en una Mansión de uno de los barrios más lujosos de Barranquilla, por el asesinato de un reconocido periodista en Magangué. Cosas de la justicia, dicen las víctimas del sur de Bolívar y la Mojana, que señalan a este señor y su reconocida madre alias la Gata, como autores intelectuales y materiales de múltiples delitos.
Pues bien, ser reconocido en Colombia como gestor, constructor, tejedor de paz, más que una necesidad es en si mismo una dignidad, un reconocimiento que se gana con el compromiso y la labor constante no violenta, a favor de la paz y la convivencia. Ser Gestor de Paz, en el marco de la solución pacífica del conflicto armado en sus múltiples manifestaciones, incluye una serie de responsabilidades que requieren la realización de actividades y que por supuesto, deben reportar unos resultados claros en relación con el proceso de conversaciones o diálogos como se contempla en el artículo 8º de la Ley 2272 de 2022 que actualiza y modifica la conocida Ley 418 de 1997.
Pero más allá de la figura que se contempla en dicha Ley, donde se define también la calidad de Representante o Vocero de Grupo Armado y se les asignan unas características. Las llamadas gestorías de paz para el caso específico de la búsqueda de la paz por vía de negociación o sometimiento, han cumplido un importante papel en los acercamientos, diálogos exploratorios, y construcción de la agenda, así como en la búsqueda y generación de ambientes favorables al proceso. Basta recordar al comandante del ELN, Tulio Gilberto Astudillo Victoria, conocido como ‘Juan Carlos Cuéllar’, con más de 30 años haciendo parte del ELN, y miembro de la Dirección Nacional de esa organización insurgente, quien en varias ocasiones y por distintos gobiernos, incluido el actual, ha sido reconocido y designado como gestor de paz. Juan Carlos Cuellar, inclusive en momentos en que ha estado en detención intramural, como en la cárcel de Jamundí o la de Bellavista, promovió no solo los últimos acercamientos con el ELN, organización que lo reconoce y le delega este tipo de funciones, sino que también fue un puente importante en los acercamientos iniciales con las FARC-Ep, que llevaron a establecer una mesa de negociaciones y la firma del acuerdo de paz de 2016.
Adicional a estas gestorías, que se involucran directamente en la búsqueda de las transformaciones del conflicto armado y que son fundamentales en la generación de confianzas, también existen otro tipo de gestores de paz, menos reconocidos o con responsabilidades autoasignadas, como el inmenso voluntariado que conforma a las redes y organizaciones que día a día trabajan por la paz y la reconciliación. Son un inmenso mar de corazones y manos que sin el mayor reconocimiento económico o político, tejen acuerdos locales, se inmiscuyen en positivo en los conflictos intrafamiliares, en las peleas entre vecinos, en la defensa de las normas cotidianas que hacen posible la convivencia en los barrios o en los conjuntos residenciales, o que también son contratados, por algunos meses, sin estabilidad laboral en algunas alcaldías que han entendido que la prevención y la construcción de convivencia es muy importante para lograr la estabilidad social de la comunidad.
En el caso de Bogotá, estos gestores de paz, muchas veces sin más herramientas que un chaleco rojo, han logrado intervenir en conflictos y prevenir que estos se desarrollen de forma violenta, no sin antes ser señalados por algunos medios de comunicación y/o algunos periodistas, los cuales deberían recibir cursos de comunicaciones para una buena gestión de paz, como cómplices de los “grupos de desadaptados”, o promotores de la violencia o de la impunidad.
Ser Gestor/a de Paz es una dignidad que se gana con compromiso y trabajo cotidiano, que se puede ejercer en muchos escenarios sociales o políticos. Se necesitan gestores para fortalecer los comités de convivencia de las Juntas de Acción Comunal o los Consejos de Administración de propiedad horizontal, o jueces de paz y equidad como programa reconocido en la cadena de aplicación de justicia restaurativa, en la cual se busca apoyar, por ejemplo, la justicia restaurativa ancestral indígena.
La paz total exige fortalecer las organizaciones y colectivos locales y nacionales que trabajan por la paz, y hacer de estos un gran equipo de gestores/as para desarrollar pedagogías que aporten en la construcción de una cultura de paz, de goce pleno de los Derechos Humanos y de promoción del Derecho Internacional Humanitario. Nos urge un equipo de gestores y gestoras para desarrollar trabajo y acompañamiento a las víctimas del conflicto armado y sus organizaciones, para promover los derechos de la mujeres y avanzar en su empoderamiento e inclusión en la toma de decisiones políticas, económicas y sociales, para promover la movilización social desde la no violencia, para proteger y defender la naturaleza, la biodiversidad, los ríos, humedales, ciénagas, lagunas, la riqueza ambiental y forestal, para fortalecer el voluntariado humanitario y preventivo ante los desastres que causa el cambio climático, para fortalecer la participación ciudadana, la democracia, la autonomía y el gobierno propio de pueblos étnicos, y en general para construir constantemente la paz integral.
Por esta y otras razones, ser gestor o gestora de paz no puede ser una práctica que lleve a la impunidad, sino el reconocimiento a un compromiso, un actuar, una voluntad refrendada en el tiempo y el actuar constante. Un gestor o gestora de paz, debe demostrar su compromiso con la verdad, la justicia, la reparación integral y trabajar constantemente por la no repetición de los hechos violentos como prueba de que los cambios serán posibles.
Luis Emil Sanabria Durán