Hay que creerle a todo el mundo y a ninguno al mismo tiempo. Ese parece ser el mensaje que tiene a Colombia igual de dividida que siempre, y a todos tomándonos de la cabeza para tatar de entender para dónde vamos. Cierto era que vendría un cambio, esa fue la promesa del candidato Petro y en una coherencia que no se puede desconocer, es exactamente lo que el Presidente Petro ha conseguido en sus primeros meses como jefe del país. Cambio hay, pero aún no se sabe a ciencia cierta con qué adjetivo calificar esa palabra.
Primero llegaron los anuncios de la transición energética y en el centro de la discusión la ministra de Minas regalando titulares a diestra y siniestra. El sector, afincado en sus conocimientos técnicos, se estrelló de frente contra una pared dogmática al encontrarse con que esto ya no se trata de gráficos, cifras reales o conclusiones juiciosas de estudios serios y validados, sino que estaban en la sala de la casa de una conversación severamente ideológica en donde el mundo está dividido entre los buenos que quieren el cambio y los malos que aman el statu quo. Fin.
Luego vendría la incertidumbre que deja una prolongada espera en nombramientos claves de diversas entidades, algo que superó lo “habitualmente esperado,” pero tal vez se nos olvidaba que no estábamos jugando con las mismas costumbres de lo “habitualmente esperado”, aún hoy se está terminando de llenar el tablero para que el juego esté completo. A esto se sumarían anuncios que han generado señales de alarma, un primer control a los aumentos de los precios de peajes en carreteras, luego la noticia de que el presidente asumiría funciones de regulación de los servicios públicos y finalmente una marcha para adelantarse a sus opositores, con la que buscaba demostrar el apoyo de su electorado a una reforma a la salud que ha tenido todo tipo de críticas, tanto de forma como de fondo, siendo el fondo realmente lo importante.
Que vamos derechito para ser como la “hermana” República Bolivariana de Venezuela; que pasaremos lentamente a entender el mundo como lo hacen en Perú, donde la economía se acostumbró a operar en una marea política altamente tormentosa; o que aquí no va a pasar nada y el péndulo tenderá a oscilar rápidamente buscando un equilibrio que nos regrese a lo ya conocido; son teorías que todos los días se cocinan en las mesas de las familias y las salas de juntas del país. Pero también es cierto que, en la matemática del líder del Gobierno, nadie sabe qué pueda pasar. Las fuertes reformas que fueron anunciadas día tras día en campaña, aún no han sido presentadas en su totalidad y con apenas los dos primeros documentos que se tienen: Plan Nacional de Desarrollo y reforma a la salud, ya se ve que la cosa no es broma.
La semana que terminó tiene una significancia especial, porque el pulso de la calle no dio ganadores contundentes y se hace evidente que vienen más fragmentaciones, tanto en el Legislativo como en el Ejecutivo. En la coalición de Gobierno, esa que de forma arrolladora aprobó la reforma tributaria el semestre pasado en el Congreso, ya no se ve tanta claridad frente al proyecto de ley de la salud. Ahora lo que viene es cómo jugará esta ronda el Presidente y si dejará que esta pelea se pierda bajando la bandera de que él cumplió presentando lo que había anunciado en campaña, pero fue el Congreso influenciado por la maquinaria empresarial y los enemigos del cambio los que lo impidieron. Dejar pasar la reforma podría ser una jugada que nuevamente descolocaría a varios, pero le permitiría ir por otras partidas en donde es más claro el beneficio económico que tendría para su Gobierno, como lo son la reforma pensional o la política.
Como no todo está sobre la mesa y parece que estuviéramos jugando la partida en un tablero dinámico, que puede cambiarse al antojo de quien reparte las cartas, cualquier cosa puede pasar. Los rumores indican fracturas en el gabinete ministerial que son fáciles de entender, puesto que nadie puede ignorar que ahí conviven fuertes creencias y las diferencias son notorias. De ideólogos a técnicos, pasando por personalidades moderadas o de ataques frontales, sencillo resulta ver la tensión que engalana las conversaciones que deberían tener como objetivo darle forma a lo que se espera sea el futuro del cambio.
La calle parece que será ahora un espacio de convocatoria tan utilizado como las redes sociales. El Presidente medirá su pulso de forma constante y con ello también el tono de su discurso. La oposición, que puede estar empezando a sentirse más unificada, también lanzará sus dados en juego con el único desafío de poder medir y sentir hasta dónde podrá tirar de la cuerdita para no reventarla.
El peor error puede ser empujar y tratar de arrinconar al Gobierno y a su líder, ahí, todos perdemos, incluso el propio Presidente. El fino balance entre ideología y evidencia no se debe perder (más allá de lo ya evidenciado), cambiar intempestivamente de reglas o de tablero, puede desbalancear aún más esta ecuación.
Alfonso Castro Cid
Managing Partner
Kreab Colombia