El sociólogo polaco-británico Zygmunt Bauman (1925-2017) tenía razón al argumentar que la vida social se ha transformado en vida electrónica o cibervida, escenario acentuado con la Pandemia del Sars Cov-2 que sirvió para acelerar el proceso de la ciberactividad. La sociedad humana ha dejado de ser una sociedad de personas para convertirse en una sociedad de sujetos de derechos mediados por los algoritmos que, no son más que un listado de instrucciones que le indican a un dispositivo electrónico qué hacer en una mina de datos bajo el reinado de la Inteligencia Artificial.
Las relaciones interpersonales heridas de muerte, agonizan entre un desenfreno de datos que marcan el compás del devenir social en la manera como las personas se relacionan en la recreación, la educación, los deportes, el gobierno, la banca, la empresa, la salud y hasta en el sexo. Qué épocas aquellas cuando el interlocutor era otra persona y se podía ir a un punto geográfico para dialogar, para quejarse, para divertirse, para aprender, para llorar por el ausente o simplemente por el placer de ver o escuchar al semejante.
Las organizaciones de toda índole han echado mano de la novedosa interacción digital en todas sus presentaciones, bajo el amparo del argumento de la correcta prestación de sus servicios a un menor costo operacional llegan a sus usuarios y a todo aquel que demande de sus servicios. Ya no se trata de una sociedad de personas, sino de sujetos de derechos que establecen relaciones cada vez menos dialógicas frente a una pantalla. Los otrora establecimientos utilizados con el fin de contactar personas para atender inquietudes en la materia que fuere, son utilizados para que las personas asistan a interactuar con dispositivos digitales, raramente se encuentra allí una persona, en su reemplazo hay sujetos de derechos que han sido entrenados para responder según un flujograma de información. Los humanos se hacen cada día más máquinas, las máquinas, más sujetos.
La sociedad humana se desmorona sin ser consciente de ello, es menos colectivo de personas en su sentido ontológico moral. Las personas son reemplazadas por sujetos de derechos y de deberes regidos por la ley; ley que poco a poco será sustituida por algoritmos. Pareciese que nadie lo notase o silentemente se aceptase el mezquino destino de la humanidad. Las organizaciones fracasan en la consideración moral para y con las personas. Los éxitos empresariales van en detrimento de la persona en favor del ciudadano digital. No importa la persona, importa el consumidor que se manifiesta en estadísticas representativas de satisfacción. Pareciera que las empresas, entre ellas, las encargadas de prestar servicios personales fundamentales como la educación, la salud, la religión, la energía, el agua potable no fueran regentadas por personas, en su lugar hubiese humanoides tras los hilos directivos para quienes el éxito se traduce en aparentar con la mediación de dispositivos electrónicos la satisfacción de las necesidades de sus consumidores.
Bauman en la Introducción de su libro El Arte de la Vida (2009) sobre la pregunta ¿Qué hay de malo en la felicidad? señalaba que son las etiquetas, logos y marcas los términos del lenguaje de reconocimiento que han dado imagen a la identidad y que las personas huyen de sí mismas para llegar a ser otras personas fabricadas a su medida. Valdría la pena añadir que esas personas hechas a su medida son diseñadas por el digitalismo bajo el imperio de la Inteligencia Artificial. Las personas desaparecen para ser sustituidas por la mejor versión de sujetos de derechos que los “likes” pueden crear. Gran responsabilidad atañe a los dirigentes de lo público y de lo privado frente al ocaso de la sociedad de personas. Se está frente a la sepultura de la sociedad personal, en su lugar, se gesta la sociedad impersonal.