El caso del hijo y del hermano del presidente Petro, es el menos grave, aunque es el que más agita a los medios, a las redes opositoras y al lánguido centro más ambiguo que los falsos testigos de Uribe.
Lo que realmente abruma y preocupa es la manera como unos poderes descompuestos y unas instituciones funcionales a esa sostenida desinstitucionalización, están unidas y bloquean las reformas y acciones del presidente Petro y sus ministros.
Las amenazas de la Corte Constitucional de intervenir leyes en trámite, y las medidas cautelares del Consejo de Estado para evitar que el presidente intervenga las tarifas de energía, salidas de madre por obra y gracias de los gobiernos de la fundación neoliberal que cruza la constitución de 1991, realmente espanta, porque nunca las altas cortes se han atrevido a una medida de facto puesto que “en Colombia nada cambia si el poder no dice cómo y cuándo”. Pero, cuando llega un gobierno progresista por fuera del molde conservador-liberal y su desastroso neoliberalismo, se descontrolan y atacan.
Las reformas que impulsa el gobierno tendrán censura previa de las Cortes: un adefesio de intervención antidemocrática. También les pondrán medidas cautelares y amenazarán con intervenirlas. Asimismo, dirán que las leyes ordinarias deben ser estatutarias porque necesitan un “amplio debate ciudadano”. Mentiras, porque en Colombia nunca hay debate ciudadano, porque la democracia representativa una vez elegidos le cierran las puertas a la gente.
De esa manera, las reformas se podrían caer antes de tiempo, o si no serían neutralizadas con lo cual demorarían su trámite, y lo que aprueben será cuando haya transcurrido la mitad del período del gobierno de Petro, entonces, las reglamentaciones consumirían otros meses y solo quedaría un año para la implementación.
Si luego no llega en 2026 un gobierno a implementarlas, ocurrirá lo mismo que con el metro de Bogotá: un paso adelante cien atrás, solo porque la mejor idea del metro subterráneo era de Petro. Santos y Duque se prestaron para ello, y por eso Bogotá sigue jodida mientras Quito inaugura un metro subterráneo de 27 kilómetros. O lo sucedido con la paz hecha trizas en el espantoso cuatrienio de Duque.
Al poder no le preocupa un país colapsado con tal de bloquear al gobierno progresista: tienen la plata afuera y sus negocios en el país marchan a velocidad de mula, como ha ocurrido en los últimos 200 años, por eso la productividad de Colombia es sostenidamente negativa, la peor de la OCDE, es decir, siempre para atrás nunca para adelante, porque es extractivista y violenta. Una violencia es patológica cuando patológica son su dirigencia y sus políticas.
No demoran las dos Cortes en neutralizar la reforma a la salud: dirán que debe ser estatutaria para dilatar y neutralizar su aprobación, reglamentación e implementación. Además dirán que las EPS no pueden desaparecer a pesar de que decenas han desaparecido con billones de pesos, y las que quedan aún deben 23 billones a las IPS, dineros que el gobierno ya les giró. ¿Quiénes tienen nuestra plata?
El poder político y económico que las defiende, dicen que deben continuar. Y ese poder no dice quiénes son los dueños y los miembros de esas juntas directivas, porque sus nombres están ahí.
Igual, las dos Cortes decidirán para neutralizar otras reformas, generando un ambiente de caos institucional, que no será por culpa del presidente y de sus ministros, sino de la atrofiada mentalidad de la dirigencia.
Colombia camina con sus poderes a una solapada dictadura institucional liderada por las Cortes, porque el viejo poder político solo muestra imágenes tristes como las vistas en estos días en la casa de César Gaviria y las de Vargas Lleras en el Congreso de la República.
Entonces, imaginémonos una imagen de ficción de un gobierno compuesto por los presidentes de las altas cortes, por fiscal enemigo, procuradora opositora, presidentes de los partidos tradicionales y de los nuevos partidos, director del Banco de la República, los presidentes de la vagancia gremial, todos con la banda amarilla, azul y roja en su pecho, vestidos de negro, parados al frente del capitolio ante una plaza de Bolívar vacía y entre ellos peleando por mostrar a los medios de bolsillo cuál es el más poderoso y ultraconservador.
Se dividirán el poder, uno visitará la ONU, otro la OEA, otro la Casa Blanca, otro la Comisión Europea, otro al Parlamento Europeo, otro a Zelinsky, otro a Bukele, otro al FMI, otro a la CIDH, otro al Banco Mundial, otro al Vaticano, y así Colombia será el país con más “presidentes” en el universo, recibidos por funcionarios menores, sin alfombras y sin himno, sin café y sin cenas, todo por obra y gracia de las Cortes y sus medidas cautelares, y de los políticos de una rancia ideología conservadora, incluido “liberales” como Humberto de la Calle, salido de calle porque no fue presidente.
La actuación de las Cortes es un viento de golpe de estado jurídico, que será una barrera al cambio estructural en un país donde el modelo económico y de sociedad va en contravía de cambios en el pensamiento internacional que propone nuevos pactos políticos y sociales porque el capitalismo salvaje ya sólo se practica en tierras salvajes.
Si algo está roto en Colombia son las instituciones por corrupción, injusticia social y violencia.
Mientras el poder interno se resiste al cambio, el mundo reconoce a Petro y a su gobierno, y el pueblo también.
A la dirigencia se le pide cordura, responsabilidad, humanidad e inteligencia. Colombia no aguanta más atraso, inequidad y violencia. Quiere igualdad de derechos, libertad para conocerse, amar y convivir, oportunidades para estudiar, trabajar, emprender y crear, y espacio para construir la nación soñada distinta a la de los últimos 200 años.
Colombia no quiere Cortes de facto ni Congreso inescrupuloso. Quiere democracia y necesita un cambio, para ello no necesita cinco Cortes, solo dos, Corte Suprema y un confiable Consejo de Estado, tampoco Procuraduría ni Fiscalía, ni dos cámaras en el Congreso de la República, porque la sociedad se autoregularía a partir de un nuevo pacto social. La constitución del 91, está muerta. La perforaron tanto, que parece un colador que ya no sirve.