El exilio del tiempo y de las cosas

Si uno menciona la palabra «Exilio» se piensa en alguien que ha tenido que salir por la fuerza de su patria, de su territorio natural y no puede volver. Pero el exilio es algo que más bien ocurre, como consecuencia de algo más.

Uno puede saberse exiliado, pero es cuando te levantas en la mañana y pruebas el café y entonces en el primer sorbo recuerdas lo dejado atrás, ese otro café al que nunca volverás, es allí cuando te sabes realmente exiliado, eres consciente de ello. El exilio es, de alguna manera, el destierro del tiempo y de las cosas.

El que escapó de su país lo puede descubrir más fácilmente porque lo vive constantemente al comer, al hablar y al hallarse extranjero en las palabras, las formas de las calles se lo recuerdan constantemente, el pan. Se topan más rápido con el saberse ajeno pero no porque sean formas diferentes, sino porque descubrimos en ese preciso momento que existen, que siempre han existido y que esas forman nuestras han quedado atrás con la vieja casa y que siempre han estado allí y ahora que se es consciente de ello solo queda la imposibilidad de volver, queda el recuerdo. Pero todo es así, todo nos exilia.

El primer exilio es el de la niñez, esa niñez primera en la que lo único que existe es el instante, nada más. Solo ese lugar seguro donde somos libres del tiempo y de las cosas que agobian a los grandes. Pero entonces, sin darnos cuenta ha llegado una nueva etapa; ese descubrir otras cosas, ya empieza a no bastarnos el instante. Llega la inquietud del descubrir que se está creciendo. Hemos sido desterrados por la niñez y nunca más podremos volver (Y seguramente no lo recordamos pero el nacer debe sentirse igual al destierro, arrancados de la seguridad y el calor del vientre hasta que nos toman los brazos maternos). A partir de esa ruptura con la primera etapa de la vida seremos exiliados para siempre y viviremos añorando aquello. Así, cada etapa tiene sus símbolos y sus enigmas; los amores, los besos, las cosas, cada etapa tiene momentos y eternidades, y nos acostumbramos a eso que vamos descubriendo hasta que eso también nos tira al desierto de la incertidumbre previa a lo siguiente. Es el tiempo, que es la vida transcurriendo.

Los conceptos abstractos que tratan lo intangible que hay dentro del ser no son más que formas que le damos a sentimientos concretos. No importa el contexto para el espíritu cuando la ruptura se siente exactamente igual.

Aprendemos a vivir con la ausencia de lo dejado atrás pero nunca dejaremos de mirar el recuerdo con esas ganas de volver, de izar la bandera del color del instante en que fuimos eternos. Nos queda la condena del destierro constante del tiempo y el aprender a vivir con ello por ser inevitable.

Diría el poeta venezolano, Andrés Eloy Blanco en su poema, Las uvas del tiempo, «(…)los dias pasan pero aprendamos a pasar con ellos»

@poesiadegarcia

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