La economía perdió la virginidad

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Cecilia López

Durante décadas la economía no solo pretendió ser una ciencia exacta sino que se consideró por parte de los economistas como aislada de toda clase de influencias. La realidad se incluía en el llamado ceteris paribus, es decir, todo lo demás se supone constante. En otras palabras, la economía se creía neutra, alejada de otras esferas; esa era su gran virtud. Esta visión se reforzó a partir de los años 90 cuando la fórmula sobre el manejo de lo que se llamó los “fundamentals” de esta disciplina, se consignaron en lo que se denominó el Consenso de Washington, el cual fue adoptado por toda la tecnocracia latinoamericana como la regla de oro para el manejo de la política en este campo.

Tener una fórmula que permitiera frenar las hiperinflaciones que caracterizaron a muchas economías de la región; reducir los déficits fiscales que se habían desbordado; controlar el tamaño de la deuda después de la década de los 80’s —conocida como la Década Perdida en América Latina—, se convirtió en la felicidad de la tecnocracia. Qué fácil ser Ministro de Hacienda cuando bastaba con seguir esa fórmula para alcanzar el paraíso: crecimiento del PIB alto y sostenido, baja inflación y déficits reducidos. Esta receta se enmarcaba en el principio de abrir las economías bajo la norma de “exportar o morir”.

Han pasado varias décadas y sin negar que hubo períodos de crecimiento alto, en promedio nunca se llegó, claramente en el caso de Colombia, a niveles como los que se alcanzaron en los años 60 y 70 cuando se seguía la idea de la industrialización con economías protegidas. Pero actualmente, en pleno siglo XXI, esta forma simple de abordar el manejo económico muestra profundas deficiencias. Hoy América Latina y Colombia no es la excepción, ven amenazados los avances sociales, aún insuficientes, que se alcanzaron en la última década, entre otras, porque su dinámica económica es una de las más bajas entre las de países emergentes. Se agotó la fórmula neoliberal, afirma reiteradamente el Nóbel de Economía Joseph Stiglitz.

Pero hay un elemento adicional. Tanto en Colombia como en Chile que se sigue considerando como modelo a seguir en la región, los expertos afirman que la amenaza actual para el crecimiento de las economías y para el desarrollo es el populismo, tanto de derecha como el que vivimos en Colombia, como el de izquierda que azota a Venezuela, Nicaragua e inclusive Bolivia. En términos colombianos, se reconoce que la forma como se comporta el debate político y su polarización está afectando seriamente las expectativas de inversión y la demanda interna, claves para dinamizar el crecimiento de la economía.

La manera más clara de describir esta situación es que ahora la economía perdió su virginidad, que la mantenía pura y aislada de la política, y ahora es esta última la que puede explicar en parte la frustración de muchos ministros de economía y de varios presidentes, entre ellos Iván Duque, ante las malas señales que están mostrando los indicadores económicos. Así lo nieguen los economistas ortodoxos, muchos de los cuales se mantienen en el poder, aquí y en Cafarnaúm, las expectativas son fundamentales en el proceso de toma de decisiones de los actores claves para el desarrollo: inversionistas extranjeros y locales. A su vez, ahora que se volvió a reconocer la importancia de la demanda interna, tan vilipendiada durante el imperio del Consenso de Washington, es evidente que un mal ambiente determinado por falta de norte en el manejo del Estado y diferencias profundas entre quienes ostentan el poder, desestimulan a los hogares, quienes prefieren esperar a que lleguen tiempos mejores para dinamizar su consumo.

Es evidente entonces, cuando el gran debate alrededor de la economía gira en torno al peligro que representa para su dinámica el populismo, que la economía dejó de estar aislada; perdió su aparente neutralidad y, por consiguiente, dejó regada su virginidad, para frustración de quienes tienen la responsabilidad de responder por el comportamiento de las variables económicas. Una economía vulnerable que ha dejado de velar por las necesidades de sociedades desiguales, con una gran concentración del poder económico, y sobre todo, que no se puede manejar con fórmulas, es el gran dolor de cabeza de los economistas del siglo XXI. Lo peor es que se niegan a reconocerlo: la verdad es que la economía perdió la virginidad. 

Probablemente lo que va a suceder es que retornará a la agenda la llamada economía política —que tanto despreciaron los ortodoxos—, es decir, la “ciencia que trata del desarrollo de las relaciones sociales de producción” que sí admiten que las decisiones sobre cómo se organiza una sociedad, o sea la política, es la que definitivamente determina el cómo y el cuándo del desarrollo de los países.

Twitter: @CeciliaLopezM

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