La pandemia real es la de la estupidez

Juan Camilo Clavijo

Vivimos en la tiranía de la estupidez. Padecemos la democratización de la tontería. Sufrimos la masificación de la intolerancia, el mal gusto y la frivolidad. Prejuicios tan arcaicos como nuestra especie, tan absurdos como que el Covid – 19 en realidad no existe (Cristian David Molina Cruz, Universidad del Rosario, 2018).

Al democratizar el debate (¿o su vulgarización?) todos los individuos tuvieron voz para decir lo que quisieran, como quisieran y en el tono que quieran. Estas libertades democráticas (las cuales apoyo firmemente) llevaron poco a poco al axioma que toda opinión es respetable, suponiendo que todas ellas son correctas.

La confusión viene generada fundamentalmente por la mezcla combinada de varios conceptos. En primer lugar, por no distinguir entre el derecho a tener una opinión y el derecho a que esa opinión sea respetada. Evidentemente todo el mundo puede tener una opinión (¡faltaría más!), pero eso no significa que todo el mundo tenga derecho a que esa opinión sea correcta.

En segundo lugar, la confusión se produce por no distinguir adecuadamente entre el “quién” y el “qué se dice”. Esto lo vivimos a diario (¿les suena Twitter?). Cuando alguien da su opinión, toma cualquier desaprobación como un ataque personal, como una amenaza, digámoslo así, a su capacidad como interlocutor. Sin embargo, es preciso siempre diferenciar entre lo que dice y quién lo dice, dejando bien claro que se está en desacuerdo con lo que se ha dicho y no con quién lo ha dicho.

Como tercero, es hacer la aclaración que tener opinión no es lo mismo que pensar. El pensamiento, sobre todo si está fundamentado, es fruto del estudio, de la experiencia o de la sabiduría. Únicamente siendo un experto en la materia, nos ganamos el derecho a participar en el debate. Siendo un experto es cuando se produce ese proceso interno de reflexión que constituye el pensamiento propio. Lo contrario, es decir, limitarse a repetir opiniones de otros escuchadas o leídas, por ejemplo, en la prensa, no aporta mucho al debate.

Y en cuarto lugar, Carl Sagan a través de su “Celebración de la Ignorancia”, afirma que la democracia a lo bruto (como la actual) defiende la igualdad de todas las opiniones, no el derecho a tener una opinión. Existe ante un relativismo extremo en el cual todas las opiniones tienen el mismo valor y merecen la misma oportunidad de difundirse.

Asumir como correcto lo que todos digamos o escribimos es el camino natural para llegar a esta pandemia de la estupidez. Aristóteles en su Metafísica afirma: “Porque el que sólo tiene opiniones, si se compara con el que sabe, está en estado de enfermedad en relación con la verdad“, en el mismo escrito, afirma que aquel que solo tenga opiniones debería dedicarse totalmente al estudio, igual que lo hace un enfermo cuando se ocupa de su salud, mas que el hombre sano.

100 años antes que Sócrates, el sabio chino Lao-Tse, el mayor exponente del taoísmo, afirmo:

Saber que no sabemos

es un gran conocimiento.

Pensar que sabemos, cuando no sabemos,

es una gran enfermedad.

Sólo aquel que sabe que está enfermo

puede curar su enfermedad.

El sabio tiene salud.

Él muestra a los demás sus enfermedades

y así pueden ser curados.

¿Cómo evitar que una opinión sea correcta y no solo respetable? Las opiniones tal como las tesis necesitan de evidencia. Por ejemplo: la tierra es plana, el Clorox funciona contra el Covid-19 o la actual pandemia es un plan diseñado por Bill Gates para tomarse el mundo ¿Es esto respetable? ¿es correcto? ¿lo respetable es automáticamente correcto? Lo que es claro es que no tienen ninguna evidencia. Alimentan esta tormenta de noticias falsas, que han moldeado la actual dictadura de ignorancia.

Tanto Platón como Aristóteles afirman que el conocimiento se puede alcanzar a través del cultivo de la razón, como también por medio de la intuición. Esto se desarrolla a través del estudio de la ciencia y la filosofía. Es decir, por medio de una vida que no se dedica vulgarmente al entretenimiento, como sucede actualmente, donde solo nos enfocamos en los deportes, farándula, ultima foto en Instagram, viajes, vanidad, etc. sino a la interrogación de la realidad, la indagación de los principios y la observación de la propia conciencia o alma. Medios que contribuirán a la formación de opiniones correctas.

Para hacer más pavorosa esta pandemia de la frivolidad, en la actualidad existe la mayor caja de resonancia que ha tenido la humanidad: internet y las redes sociales como su gran medio. Lo viral de los contenidos se convirtió en la nueva razón de ser de negocios, economías, personajes, premios, reconocimientos e ingresos. Twitter con sus cortas ofensas hipnóticas es un claro ejemplo de cómo lo corriente se ha vuelto el pan diario de la humanidad.

Pero lo preocupante no es el alcance que tienen esos mensajes, lo verdaderamente escalofriante es que cualquier persona con una opinión apenas respetable puede encontrar el mayor aforo posible. La ventana de comunicación no solo se abre a su comunidad, sino a la humanidad entera. ¡Entonces es como tener a un idiota jugando con un super megáfono que no solo nos ha llevado a ser unos entes, sino que es peligroso al dar opiniones que no son correctas, sin evidencia!

¿Como parar ese idiota para que sus opiniones no solo sean respetables, sino correctas? Primero, debemos defender el derecho a tener una opinión, no que todas las opiniones son iguales (¿o respetables?), luego estudiar, trabajar en la contemplación platónica para cuestionarse sobre la realidad, la vida y nuestro rol. Con esto, podremos dejar a ese idiota hablando solo, y dedicarnos a dar opiniones correctas. Esto enmarcado dentro de la diferencia entre “que se dice” y “quien lo dice”, para esto no se necesita ser sabio, solo un poco de criterio para separar ambos elementos.

@Myloclamar

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