Más cornadas da el hambre

Por: Marcial Muñoz


No es tiempo de toros, pero viene muy a cuento la famosa frase del diestro español José Manuel García, alias El Espartero, a finales del siglo XIX, cuando le preguntaron si no tenía miedo a la muerte al ponerse delante de un toro, a lo que él, con su gracia andaluza natural, respondió de manera irónica: “¿Miedo al toro? No, más cornadas da el hambre”.

Colombia cumplirá la semana entrante tres meses confinada. Y va camino de ser uno de los países donde el periodo de aislamiento será el más prolongado de todo el mundo. Especialmente porque a día de hoy no hemos alcanzado aún el pico de la pandemia, y no hay un horizonte claro, o al menos el Gobierno no lo ha transmitido con claridad.

No se puede negar el éxito de las medidas del Gobierno en los primeros momentos de la crisis. Mientras que medio mundo contaba cientos de muertos diarios, aquí en Colombia nunca se disparó a esos niveles el número de contagios. Y tenemos uno de los índices más bajos de fallecidos por millón de habitantes. Únicamente el drama de las algo más de 1.000 familias de fallecidos llevan la cruz para siempre de esta infame pandemia.

¿Pero de ahora en adelante qué? El presidente se enfrenta a la decisión imposible: susto o muerte. Haga lo que haga, decida lo que decida, lo más probable es que le vaya a explotar en la cara. Si decide abrir la mano: mal, posiblemente los contagios aumenten, y con ellos, el número de muertos, con el costo moral y de imagen que eso conlleva. Si decide mantener la posición conservadora del confinamiento, aunque sea cada vez más laxo: peor. Los muertos no se vendrán en las próximas semanas, sino durante los próximos años. Y vendrán miles, o cientos de miles de muertos fruto de la pobreza, de la violencia que provoca la miseria, de la brecha de la desigualdad y hambre. Del desplome del sistema propiciado por la caída sin precedentes del consumo.

Cada semana con la economía a medio gas, son cientos de miles de personas las que se quedan sin empleo. Cada mes que pasamos confinados y sin un rumbo claro en el manejo de los tiempos, millones de personas de toda clase social están condenadas a la pobreza, posiblemente durante muchos años. Y le apuesto a que en este mundo frenético, donde las noticias caducan de un día para otro, nadie se acordará de que Colombia libró la pandemia con 2000-3000 muertes si al final nos quedamos en esas cifras. Y que la gestión sanitaria fue buena. Esos mismos que dijeron que “muy bien el confinamiento” se le echarán encima por la crisis. Porque un país con un 30%-40% de desempleo es inmanejable.

Nuevamente presidente, mire al mundo, mire como están saliendo de esto otros países. Comunique con claridad los pasos que vamos a seguir en las próximas semanas, sea igualmente claro con los empresarios, deles tiempos, un rumbo para saber que hacer con sus negocios, y con millones de empleos. El hecho de salir todos los días en televisión no quiere decir que esté comunicando. Al contrario, corre el riesgo de que nadie le preste atención a escuchar los mismos mensajes a diario, como un párroco que cada día pierde a sus fieles en la misa diaria.

El ascensor social ya está en marcha hacia abajo y sin frenos. En su mano presidente está el qué no bajemos desbocados, e intentar salvar algo de lo que se ha construido durante décadas. La decisión, sea cual sea, será dolorosa y hay que buscar el mal menor desde todo punto de vista. Es el momento de apelar a la responsabilidad individual, el momento del sentido común, de la concientización de todos por fuera de cuatro paredes para levantar el país, pero sin esparcir el virus; el momento de la información clara, sin guardar ases en la manga. Y, sobre todo, de tratar a la ciudadanía como adulta. Tenemos derecho a saber que va a ser de nuestras vidas.

Por cierto, al famoso torero español Espartero no le mató el hambre, le mató una cornada en la Plaza de las Ventas de Madrid. Murió seguramente como siempre pensó que moriría, matando. Sin miedo. Presidente, espero que en nuestro caso, esta cornada no sea mortal, ni la del virus, ni la del hambre.

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