Minas antipersonas: fantasmas violentos

El Comité internacional de la Cruz Roja -CICR- este mes dio un balance preocupante -aunque no extraño en nuestro país-, entre lo que informó en su balance resaltó 3 cosas.

El personal de salud “no solo tuvo que enfrentarse a la emergencia que generó la pandemia por COVID-19, sino también a la intensificación de la violencia contra los trabajadores sanitarios por parte de la población civil y los actores armados.

Documentó una desaparición cada tres días.

En 2020, registró 389 víctimas de artefactos explosivos, el número más alto de los últimos cuatro años.

Quiero profundizar en una parte de lo reportado, en hablar de las minas antipersonales, no es que las demás no merezcan un par de líneas, pero por ahora quiero reflexionar sobre esa problemática.
“Las minas son fantasmas del pasado que nos recuerdan la historia y el contexto violento que ha tenido el país”.
Son silenciosas observadoras, parece que no estuvieran allí, por años esperando sorprender a alguien, generalmente no las vemos hasta que es tarde.

Son pacientes, esperan y esperan hasta encontrar a alguien que para entregarles su “regalo”, se ubican cerca de pueblos, caminos, escuelas, ríos y fincas, esperan allí bajo el inclemente sol o una torrencial lluvia.

A veces escuchan las risas de niños que juegan a la distancia, a jóvenes parejas que se prometen amor, a campesinos que van tras algún animal que saltó una cerca. A veces sienten la emoción de activarse y lastimar, a veces simplemente siguen a la espera de alguna víctima.

El propósito de las minas es simple, matar o lastimar al enemigo, pero el problema es que es un arma “no selectiva”, cualquiera podría ser víctima de la misma, no distingue entre uniformes o ruanas. Afecta la forma de vida y de trabajar de las personas, sus efectos no terminan terminados los enfrentamientos.

Cuando alguien cae en ellas, su vida cambia para siempre, partes se van y no regresan, no todos pueden acceder a prótesis.

Justo en marzo de 1999 se terminó de dar vida a La Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal, en esta se habla de no usar más este tipo de artefactos, identificar zonas con presencia de minas y garantizar su destrucción. A pesar de más de 20 años de la vigencia de la convención, se siguen presentando siembra de minas como parte de una estrategia bélica que más que resultados tácticos busca desangrar a cualquiera que “no debería estar allí”.

Un futuro libre de conflictos armados parece poco probable, y uno sin la presencia de estos fantasmas parece aún más distante, a diferencia de los fantasmas que aparecen en la televisión, estos no se van tan fácil terminada la función, o en este caso, el conflicto.

El Comité internacional de la Cruz Roja -CICR- este mes dio un balance preocupante -aunque no extraño en nuestro país-, entre lo que informó en su balance resaltó 3 cosas.

El personal de salud “no solo tuvo que enfrentarse a la emergencia que generó la pandemia por COVID-19, sino también a la intensificación de la violencia contra los trabajadores sanitarios por parte de la población civil y los actores armados.

Documentó una desaparición cada tres días.

En 2020, registró 389 víctimas de artefactos explosivos, el número más alto de los últimos cuatro años.

Quiero profundizar en una parte de lo reportado, en hablar de las minas antipersonales, no es que las demás no merezcan un par de líneas, pero por ahora quiero reflexionar sobre esa problemática.

“Las minas son fantasmas del pasado que nos recuerdan la historia y el contexto violento que ha tenido el país”.

Son silenciosas observadoras, parece que no estuvieran allí, por años esperando sorprender a alguien, generalmente no las vemos hasta que es tarde.

Son pacientes, esperan y esperan hasta encontrar a alguien que para entregarles su “regalo”, se ubican cerca de pueblos, caminos, escuelas, ríos y fincas, esperan allí bajo el inclemente sol o una torrencial lluvia.

A veces escuchan las risas de niños que juegan a la distancia, a jóvenes parejas que se prometen amor, a campesinos que van tras algún animal que saltó una cerca. A veces sienten la emoción de activarse y lastimar, a veces simplemente siguen a la espera de alguna víctima.

El propósito de las minas es simple, matar o lastimar al enemigo, pero el problema es que es un arma “no selectiva”, cualquiera podría ser víctima de la misma, no distingue entre uniformes o ruanas. Afecta la forma de vida y de trabajar de las personas, sus efectos no terminan terminados los enfrentamientos.

Cuando alguien cae en ellas, su vida cambia para siempre, partes se van y no regresan, no todos pueden acceder a prótesis.

Justo en marzo de 1999 se terminó de dar vida a La Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonal, en esta se habla de no usar más este tipo de artefactos, identificar zonas con presencia de minas y garantizar su destrucción. A pesar de más de 20 años de la vigencia de la convención, se siguen presentando siembra de minas como parte de una estrategia bélica que más que resultados tácticos busca desangrar a cualquiera que “no debería estar allí”.

Un futuro libre de conflictos armados parece poco probable, y uno sin la presencia de estos fantasmas parece aún más distante, a diferencia de los fantasmas que aparecen en la televisión, estos no se van tan fácil terminada la función, o en este caso, el conflicto.

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