Simone y George: muertos de primera y de segunda categoría

Marcial Muñoz

El día que murió asesinada, Simone tenía 44 años; George 47; Simone tenía tres hijos, George cinco; Simone cuidaba a ancianos en Niza (Francia), mientras que George malvivía, de trabajo en trabajo, y de vender pequeñas dosis de droga en Minneapolis, Estados Unidos. El sueño de George era abrirse paso en el mundo de la música con el ‘rap’, y el de Simone crear su propio restaurante de comida brasileña en Francia, país que la había acogido hace años desde su natal Salvador de Bahía. A George, un policía en el uso desmedido de la fuerza, le quitó la vida en una disputa callejera; a ella un terrorista islámico le cortó el cuello por nada. Simplemente por estar rezando a Dios en una iglesia. Por nada. Sucedió el pasado jueves y seguramente usted ni se había enterado.

Vidas paralelas, un triste y prematuro final, legados bien distintos el de Simone y el de George. Mientras George Floyd es el nuevo símbolo de la lucha de los afroamericanos en Estados Unidos, a Simone Barreto no la recuerda nadie ni cuatro días después de su vil asesinato. Ambos eran negros, ambos estaban buscando su espacio en la vida, ambos eran pobres. Uno después de muerto logró ser un mito, la otra es la víctima vergonzante del silencio de los medios, de una sociedad sectaria que diferencia asesinados de primera y de segunda categoría en función de quien es su verdugo.

Simone Barreto, lamentablemente, no tiene ningún lobby político detrás, ninguna fundación para reivindicar su muerte, para hacerle justicia. Para que sirva de algo su sangre. Igual que las otras tres personas que ayer fueron acribillados en las calles de Viena por asaltantes radicales.

Fenómeno planetario BLM

Siempre me sorprendió que a las pocas horas del asesinato de Floyd, millones de personas se movilizaron en todo el mundo. Se organizaron funerales de estado. Deportistas, cantantes, actores… todos levantaron el puño e hincaron la rodilla. Hasta la poderosa NBA suspendió la competición, la Premier League inglesa, el fútbol americano, beisbol… a día de hoy, miles se siguen arrodillando para recordarle, sin duda en una maniobra política que no es casual, ni espontánea ni gratuita. Interesa criminalizar a cierto perfil social de todos los males e injusticias del mundo en una especie de colectivismo racial del siglo XXI. El #metoo racial.

El poderoso movimiento ‘Black Lives Matter’ tiene barra libre para actuar con violencia sea donde sea y contar con el beneplácito y la simpatía mayoritaria de la opinión pública sin que nadie se escandalice o ni siquiera cuestione sus desmanes. Mientras que por Barreto (que murió por católica y estar en el lugar equivocado a la hora equivocada) nadie llorará salvo su familia y amigos. Ni siquiera el Papa Francisco, quien tras el atentado sólo escribió un frío trino llamando a la unidad de los pueblos y “lamentando su muerte”. Parece ser que Francisco está en otra onda política por encima de defender y arropar a los católicos del mundo. Allá él y su conciencia de Sumo Pontífice.

El que parece que sí reacciona es el presidente francés Emmanuel Macron, quien ha dicho “basta ya”. Por fin. En Francia llueve sobre mojado con la ‘bomba social’ interracial y el auge islamista de la última década. Ya sufrieron el Charlie Hebdo, la sala Bataclán o la propia Niza. Matanzas sin sentido a cargo de unos radicales religiosos que lamentablemente son franceses, en teoría hermanos de las víctimas. En la práctica, cobardes, locos y terroristas que persiguen la Guerra Santa. Jóvenes manipulados. Unos pobres diablos.

Soy consciente de que hoy se elige presidente en los Estados Unidos y el mundo entero solo tiene ojos para Washington. No obstante, realmente creo que el camino iniciado por Macron es la noticia más relevante del año, por encima incluso del coronavirus y por supuesto de si Biden o Trump llegan al despacho oval (más de lo mismo, especialmente fuera de los Estados Unidos).

Guerra de Francia al islamismo

El pulso iniciado por Francia, si realmente lo echa hasta sus últimas consecuencias, significan unas nuevas Cruzadas. Es un rumbo nuevo de occidente al que se sumará con total seguridad Alemania, y al que incluso se llega tarde. La OTAN y la Unión Europea deben apoyar a Francia sin reservas. Sin complejos.

El modelo multiculturalista francés o belga de inclusión religiosa y social ha fracasado. El islamismo no tiene cabida en las democracias occidentales, como bien dijo el presidente de la República. “No, en nuestro territorio”, lo cual va a hacer que Francia y quien ‘ose’ a apoyarlos, se convierta en el blanco perfecto de nuevos ataques terroristas.

Todos somos Francia. Por la libertad. Por la democracia. Contra la tiranía, el terrorismo y el odio racial. El de ellos, los únicos que matan. Ojalá, al menos, la muerte de Barreto sirva para algo. Para que mucha gente abra los ojos y luche por su libertad. Si no lo hace Macron, lo hará Marine Le Pen, y por eso el hábil presidente ha tomado la bandera.

Si Europa no reacciona firmemente contra el islamismo radical, si no lo confronta desde las escuelas, desde las mezquitas o las madrasas, el mundo entero, e incluyo a Norteamérica y Latinoamérica, por supuesto, será bien distinto, en menos de 30 años. Estas líneas van por ti Barreto, yo no te olvido.

Ñapa: desde el pasado viernes 30 de octubre, un día después del atentado de Niza, le he preguntado a no menos de 50 amigos por si sabían quién era Simone Barreto, y tan solo dos supieron decirme quien era. Algo está fallando esta sociedad hiperconectada a la tecnología e ‘hiperdesconectada’ de la realidad.

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