Superioridad moral

A propósito del reclamo que recibe a diario la gente de “centro” (hablando de política local, aquellos blandengues, que quieren equilibrio, que no tienen ideologías fuertes y que su pensamiento está lejísimos de las extremas) de sentirse superiores moralmente a quienes se alinean en la izquierda y hasta en la derecha, recientemente tuve oportunidad de ver una entrevista al actor, guionista y escritor español, Carlos Bardem, que también es activo en política, como opinador con voz por su condición de actor conocido. Le tachan algunos contradictores de ser de “extrema” izquierda, pero nada parecido a lo que entendemos por aquí como extrema izquierda. En el simplista espectro político que medianamente manejamos apenas alcanzaría para ser de centroizquierda. Decía esto:

“-Siempre usan como descalificativos la superioridad moral de la izquierda. Sí, efectivamente, yo soy superior moralmente a cualquier fascista, nazi, homófobo, racista y a cualquier machista. Y si no lo fuera, me preocuparía mucho-. Además, el autor ha añadido que como individuos y sociedades tenemos que ser superiores moralmente a los que solo construyen discursos de odio y justifican agresiones a personas homosexuales, maltrato y crímenes de mujeres, racismo, exclusión de los inmigrantes. -Si tú no eres superior moralmente a esa basura, ¿qué eres? ¡Basura!-. Explicando el papel que ejercen algunos medios de comunicación … -Si tú te sientas en una mesa con un fascista, le pones un micrófono y le permites legitimar un discurso de odio y no les desmientes, estás alentando a que un montón de chalados luego salgan a la calle a cazar homosexuales, a que un chalado en su casa maltrate a su mujer y a que haya agresiones racistas-. -¿Qué tengo en contra de los nazis? ¡Todo! ¿Y contra los pseudo-nazis? ¡Todo! ¿Y contra los 10 que se sientan en la mesa con un fascista sin desmontar sus mentiras y, por tanto, son fascistas? ¡Todo! Y hay que tenerlo, si quieres ser una buena persona y si quieres ser alguien útil en tu sociedad-”. (entrevista en Cadena Ser, 2021 y reseña tomada de La Vanguardia, 2021).

Esta es más una declaración de ética fundamental humana, de respeto a los congéneres, que una simple declaración ideológica de una particular fracción política. No sería aceptable, ya entrado el siglo XXI, que pudiera ser excluida de otras ideologías políticas. Tiene que ser la base de todas las tendencias políticas en cualquier espectro, lo cual indica que está por encima de la política, que no es parte de lo que llamamos política.

Parte del lío conceptual que tenemos alrededor de la palabra “política” es que no disponemos de una buena definición de lo que debe significar. En los diccionarios se encuentran definiciones más orientadas a su función que a su propósito, que es por lejos lo que importa. Es una confirmación de lo que Sartre reflexionaba en torno a que “todos nuestros problemas provienen de nuestra incapacidad para utilizar un lenguaje claro y conciso”. La noble labor de la política tiene como propósito el logro y aumento sostenido de la prosperidad y el bienestar de una colectividad de humanos; no puede quedarse en una simple definición que se limite a aludir a la administración de la colectividad como lo es un gobierno.

Por lo tanto, en la política no puede caber la exclusión, la discriminación, ni la segregación de ninguna clase y menos la violencia que engendran estas deformaciones que se presentan en las ideologías. El conjunto de ideas, normalmente de carácter extremo y violento que llamamos “ideología”, se usa por quienes mal ejercen la política para polarizar y a través de ello, enardecer a los seguidores y a sabiendas de su ingenua voluntad, ganar poder. El poder es el fin último, pero no para ejercerlo en el sentido noble de la política, sino para el bien de la pequeña camarilla que estará dispuesta a perpetuarse a la fuerza, abierta o veladamente, para acrecentar y afianzar su propia posición y dominar a su colectividad. Sin importar la ideología se converge a la plutocracia (forma de gobierno en que el poder es ejercido por una élite); cuando es de ideologías extremas (de izquierda o de derecha) vienen con altas dosis de violencia como lo muestra la historia. Nada de esto rima con la democracia ni con la libertad plena de los individuos, desde luego. Y aunque las menos extremas tienen formas más elaboradas de practicar la plutocracia, tanto en izquierdas como en derechas, son sólo ardides disfrazados de democracia.

Todo esto viene acompañado de corrupción, por definición. Cualquier acumulación de poder para dominación de la colectividad es en sí misma corrupta, pero es más claro aún, si se tiene en cuenta que el fin último del poder de dominación es disponer del botín que aumenta el poder económico, en detrimento de la colectividad dominada.

Los extremos tienden a acumular poder, o incluso, el poder tiende a los extremos. Es probable que tengamos que actualizar la famosa sentencia de Lord Acton “todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente” ya que su contexto histórico era el de reyes y papas, pero ahora tenemos a quienes, siendo corruptos, tienden a buscar el poder para ejercer su corrupción.

Por tanto, habría que agregar a la declaración del escritor Bardem ¿qué tengo contra un corrupto? ¡Todo! y así habernos dejado un texto de ética contemporánea universal, de respeto a los conciudadanos, aplicable en cualquier país, pero especialmente en aquellos, que como el nuestro, ha sucumbido a la corrupción.

Y esta es una de las razones por las cuales el espectro político se debe definir en términos de tres dimensiones y no sólo de una, como simplistamente hoy se habla de izquierda-centro-derecha: la primera, que se determina por la mayor o menor libertad individual de las personas; la segunda, que se determina por la mayor o menor libertad económica; y una tercera, que se determina por la mayor o menor propensión a la corrupción. Abordaré en una próxima columna este tema importantísimo del espectro político analizado con mayor profundidad que el vulgar único eje. Su comprensión es esencial para avanzar en el pensamiento político, crítico, que requerimos para sortear tan difícil situación a la que hemos llegado.

Se entiende ya con facilidad que no es posible implantar y mantener un régimen comunista, de planificación central, privando las libertades individuales y las económicas, si no es a punta de totalitarismo que concentre todo el poder violento en una pequeña élite que pueda doblegar a sus gentes por la fuerza. Pero en el otro extremo el asunto no es muy diferente, solo que no es tan visible. Es normal que quienes hayan alcanzado una importante posición de poder económico no quieran que ninguna de las condiciones por las cuales lo consiguieron cambien de manera alguna, para así acumular más poder. Y entran a hacer parte de la minúscula plutocracia con gran poder económico, que condiciona y maneja al poder político, y a través de éste logra que todas las instituciones del país trabajen a su servicio (además de la política, la justicia, las leyes, los militares…) y así concentrar más riqueza y poder. Su truco es que la gente crea que vive en democracia con libertad, y para sostener la farsa es que son necesarios los demagogos, los mesías, los populistas y en general los politiqueros.

¡Qué paradoja! La política no debería engendrar ideologías políticas ni ser ejercida por quienes las tienen, porque dañan el sentido mismo de la política. El aumento sostenido de la prosperidad y el bienestar, y el respeto de las libertades en democracia, se ven asaltadas por las ideologías cuyos propósitos no persiguen el bien general y pasan por encima de las libertades y para las cuales la democracia solo es una fachada que permite mantener la ilusión del pueblo.

La ausencia de ideologías en un ciudadano sí presume entonces, una superioridad moral sobre los militantes de esas ideologías y esto es absoluto cuando aquellas son de extremas. En nuestro país requerimos con urgencia una concepción diferente de la política, apuntando a su propósito ideal y no seguir la que tradicionalmente nos han vendido los politiqueros al servicio del poder velado que mina nuestra democracia y nuestra libertad.

* @refonsecaz – Ingeniero, Consultor en Competitividad.

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