Pareciera ser un tema menor, para muchos un tema secundario en el mar de dificultades que atraviesa el país y Bogotá, sin embargo no es un tema menor, máxime cuando estamos hablando de una ciudad de 8 millones de habitantes, en donde convivimos prácticamente enlatados en pequeñas unidades habitacionales, en apretujados sistemas de transporte masivo, en interminables y exasperantes trancones, cuando hasta para comprar una simple vitualla hay que hacer sendas filas, es decir, una ciudad del estrés y la ansiedad.
Lo que vivimos no fue cualquier cosa, fue una imagen brutal de cadáveres siendo incinerados por montones, los medios todo el día, todos los días bombardeaban imágenes globales de lo que era la tragedia, ese asesino silencioso que se colaba por entre las ventanas, los zapatos, los respiros como si eso fuera controlable, sumado al pánico normal de la ciudad de pensar en qué momento se meten a los conjuntos los paisanos, fue un escenario dantesco, muy a lo Stanley Kubrick.
Un escenario aun peor para los niños y niñas en edad consciente, asustados, encerrados, de pronto viendo a papá y mamá enfermos en cama, o peor aún sin poder saber de ellos, cambiando sus clases y sus actividades lúdicas cotidianas por más pantallas, sin poder desahogar esos altísimos niveles de energía que tienen a esas edades tan maravillosas, sin poder ir a su ceremonias de graduación y recibir sus diplomas después de largos esfuerzos y hasta trasnochadas para sacar esa primaria, ese bachillerato o esa universidad adelante y aun así no poder vivir la emoción propia del grado.
Estas cosas parecen superfluas, pero cuando sumamos eso a una ciudad que nos mantiene con el credo en la boca porque no sabemos si al salir de casa volveremos o si se nos atravesará la bala final por quitarnos el celular, la moto, el carro o simplemente una plata, cuando muchas personas vieron como poco a poco desaparecía su negocio de tantos años o perdían sus empleos, no es de extrañar que los índices de suicidio se hayan aumentado y ni que decir los de violencia intrafamiliar.
Las calles están llenas de ira, de resentimientos, de frustraciones, de desesperanza, pocas oportunidades laborales, altos costos de la comida y vuelve el apretujamiento, el rose, el trancón la fila, todo esto hace que nuestras mentes y nuestros espíritus se recarguen, como el musculo material, como los brazos o las piernas se cansan, se fatigan, igual pasa con nuestra mente, solo que para esa consulta es más difícil acceder a la cita médica para que nos receten un dolex mental.
Bogotá hoy está saturada por el aumento de consultas médicas por salud mental y no tiene la capacidad para asumirlas, unas entidades médicas, todas privadas eso sí, no dan abasto y las citas son asignadas en el mejor de los casos a los 30 días y si te va bien, te atienden 20 min hasta el siguiente mes en una clara falta de empatía por parte de algunas instituciones que incluso contrarían el mensaje del profesional de la salud y sus recomendaciones.
Una falta de empatía por esta realidad que abruma a padres de familia y ciudadanía en general que poco a poco y por la fuerza de la realidad han ido rompiendo el tabú de que si consulto una psicóloga o un psiquiatra no es que estoy loco o loca, no, sino que necesito ayuda, que mi mente requiere una atención, mi psiquis está cansada, o puede estar tensa, por lo tanto, requiere de la atención de un profesional y la requiere prontamente, de calidad y con calma.
Este es un tema que no ha sido tenido en cuenta en la política pública de la ciudad y del país, prueba de ello es que no lo vemos reflejado en los planes de desarrollo ni de la nación ni de la capital de la república, en una ciudad donde los feminicidios, las violaciones, las violencias intrafamiliares llegan a índices escandalosos, donde las riñas callejeras tienen colapsadas las oficinas de comparendos de las inspecciones de policía.
Este tema debe ser abordado con rigor científico por las autoridades de salud de la ciudad y del país, no es un tema menor, no es un tema aislado como el de Possetto, es un tema que está ahí, latente en las calles, en los barrios, en las oficinas y en las escuelas o universidades, los índices de irascibilidad e intolerancia según datos de la Secretaria de Salud son alarmantes, según este ente en 2020 en Bogotá tuvimos 23.649 casos de violencia intrafamiliar.
De este dato, pasamos en 2021, año post pandemia a 30.340 y en 2023, que aún no termina a 41.318 casos de violencia intrafamiliar, siendo los estratos 1 y 2 los de mayor impacto y en las localidades de Ciudad Bolívar, Kennedy, Suba y Bosa, las más afectadas por este fenómeno, ni que hablar de las cifras de intentos de suicidios, pasamos en 2020 de 4.012 a 6.074 en 2021 y 8.332 en 2022, pero del suicidio consumado pasamos de 319 en 2020 a 374 en 2021 y 399 en 2022.
De estos datos los mayores rangos donde más se presenta esta lamentable situación son los de edad juventud con 3.564 casos (42,8%), en el rango de adolescencia con 2.447 casos (29,4%) y adultez con 1.963 (23,6%) eventos y por género, son las mujeres con el 67,0% quienes aportan la mayor frecuencia del evento, mientras que los hombres aportan el 33,0%, pero para suicidio consumado son los hombres los de la mayor tasa, con un 74.6%.
Estas son vidas humanas, vidas que podemos salvar si ponemos este debate sobre la mesa, si ponemos el empeño en buscar soluciones, las cuales naturalmente deben partir de la voluntad política de la ciudad y sus autoridades por asignar mayores recursos económicos y humanos, mejores políticas públicas que se ejecuten realmente, ya que si a esto le sumamos los aumentos de consumo de drogas ilícitas, tendremos una segunda pandemia que se debe pensar de manera urgente y científica en cómo ayudar a superar.