Año 2050, la opinión de Almudena González Barreda

Amanece soleado y el rocío de la mañana ya ha sido recogido por Manuel, hace dos días que acaba de encontrar trabajo en la central de mantenimiento de agua después de que su puesto de editor de libros en la Editorial Delibre quedara al servicio de la versión Chat GJR23, no sólo edita, sino que reescribe los clásicos sin que se aprecie diferencia. Si antes de que todo estuviera manejado por ‘La Sombra’ no tuviste tiempo de leerlo, ya no podrás. El GM, gobierno mundial, hizo una limpieza globalista, nunca podrás saber cuál era la versión original, porque lo han cambiado, lo han manipulado y es casi imposible discernir la verdadera versión de la nueva, falseada con verdades actuales.

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Bueno, nunca no, Manuel y Ana guardan algunos ejemplares en el doble fondo de las paredes de su casa y el secreto lo comparten sólo con los que son como ellos. Siempre tienen cuidado de que no se enteren los otros. Que denunciar está a la orden del día y condecoran a los que denuncian a aquellos que leen las versiones antiguas. Ellos, los otros, son los que han ido engullendo esas verdades modernas y las han asumido, tolerado sin ni siquiera preguntarse lo más básico. Son presos de la tolerancia extrema, que hoy es el primer mandamiento de la sociedad moderna, del miedo a ser rechazados por la mayoría y falta de esperanza que reina en sus vidas.

La vida de Ana

Ana es la mujer de Manuel. Trabaja muchísimo, casi hasta el ocaso. Es programadora y revisa operaciones de pulmón de la Inteligencia Artificial (IA), para mejorarlas, optimizarlas en tiempo. No le hace feliz, aunque eso no impide que lo sea. Ana mantiene la esperanza, aunque como a todas las mujeres que no se someten al sistema, le quitaron a su única hija y la mandaron a un centro protegido. Cuando la pequeña Margarita cumplió 10 años, le hicieron atravesar la nube, después tuvo que contestar a unas preguntas y de ahí al centro.

Si las niñas contestan bien a las preguntas y pruebas las dejan ser mujeres, si duda en alguna repuesta, las transforman en chicos. Y nadie sabe nada de Margarita, aunque de todas formas, los nombres están en desuso, ahora renombran a la gente con nombres de estrellas del espacio; Procyon, Rigel, Vega, Alfa centauri A…

Ana y Manuel no pueden tener más hijos, ni ellos ni nadie. Sobrepoblación lo llaman.
Como están monitorizados, cuando Ana tiene un retraso recibe por correo una píldora abortiva, salud sexual dicen, y si no la toma, en una semana tiene a las de control de población y salud de la mujer en casa. Y se la llevan. Eso es lo que le pasó a Marta, la mejor amiga de Ana. Y cuando volvió a verla, le habían inducido la menopausia con hormonas.

Ricos y pobres

A la gente pobre, como Ana y Manuel, les dejan tener animales, pero no pueden tener dos géneros de la misma especie. La reproducción de los animales está prohibida. Desde hace tiempo, porque hay una obsesión por no discriminar por raza, también ha llegado a este punto y apenas se conservan razas de perros o gatos. Ana lo lamenta porque recuerda que de pequeña fue inmensamente feliz criando los cachorros de Pastor de Brie de sus perros; Duque y Bella.

Cada día Ana se va al trabajo en bici eléctrica, porque lo tiene a menos 15 minutos y para proteger el planeta los coches (que sólo son para los ricos) dejaron de fabricarse, si, primero limitaron los motores de combustión, luego todos los demás. Decidieron gravar la movilidad y encarecerlo para que nadie quisiera salir de su entorno. Cuando reúnen suficientes créditos para viajar, pueden tomar un tren.

Poco a poco, para proteger el clima, se suprimieron los viajes en avión. En realidad, los encarecieron tanto que hubo un momento en que no se podían comprar pasajes. Y para tener una mejor trazabilidad de las operaciones financieras, dejaron de fabricar billetes, ya nadie encuentra monedas en los bolsillos o en las rendijas del sofá.

Club de la Esperanza

Los drones se encargan de la logística, los aviones de hidrógeno sólo los usan las élites y el tren ha quedado para los desplazamientos entre países del norte. Los que como Ana y Manuel sienten que les han robado una vida, tienen la posibilidad de escapar y son de los que no se conforman. El sistema tiene fallos. Existe una sociedad secreta, el club de la esperanza, lo llaman.

Ese club se reúne el tercer día de cada mes. Aparentemente, es un club de manualidades, unos pintan cuadros, otros hacen punto de cruz y otros dan charlitas sobre plantas. Pero a las nueve de la noche y durante una hora, dejan todo lo que tienen entre manos, y escuchan al lector que lee antiguas versiones literarias. Se escucha con bluetooth alguna conferencia de algún pensador huido a África, donde la gente sigue siendo feliz.

Sí, los olvidados del mundo, esos de los que nadie se ocupaba mantienen la alegría y la esperanza y, aunque con pocos recursos, las noticias que llegan son buenas. Parece que ya hay un grupo esperando volver para poner la revolución en marcha.

Todo es ficción. Muchos son los autores que han visto un panorama de control gubernamental similar al que acabo de exagerar en estas líneas. Ateo, controlador y alienista. El exceso de tolerancia actual, ese que está lleno de buenas intenciones, nos lleva a la falta de criterio, de verdad. Es necesario entender y acoger al distinto y diferente, (ya sean personas, ideas, creencias), pero también imponer criterios justos y adecuados para no caer en la exageración de esa tolerancia que nos conduce a la censura de la corrección política. ¿No sienten que últimamente no se puede hablar de nada? Pues eso.

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