Buen viento y buena mar presidente Lula

El líder del Partido de los Trabajadores dijo que asume un país en “terribles ruinas” con una situación de “desastre” social y económico. Añadió que el diagnóstico que recibió de los encargados de la transición con el gobierno anterior “es espantoso”.

Vaciaron los recursos destinados a la salud. Desmantelaron la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología. Destruyeron la protección del medio ambiente. No dejaron recursos para comidas escolares, vacunación, seguridad pública, protección forestal, asistencia social”, añadió. (BBC  1 de enero, 2023)

Lula llega precedido de su excelente gestión de hace 20 años y la nostalgia de un pasado que fue mejor.  En septiembre de 2003, durante su primer año en el poder, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva había asegurado: “Desde ahora hasta el final de mi mandato ningún brasileño pasará hambre”. En siete años, según las estadísticas oficiales, cerca de 20 millones de brasileños (sobre una población de 190 millones) salieron de la pobreza.

El programa Fome Zero (Hambre Cero) garantizó especialmente el acceso de las familias indigentes a los productos alimenticios básicos, con ayudas que iban (a comienzos de 2007) de 18 a 90 euros mensuales. Como consecuencia, sólo durante el primer mandato de Lula, la malnutrición infantil retrocedió un 46%. En la región del Nordeste –de la cual el jefe de Estado es originario y donde también conoció el hambre–, retrocedió un 74%. En mayo de 2010, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) distinguió a Lula da Silva otorgándole el título de “campeón mundial de la lucha contra el hambre”.

Brasil sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo, pero ahora lo es un poco menos. Entre 2003 y 2010, los ingresos del 10% de la población más pobre crecieron un 8% anual: mucho más rápido que la economía y que los ingresos del 10% de la población más rica (+1,5%). La participación de las clases medias inferiores –hogares cuyo ingreso mensual se ubica entre 1.065 y 4.591 reales (467 y 2.000 euros)– pasó del 37% de la población a más de la mitad.

Durante los dos mandatos del exsindicalista se crearon 14 millones de empleos y el salario mínimo aumentó un 53,6% en términos reales, es decir descontando la inflación. Esta última medida benefició no sólo a los salarios bajos –los más numerosos–, sino también a los jubilados y a los beneficiarios de los programas de ayuda a personas discapacitadas, que perciben sumas indexadas sobre la remuneración mínima. También ha contribuido a la evolución de la participación de los ingresos del trabajo en el Producto Interior Bruto (PIB), que pasó del 40% en 2000 al 43,6% en 2009.

El programa de Bolsa Familia sigue siendo el dispositivo emblemático de las políticas sociales. Este programa de pago de asignaciones involucra a las familias que viven por debajo del umbral de pobreza. Según las cifras del Gobierno, beneficia a 12,4 millones de hogares, o sea a más de 40 millones de personas, que perciben una media de cerca de 95 reales al mes (un poco más de 41 euros).

Pero la actualidad es distinta a la de comienzos de siglo. En 20 años, Luiz Inácio Lula da Silva ha pasado de la presidencia de Brasil a la cárcel y viceversa. El Brasil que gobernará desde el pasado 1 de enero no es el mismo que recibió en 2003, ni el mismo que dejó en 2011. Hay retos grandes, como el de unir a un país polarizado, impulsar la economía tras los años de pandemia y gobernar sin mayoría en el Congreso. En ninguno de los casos le será fácil.

En los últimos años, Brasil ha vivido un torbellino político. Sucedieron investigaciones de dos tramas de corrupción que implicaron a decenas de políticos y empresarios, entre ellos Lula y su compañera de partido, la expresidenta Dilma Rousseff. Luego, la extrema derecha, con Bolsonaro al frente, llegó al poder el 1 de enero de 2019 eliminando políticas sociales orientadas a la educación, salud y medioambiente. La situación se agravó con la pandemia de COVID-19.

“Rescatar del hambre a 33 millones de personas” fue una de las principales promesas de campaña. Ahora, como presidente, Lula tiene uno de sus más grandes desafíos que será sacar de allí a cerca del 16% de la población. Brasil había salido del mapa de hambre de la ONU en 2014, pero el nombre del país volvió a la lista durante el mandato de Jair Bolsonaro. En dicho territorio, 125,2 millones de personas han experimentado inseguridad alimentaria.

La realidad económica de Brasil dista de la bonanza de los años 2000, cuando Lula pudo financiar sus políticas sociales por medio del boom de las materias primas. Por lo que el nuevo presidente deberá adaptarse a un casi por completo nuevo panorama económico.

Igualmente, su promesa de llevar a ceros la deforestación también tendrá grandes dificultades para revertir los máximos históricos que alcanzó en el mandato de Bolsonaro. Para ello, el presidente brasileño buscará promover la lucha contra la tala ilegal, para el que ya ha mostrado su voluntad de una colaboración internacional en la que se encuentren socios de la región y por fuera de ella para proteger la selva, por ejemplo, a través del Plan Amazonía, del cual Colombia hace parte.

Lula ha señalado que su predecesor aisló a Brasil del mundo y que buscará rehacer alianzas y cooperaciones. Uno de sus deseos es revitalizar Mercosur y Unasur. Las expectativas son altas. Y aún más por el viraje ideológico latinoamericano. Con su llegada al Palacio del Planalto (palacio presidencial de Brasil), las cinco principales economías de América Latina estarán gobernadas por la izquierda.

Desde el punto de vista de Sudamérica, se encuentra una nueva ola de izquierda con la sorpresiva presidencia de Gustavo Petro en Colombia, pero sin un socio fuerte como Hugo Chavez, con un caótico Perú y una Mercosur a punto de romperse, debido a las aspiraciones de Uruguay de tener tratados comerciales por separado.

El recién llegado a Planalto, no la tendrá fácil. Tiene un país absolutamente dividido, que se refleja en la ausencia de mayorías en el congreso, por parte de la bancada oficialista, lo que hará la gestión de Lula absolutamente complicada. Para esto, deberá escoger sus batallas y programas por los cuales apostar, y crear puentes con aquellos sectores que no son del todo aversos a la izquierda, tal como lo hizo con su vicepresidente, Geraldo Alckmin, quien viene de la centroderecha.

Lula tiene 20 años más, ya entrado en sus setenta, con menos vitalidad, pero con todo el conocimiento y toda la experiencia en política. Deberá estar abierto a adaptarse a las nuevas circunstancias económicas, sociales y globales, que hacen de su discurso menos aceptado y factible que antes. El presidente deberá utilizar toda la sagacidad utilizada en campaña, para llevar a cabo todas sus reformas.

Hablemos al término de su periodo, a ver si logra alcanzar sus metas. Buen viento y buena mar presidente Lula.

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