Campañas sin fin

Pensar en consensos a estas alturas del partido parece una fantasía y un tanto ‘cursi’. Los brotes de polarización, pero sobre todo de egocentrismo por parte de líderes en los diferentes sectores, nos llevará por la senda del odio, el rechazo y la violencia como destino final. Siendo esté último un lugar habitual en la cultura del país.

Por esta razón no me gustan las marchas y mucho menos creo en los eventos de este 14 y 15 de febrero en Colombia. Son una gran muestra de oportunismo de ambas partes que promueven las manifestaciones. En una esquina están los que defienden seis meses de una gestión que luce desordenada, terca e improvisada, que parece que se quedó atornillada en la protesta. Y en el otro bando, están los que que aun no superan la derrota democrática y quieren perpetruar la confrontación a costa del insulto y sin pensar lo que esto trae.

Los sectores políticos del país y sus líderes han perpetuado la campaña electoral, se resisten a administrar al país desde una perspectiva constructiva, lejos del cálculo político, porque parece que aquí lo único importante es elegirse, sin saber para qué o por qué. Ninguno acepta los resultados en las urnas, nadie quiere acatar las reglas de la democracia. Las agendas partidistas, institucionales y de medios de comunicación giran en torno a las elecciones y con ello llega el olvido de los compromisos y los resultados por los que se hicieron elegir.

Estamos atrapados en la idea de estar en campaña todo el tiempo. Mientras tanto las políticas públicas, los proyectos y los indicadores de resultados, pasan a un segundo plano. El resultado de vivir haciendo cálculos electorales y de alimentar eternas rencillas personales, es el atraso en proyectos sensibles para el desarrollo del país. Los procesos de paz, mega obras de infraestructura, cobertura y calidad en servicios públicos y las reformas coyunturales siempre terminan con enormes sobrecostos y sin legitimidad (aceptación por la mayor parte de la sociedad).

Nos quedamos atados al debate, porque nos encanta insultarnos y atascarnos en la terquedad de una misma idea, pero nos alejamos de conversar y acordar porque implica hacer esfuerzos para validar y comprender las necesidades del otro. Basta con solo leer publicaciones y declaraciones en algunos medios de funcionarios, congresistas, periodistas y otros líderes de opinión para ver que la tendencia es insultar, ofender y lacerar para ganar likes, aprobación y muy seguramente votos.

El mensaje debe ser de sensatez y cordura para dialogar, acordar y respetar los acuerdos. Tanto Gobierno, como la oposición y quienes alimentan las conversaciones públicas (academia, medios, ONG y organismos de control) deben ser conscientes de los tiempos para dedicarse a la ejecución y menos a la confrontación. Hay que darnos la oportunidad de elegir en función a los resultados y no a los discursos. Suelten las urnas y pónganse a trabajar que todos queremos más resultados y menos propaganda, finalmente para eso se hacen elegir.

Luis Carlos Martínez

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