Incultura femenina

Mucho se dice de la indiscutible falta de cultura de ciudadana de parte de los hombres en el sistema Transmilenio, que en muchas ocasiones atropella no solo atropella al sexo opuesto, sino también a sus similares. Sin embargo creo, que no muchos se han puesto a pensar si el género femenino es ajeno a esa incultura ciudadana que se vive en Bogotá, en este caso, al interior de los buses articulados.

Muy cierto es que la mujer en muchas ocasiones ha sido no solo atropellada, al punto en que ha tenido que soportar las peores humillaciones de parte de nosotros los hombres. Por tanto es nuestra obligación protegerla y cuidarla, sin embargo es claro que el sexo femenino debe poner de su parte y demostrar que en todo momento está dispuesta a aplicar esa cultura ciudadana que tanta falta nos hace a las personas del sexo masculino.

Por lo anterior sorprende que al interior del Sistema Transmilenio, muchas personas del sexo femenino adoptan un patrón de comportamiento bastante cuestionable. Empezaré por aclarar que esta opinión no la hago en términos machistas, ni nada que se le parezca. Mi idea es llamar la atención, para que las mujeres en Bogotá, sean conscientes de que deben poner un granito de arena para que los viajes en Transmilenio, sean menos insoportables de lo que suelen ser.

Primero que todo es común ver el momento en que llega una señora al sistema con el coche de su bebé. La madre del menor, parece no ser consciente de que no puede exponer al niño a una situación de hacinamiento humano, que va a incomodar al menor. Esta busca ingresar a los buses articulados a las bravas, sin siquiera buscar un puesto en la fila, sino que piensa o cree que la presencia de su hijo en brazos, es el pasaporte seguro para pasarse por la faja a quien si trata de entrar en forma ordenada.

A lo anterior se suma la presencia de una madre en estado de embarazo. Aquí ocurre algo parecido o peor. La señora no es consciente que por su estado no es recomendable que busque ingresar a la fuerza a un bus que va repleto de pasajeros. Esta busca ingresar a como dé lugar, sin importarle que puede poner en riesgo no solo su vida, sino también la del bebé en gestación.

Cuando logra entrar, comienza a gritar desde la puerta, pidiendo que se le dé una silla, acudiendo a su situación, y tratando de endilgarle la responsabilidad a los demás pasajeros, haciéndoles ver que están en la obligación de cederle una silla azul, olvidándose de que ella también está en la obligación de cuidar su vida y la de su hijo, y que lo normal en estos casos sería esperar a que llegue un articulado que le pueda transportar sin que se tenga que exponer.

Y hablando de niños, cuando uno de estos, que no sobre pasa los diez años ingresa a un articulado y este se encuentra lleno, y la mayoría de los pasajeros que ocupan las sillas son mujeres, ¿Cuántas de estas les ceden la silla al menor?. De uno a diez, si lo hacen dos, exagero.

Ahora en la lucha por ingresar a un Transmilenio, quienes buscan ingresar a las bravas, pisando, empujando e incluso batallando a codazo limpio, en su mayor porcentaje son mujeres que buscan afanosamente viajar cómodamente sentadas en las sillas rojas y azules o en el piso de la articulación del bus, si son jóvenes universitarias.

Y si hablamos de la solidaridad de género, muchas veces me he preguntado, ¿porque será que cuando al bus articulado ingresa una mujer en embarazo, de la tercera edad o con algún tipo de discapacidad, quienes van sentadas, lo primero que hacen es mirar si hay algún hombre cerca que ceda la silla, en lugar de ellas darla primero y demostrar que si algo tiene el sexo femenino, es cultura?.

Además de todo lo anterior resulta bastante extraño y particular, el aparente gusto no solo de las mujeres aclaro, porque los hombres también caen en el error de amontonarse en la puerta, cuando muchas veces hacia adentro hay espacio suficiente para viajar no cómodamente, pero si menos incómodo. Aquí es donde yo pregunto, por la forma de pasar por entre la montonera, sin que de manera accidental haya un tropiezo con alguien del sexo femenino, que obligue a pisarles o empujarlas, cuando su colaboración para que esto no suceda es mínima.

Espero que al plantear esta serie de interrogantes por el particular comportamiento del sexo femenino al interior del Transmilenio, no resulte encasillado como machista o algo parecido, porque insisto, esa exigencia que se nos hace a los hombres a respetar a las mujeres y a ser más considerados con ellas, se debe extender hacia el mismo sexo femenino, no solo por la solidaridad de género, sino porque para que esta ciudad sea más amable, se deben adoptar normas de cultura ciudadana tanto en hombres como en mujeres.

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