El amor incondicional

El amor es la energía más poderosa, el amor permite que lo imposible se haga posible. Por amor se han hecho las gestas más increíbles, pero también las más estúpidas, según Paul Tabori (1908-1975), en Historia de la estupidez humana, el caballero Ulrich Von Liechtenstein (1200-1278) mutilaba su cuerpo para agradar a su amada. Se debate sobre si el amor es un sentimiento o una energía absoluta y universal, si tiene límites o si por el contrario el amor es incondicional; éste es el amor que supera todo, que resiste todo y entrega todo a cambio de nada. Muchas veces el amor incondicional termina siendo una forma de amor idealizado por quien se hace acreedor del amor, o un estereotipo creado por la literatura y la industria audiovisual. Vale la pena preguntarse ¿Existe el amor incondicional? Este artículo trazará algunas reflexiones al respecto.

La muestra más contundente de amor incondicional está en el Evangelio: El amor de Dios, que sacrificó a su único hijo, al hijo amado por el perdón de los pecados y la vida eterna de los creyentes, Juan 3:16. El amor incondicional sí existe, es la energía que fluye en la naturaleza y ha sido revelado a la humanidad. Jiddu Krishnamurti (1895-1986) en su obra A los pies del maestro, sentencia: “Estudia profundamente las leyes de la naturaleza, y cuando las hayas conocido adapta tu vida a ellas, empleando siempre la razón y el sentido común”. Las leyes de la naturaleza expresan el amor como energía vital, y no como un tema de sentimientos, géneros o identidades sexuales. El hombre tiene la capacidad de fecundar y dar vida inseminando el óvulo ansioso de recibirla. La mujer aporta y permite que el óvulo sea fecundado, le corresponde albergar la vida gestante hasta que esa célula fecundada se transforme en un ser humano con su propio ADN y características genéticas en su unidad, identidad e individualidad, por ello, en la naturaleza los hijos son de las madres. En consecuencia, la mujer convertida en madre bien sea por procreación, adopción u otra manera, tiene naturalmente la capacidad de amar de manera incondicional y sin límites a sus hijos. El amor de la madre hacia sus hijos es el amor superior, el amor infinito y sin restricciones. El amor incondicional debería ser recibido por todo hijo desde su madre.

Existe también otra fuente de amor incondicional: El hombre. El hombre sólo ama incondicionalmente a la pareja, porque el hombre en su capacidad de fecundar tiene un rol establecido por la naturaleza, engendrar vida y proteger a su pareja. Albergar la vida es labor de la mujer, no del hombre, en sentido estricto. En otras palabras, el amor incondicional tiene dos fuentes, una, de la mujer hacia los hijos, y la segunda, del hombre hacia su pareja. Por supuesto, esto no quiere decir que toda mujer ame incondicionalmente por el simple hecho de ser madre, y que todo hombre ame incondicionalmente por ser compañero, y que no pueda haber amor incondicional entre otro tipo de relaciones, ni que el amor más grande es el que cada quien debe profesarse a sí mismo y al Creador. La naturaleza en su sabiduría infinita ha puesto a cada uno en un rol especial y definido.

Yerra el hombre que entra en una relación afectiva esperando recibir amor incondicional por parte de su pareja femenina, por el contrario, al hombre le compete nutrir con su amor incondicional a su pareja, para que, a su vez, según el caso, la mujer nutra con su amor incondicional a sus hijas e hijos, que a su vez podrían ser madres que amarán incondicionalmente a sus hijos y, potenciales compañeros que amaran incondicionalmente a sus parejas. La naturaleza no suele equivocarse, Dios no juega a los dados, dicen que dijo el gran físico.  Los actuales son tiempos donde se confunden amor con pasión, respeto con atracción, amar con sexar y biología con derecho. Cuesta reconocer que la naturaleza no se acopla al deseo del humano según sus circunstancias particulares, por el contrario, es al hombre y a la mujer, a los que les corresponde resonar, vibrar y reconocerse en la naturaleza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

León Sandoval