El Buen acosador

En una de mis recientes columnas conté una historia muy personal. Fue hace 16 años, en el 2007. Yo era una joven investigadora de la Corporación Nuevo Arcoíris, con una carrera promisoria, talento, ambición y un poco de la soberbia que da el éxito temprano. El director de Viva la Ciudadanía, Pedro Santana, me abrió la puerta para escribir. Hablaba con frecuencia con él, siempre de política, de la izquierda, de temas profesionales y alababa mi trabajo.

Mezclaba con mucho éxito adulación con manipulación. Siempre insistía en que yo ganaba muy poco y que si algún día llegaba a trabajar en su ONG se encargaría de que yo tuviera un salario acorde con mi talento. Mi trabajo sobre la Parapolítica en el Magdalena Medio me había procurado bastante exposición mediática, pero también réditos y me gustaba mucho lo que hacía. Yo estaba feliz donde estaba, así que no le presté demasiada atención a sus ofrecimientos. Eso sí, me gustaba escribir y lo hacía cada vez que me contactaba para un artículo.

Una noche, yo había bebido Whisky en la casa de su pareja, que era mi amiga y colega.  Él no estaba. Llegó cuando yo estaba algo borracha. Mi amiga se durmió. Me invitó a tomar la última copa en su cocina, mientras yo llamaba el taxi. Se me echó encima, me besó y manoseó sin mi consentimiento y continuó mientras yo, petrificada, decía sin éxito que no siguiera. Le dije que pensara en su compañera y me dijo: eso es problema mío y de ella. Paró y pude irme.  El cuerpo me dolió años y perdí mi confianza. Entonces recibí amenazas por mi participación en la investigación de parapolítica y salí del país. Huyendo de la guerra, pero también de mi propio asco, de lo que me había pasado. La impotencia me invadía. Me hizo mucho daño.

Casi todas las mujeres víctimas de estos comportamientos pensamos que es nuestra culpa. Los acosadores saben muy bien manipular sus entornos. Se camuflan en causas nobles, hacen favores, a veces son generosos desde sus posiciones de poder. Juegan con el agradecimiento. Así, crean una barrera de defensa y cuándo una mujer los denuncia, o menciona su agresión le contestan cosas cómo: él tiene eso de malo, pero es un valiente militante de la causa.

Yo viví muchos años pensando que era mi responsabilidad callar para no dañar a la organización, a otras mujeres, a su entorno que me era cercano. ¿Cuántas veces a las víctimas de violencia sexual las acusan de utilización política de su situación? No es así con los hombres, a los que realmente se les responsabiliza muy poco de sus acciones y de su forma de relacionarse con las mujeres. Es más, el caso del Congreso de la República es un claro ejemplo: no he escuchado a un solo congresista decir que deberían ellos – los hombres – deberían trabajar activamente para cambiar los patrones de agresión. Nuevamente la responsabilidad es únicamente nuestra.

Hombres como Pedro Santana posan del “buen agresor”. Durante años han acumulado una red de favores y aliados que son capaces de voltear a mirar a otra parte cuando su benefactor acosa o agrede mujeres. Finalmente, ellos siempre son los importantes y nosotras las dramáticas. El mecanismo de cadena de favores que tanto favorece la corrupción en Colombia es el mismo que protege a los agresores, y que condena a las víctimas al silencio.

En los siete años que pasaron entre mi caso y las denuncias que le valieron una deshonrosa salida de Viva la Ciudadanía pasaron muchas cosas. Por una parte, el movimiento feminista se hizo fuerte, y por otra Santana a través de una nueva corporación, continuó acumulando poder hasta convertirse en la mano derecha y asesor de la ministra de salud. Mucha gente ha confirmado que logra nombrar y vetar gente. Nos acusan de radicales por pedir no ser tocadas sin consentimiento y se preocupan por la cancelación cultural, cuando una de las formas en las que nos silenciaron fue a través de la cancelación cultural, política, social y laboral.  Sí, las cosas han cambiado y eso hace posible que hoy yo pueda hablar y escribir de lo que pasó. Lo hago tantos años después porque muchas mujeres no pudieron hacerlo. Al final, lo que no se cuenta, no cuenta.

Video: Entrevista con Laura Bonilla

Buscar

Anuncios