El cliente

En nuestra larga historia de violencia siempre hubo un cliente. Puede ser un individuo, un grupo, un consorcio, una empresa o una idea que se impone. Casi siempre en las sombras contrataron, patrocinaron o impusieron. Cuando hablo de los clientes no me refiero a las personas que sufrieron la presión de la guerra o fueron obligadas a pagar un impuesto. Me refiero a aquellos que compraron servicios de violencia para eliminar la competencia política, como Álvaro García Romero, o quiénes se beneficiaron del despojo monumental en el Urabá Antioqueño como bien lo expone el informe de la Comisión de la Verdad, o quiénes aún patrocinan la existencia de grupos violentos para evadir la ley, para lavar dinero, para operar un holding criminal en los mejores barrios de Medellín, para tener un contrato, para explotar mujeres y niñas en la sombra, y en síntesis: para prosperar.

El cliente siempre tiene la razón y casi siempre gana. Tiene la ventaja de sus enormes conexiones políticas y su poder económico. Además, en los mundos de la violencia actual, ni siquiera los mandos altos de al menos 150 grupos violentos tienen un contacto directo o pueden influir sus decisiones. En gran parte de los casos, ejecutan, cobran y se benefician como grupo. Toda la violencia en Colombia ha tenido sus propios clientes que pagaron incluso para que se mantuviera la precaria democracia en las regiones, contuvieron oleadas de cambio y desarrollo, han detenido los mejores intentos de reforma social.

¿Por qué hablar de esto hoy? ¿Qué hay de nuevo bajo el sol?  La foto de la semana pasada, donde se anunciaba un acuerdo para la compra de al menos tres millones de hectáreas del gobierno nacional a los ganaderos. Esta foto ha desatado todo tipo de emociones en el debate público, porque está más que documentado que fueron muchos los gremios ganaderos que operaron como clientes de la violencia, especialmente en la conformación de grupos paramilitares en la historia reciente. Algunas de esas emociones, entre las que me identifico, ponen de presente que sin esta negociación no va a ser posible un mínimo acuerdo nacional del cese de la violencia. Otras señalan, también con razón, que estos terceros financiadores y promotores de la violencia le deben al país verdad y reparación. Ambas posiciones tienen asideros sólidos. Es un salto al vacío que puede salir bien, o puede ser un desastre. El país hoy está en un punto de inflexión en la historia en el que vamos a determinar nuestra trayectoria para los próximos veinte años y un nuevo fracaso significarán más décadas perdidas en el anhelo de la paz.

Algunas personas pensaban que un gobierno de izquierda iba a significar “poner en cintura” a los clientes. Se dice fácil, pero hacerlo es diferente. En eso coincido con las voces que señalan que ha llegado el momento de hacer concesiones más grandes desde la sociedad, pero con contraprestaciones más ambiciosas. Verdad y reparación que permitan pasar la página de la violencia y avanzar en unos mínimos de desarrollo rural liberal. ¿Se logrará esto con Fedegán? ¿Es ese el subtexto de la foto?

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La ministra Cecilia López ha explicado con un nivel importante de detalle el paso a paso. Los ganaderos, representados por Fedegán enviarán una oferta de venta, el Ministerio analizará la tenencia de esa tierra ofertada para evitar comprar hectáreas despojadas y finalmente decidirá si es viable la compra. La ambición es que en cuatro años se reúnan tres millones de hectáreas que sumen a lo que ya hay en el fondo de tierras y permitan la redistribución, que entiendo se acompañará de un programa de desarrollo rural integral. Hasta ahí no vería ningún problema con las herramientas que ya tiene el Estado, sumadas a las que le dio el acuerdo de la Habana. El problema para mí es otro.

Quiero creer que la foto significa que se va a detener el llamado de muchos sectores para hacer oposición armada y violenta a las reformas, como siempre se ha hecho. Las personas que hemos estudiado el conflicto y la relación entre violencia y política sabemos que sólo hace falta una chispa pequeña para que después de un proceso de paz, sometimiento o similares, vuelva a estallar la violencia porque hoy conformar un grupo armado es fácil y rápido en Colombia. Mucho más difícil es hacer que las instituciones funcionen y que las promesas de reforma den frutos. ¿Será posible que ante la primera desavenencia o reforma inconveniente Fedegán llame a la calma? ¿Qué evite las caravanas que en el Magdalena están a punto de convertirse en los nuevos clientes que financien y reproduzcan la violencia? ¿Lo lograremos esta vez?

Esta semana, personas muy cercanas me preguntaron qué pensaba de la foto. Lo mejor que puedo decir es que me produce miedo y esperanza al mismo tiempo. Hay muchos riesgos, es verdad. Incluso es posible que esta generación de ganaderos que firmó la foto no sea capaz de contener a sus propios radicales, a sus clientes. Han sido muchas décadas sembrando odio. Este acuerdo es un inicio, ministra, pero necesitamos asegurarnos de que estas compras, además de la tierra servirán para la paz, la verdad y la reparación. Si es así, me gustaría seguirla viendo sonreír en todas las fotos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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