El costoso valor de los pedidos en minutos

La idea de que todo llegue a la puerta de la casa es fabulosa. ¿Quieres comida, ropa, electrodomésticos, mobiliario, artículos de lujo, entre otros miles de productos? Entra a tu teléfono y en pocos pasos es tuyo y llegará, dependiendo del artículo, en minutos o en pocos días.  El concepto es alucinante, pero en algunos casos se está fallando en la ejecución y se hace necesario evaluar si es responsable prometer que todo llegará en una fracción mínima de tiempo.

Hace muchos años con unos amigos ordenamos una pizza.  En ese momento la empresa a la que la pedimos tenía la promesa de que si el pedido no llegaba en 30 minutos la pizza era gratis.  El apartamento en el que estábamos, aunque no era lejos de las zonas de comidas más centrales en el norte de la ciudad, presentaba una complejidad para ubicar su dirección.  Sobra decir que en ese entonces no había aplicaciones de georreferenciación y el teléfono celular no se había popularizado.  La pizza llegó como a la hora y quince minutos, obviamente nosotros optamos por recibir la pizza y hacer uso del beneficio prometido.  Justo en ese momento el domiciliario nos dijo: “muchachos, si ustedes no la pagan me la descuentan a mí”.  La promesa era buena pero la ejecución era pésima, obviamente pagamos la pizza.

Es evidente que el sistema actual, como lo tuvo el que mencionaba antes, debe sufrir una revisión profunda porque las empresas que ofrecen “delivery” o lo usan, no están viendo la realidad en las calles, o definitivamente como sociedad no nos interesa mucho eso de la generación de empleo digno. ¿Qué se puede esperar de un poco de personas que hacen fila todo el día en función de interminables solicitudes de pedidos, que les serán entregados por una ventanita ubicada en una bodega que da a una vía principal, para que salgan como alma que lleva el diablo con el único objetivo en mente de ganarle segundos al reloj?  Poco a poco esas filas y su espacio se irán convirtiendo en un lugar de reuniones, de comederos espontáneos, de baños improvisados, de música para entretener los minutos de espera y de miles de cosas más.

La promesa de que los productos lleguen en minutos a la puerta tiene múltiples impactos, pero hay dos fundamentales. El primero es la afectación vial que viene con la proliferación de personas utilizando bicicletas, motos y algunos aparatos de dos ruedas que son un ‘Frankenstein’ hecho con piezas de uno y elementos del otro.  Estos nuevos repartidores se convierten de la noche a la mañana en actores activos de las vías, con muy pocos conocimientos sobre su responsabilidad vial y la mayoría sin ningún tipo de licencia de tránsito.  Suben y bajan andenes sin limitaciones, llevan una dirección independientemente de que ese sea el sentido de la calle, no respetan señales de tránsito y hacen de las aceras y los separadores sus oficinas por ocho, nueve o diez horas.

El segundo gran impacto es el social, ya que las empresas se ven obligadas a ubicar bodegas físicas que permitan hacer realidad la oferta de que tu pedido llega en unos minutos.  Esta ubicación, aunque puede responder a las mejores tácticas del marketing, no necesariamente se compadece de la realidad de los barrios, las restricciones que dan los planes de ordenamiento territorial para activades comerciales y tampoco contemplan (al menos así parece decir la evidencia), zonas adecuadas para mantener un tráfico de carga y descarga, así como de repartidores y sus vehículos durante el día y la noche.  A las buenas o a las malas, los demás deben aceptar el impacto auditivo, de aseo, de tráfico y de contaminación que llega con el desarrollo del negocio que le resta minutos a la espera de un jabón.

Estamos de acuerdo en que es una delicia recibir nuestros productos en minutos, pero a qué costo como sociedad. Tenemos un factor de caos exponencial creciendo en nuestras calles y cuando lo queramos organizar será demasiado tarde, de hecho, parece ser esa la situación.  En ese momento vendrán a decirnos, seguramente no las empresas sino los mismos domiciliarios y repartidores, que cómo les vamos a dañar su fuente de trabajo.  La pregunta acá es si ¿es esa una “fuente de trabajo” que deba primar?

La tecnología nos ha traído soluciones magníficas y alternativas antes insospechadas para ayudarnos a tener una mejor calidad de vida, pero también es pertinente mirar si estamos creando modernos esquemas de trabajos indignos, apegándonos a que eso nos trae comodidad y eficiencia en nuestras agendas.  Es pertinente evaluar quién y cómo debe tomar responsabilidad frente al comportamiento que se deriva de esos que hacen el mandado para cumplir con la oferta en minutos.  El tema no es nuevo y hay aún miles de cabos sueltos, todos solucionables, pero requieren de esfuerzo, interés y responsabilidad.

Sabíamos que el modelo no era perfecto pero la evidencia ya es suficiente para que se hagan algunos ajustes necesarios.

 

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia

 

 

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