Inteligencia humana, en duda

A medida que la crisis nos vaya haciendo experimentar sus nuevas realidades y a someternos a sus fenómenos ampliados y descontrolados, nos encontraremos recriminándonos acerca de nuestra inteligencia, esa de la que tanto nos habíamos preciado los humanos por haber sido los conquistadores absolutos del planeta. Y aunque habrá un efecto “de demora” puesto que las desgracias llegarán con más furia a algunas zonas antes que a otras, una temporalidad en la que los valores, como los conocíamos, se desplomarán reclasificando nuevamente el territorio para que la exclusividad que compra el dinero de hoy vire hacia la estabilidad ante el cambio climático, finalmente llegará a todos (lea el símil de la caverna y la asfixia de la humanidad).

El drama humano será que su inteligencia singular no hubiera alcanzado para actuar con inteligencia colectiva. Ojalá no lleguemos hasta este punto sin retorno pero no hay motivos para el optimismo, ya que es bien es conocido que los humanos tendemos a tomar las decisiones más duras solo cuando la crisis ya está en marcha y nos está afectando.

Una pequeña muestra de esto está consignada en una sola frase: “Es necesario cambiar hacia una economía sostenible que tenga en cuenta los límites de los recursos naturales y esté enfocada en el bienestar humano en lugar del crecimiento económico continuo” advirtiendo que eventualmente podríamos hacer colapsar las capacidades de nuestra tierra. Solo que esa frase es de 1972, ¡de hace 50 años! del olvidado libro “Los límites del crecimiento” publicado por un equipo de investigadores del MIT encabezado por Donella Meadows en el seno del capitalismo cuando apenas empezaba a aflorar el desaforado neoliberalismo (como se le conocen a éstas últimas cinco décadas) que ha llevado a los humanos a hacer todo lo contrario a aquellas sesudas recomendaciones de los científicos.

Cincuenta años después aún no hemos tomado la decisión correcta. Probablemente porque, aunque la crisis ya deja ver cómo podría ser su magnitud y los científicos llevan años de malos pronósticos, cada vez con más afán, aún no es una crisis generalizada ni palpable para la mayoría. Está sucediendo, se está desencadenando, pero a la mayoría no le interesa saberlo porque aún no lo ha afectado.

Esa enorme mayoría, me atrevería a decir, siguen inocentes de lo que se viene. Gran parte, por su actitud de negación alimentada por aquellos que les dan esperanzas sobre no cambiar de estilo de vida, que la tierra se recupera sola o que la tecnología la recuperará. Aquellos son los defensores del statu quo, es decir, de seguir consumiendo y depredando para seguir en la comodidad actual, y que como resultado, sus intereses económicos de corto plazo sigan fluyendo como hoy en día.

Pareciera haber dos corrientes de pensamiento, con las que incluso han querido confundirnos con sus bases ideológicas: la primera tiene que ver con la necesidad de elevar la conciencia de todos los habitantes del planeta y cambiar sus comportamientos hacia el consumo frenando el uso bárbaro de bienes comunes: nuestros recursos naturales de la tierra. Esta es la escuela de Gore. La segunda tiene que ver con que los adelantos tecnológicos nos salvarán de la crisis. Tal como Harari ha planteado escenarios en los que la infotecnología y la biotecnología lograrían rescatarnos en los últimos instantes de esta carrera geológica.

Un ejemplo para monitorear lo que va pasando en esta carrera contra el tiempo, lo podemos ver en un sector cuya información es de dominio público: los viajes en avión. El impacto actual de esta actividad ya llega al 5% de las emisiones de gases de efecto invernadero (National Geographic, 2022).

Francia ha prohibido los viajes cortos en avión que se pueden realizar en tren debido a que su cadena tecnológica tiene un menor impacto sobre los gases de efecto invernadero. Los aviones queman combustible fósil (gasolina de alto octanaje) mientras que los trenes consumen energía eléctrica cuya fuente de generación podría ser nuclear, eólica, incluso alguna de hidrógeno, o hasta de combustión de carbón (con la que el efecto positivo disminuiría). Pese a que la asociación de aerolíneas diga que es mínimo su impacto (ninguna sorpresa), lo que sí se conoce es que en Europa, por persona, un viaje en avión representa aproximadamente 6 veces más contaminación que uno en tren (BBC, 2023). Este dato muestra que es una medida sensata y alineada a lo que toca hacer para tratar de enfrentar la crisis.

Todas las medidas para parar los consumos suntuarios, los no estrictamente necesarios o incluso aquellos que podríamos desviar a otros que tengan menores impactos y que sumadas las acciones de cada humano, producirían, sin duda, un fuerte movimiento inverso a la crisis. Las conciencias de los humanos se pueden activar o se pueden condicionar, desde enseñar comportamientos hasta prohibir aquellos que le resulten contrarios a la sociedad, bajo la realidad práctica en la que vivimos casi en todos los países, en que las libertades individuales son limitadas por las de los congéneres y su conjunto, tras un bien común. Salvo para los melancólicos anarquistas que se enfilan con la lógica contraria.

Pero también aparecen noticias de adelantos interesantísimos como los aviones que podrán ser alimentados con hidrógeno, dejando en el aire agua en vez de gases tóxicos. Empresas como ZeroAvia y la famosa Airbus (NatGeo, 20023) están anunciando que en los próximos años (desde 2027 ZeroAvia y en 2035 Airbus) tendremos esta absoluta maravilla en los aviones comerciales.

Buena noticia para quienes viajan en avión o tienen la posibilidad de hacerlo y hayan mejorado su nivel de conciencia. Teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los seres humanos no pueden por su condición de pobreza, su buena noticia será que al menos, quienes sí pueden no seguirán degradando la casa mayor en que todos los humanos habitamos, pobres y ricos.

Descontando que la manifestación de inteligencia colectiva ha debido empezar hace años, cuando algunos pensadores empezaron a notar la finitud de los recursos comunes y que era preciso administrarlos (Hardin, Meadows, Daly, Rees) y no pasaron de ser personas destacadas con inquietudes intelectuales, podemos abordar para este momento de la historia el tipo de inteligencia que deberíamos tener.

Los adelantos tecnológicos van haciendo lo suyo, tanto en erradicar la causa raíz de la contaminación, como el hidrógeno en este caso, hasta la atenuación de las consecuencias, como la consigna europea para renovar los motores de los aviones actuales que reduzcan el consumo de combustible y despidan menos gases tóxicos.

Pero no es posible relajarse porque la advertencia de los científicos es que no va a haber tiempo suficiente para que esto se dé. Y lo más seguro es que antes de terminar esta década ya habremos sobrepasado el límite de los 1.5º centígrados de aumento de la temperatura con respecto a la época preindustrial, que consideran ellos será el punto de inflexión en la que las reacciones descontroladas en la naturaleza empezarán su viaje sin retorno, como la liberación de metano en las nieves perpetuas (permafrost) en Siberia y Canadá, la acidificación de los mares, o que el Amazonas deje de atrapar carbono, por ejemplo.

No hay forma de considerar que la humanidad haya sido inteligente hasta aquí. Está claro que su inteligencia colectiva no ha producido resultados. Pero nunca será lo suficientemente tarde para tratar de atenuar la crisis, por lo que podríamos estrenarnos con la decisión de combinar ambas corrientes sin más dilaciones. Conciencia colectiva para actuar con inteligencia a través de los Estados y de cada persona, combinada con el mercado para que sus estímulos hagan sus maravillas promoviendo los adelantos tecnológicos necesarios. No hay tiempo para no usar la inteligencia humana y seguir yendo en la dirección al desastre.

 

Rafael Fonseca Zárate
@refonsecaz

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