La bioeconomía en un país anfibio

Hay muchas anécdotas que ocurrieron durante la Misión Internacional de Sabios 2019 (en adelante MIS), pero esta es la que recuerdo de manera más especial. Fue un momento que, desde mi perspectiva, nos mostró claramente cuál es la clave para el “salto cuántico” que esperaba Colombia en nuestras recomendaciones.

Estábamos en un seminario virtual organizado por la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (ACCEFYN) para escuchar a un exconsejero del gobierno de Nueva Zelanda, Peter Gluckman, en ese entonces, presidente de la Red Internacional de Asesoramiento Científico Gubernamental (INGSA). Su charla fue inspiradora, enriquecedora y generó muchas preguntas en la audiencia.

Alguien muy insistentemente le preguntaba al asesor que, de la forma más explícita posible, le dijera qué debería hacer el gobierno colombiano para que la ciencia y el conocimiento tuvieran efectos positivos en la economía. Él le contestó con un ejemplo: le habló de una convocatoria en Nueva Zelanda que financió proyectos conjuntos entre la academia y la industria, con énfasis en que participaran grupos de investigadores de las ciencias básicas. El resultado de esa convocatoria dio origen a una pujante industria de cohetes fabricados con fibra de vidrio para la instalación de satélites en la órbita terrestre. Nos explicaba que esto, además, diversificó la gran industria de fibra de vidrio dedicada a la construcción de yates y veleros —Nueva Zelanda tiene un velero por cada cuatro personas —, gracias a la colaboración con científicos aeroespaciales.

A todos nos brillaban los ojos luego de conocer esta experiencia y quien hizo la pregunta volvió a intervenir: “Dr. Gluckman, ¿entonces usted nos recomienda que promovamos la construcción de cohetes de fibra de vidrio en Colombia?”. El asesor desconcertado, como muchos de los participantes, se demoró en contestar y, después, de la forma más decente y explicativa posible —quizás lamentando el poco conocimiento que tenía de Colombia en ese momento— sugirió que, por ejemplo, con un subproducto del café o cualquier producto del país se pudiera iniciar una gran industria fruto de un diálogo de saberes. En medio de su frustración al no encontrar algo concreto para hacer el paralelo, expresó “con toda esa biodiversidad que tienen ustedes, estoy seguro de que algo similar se puede hacer”.

La anécdota, más allá del despiste local, nos puso a pensar cómo para Colombia, uno de los países con la mayor biodiversidad del mundo, no sea obvio que nuestros privilegios naturales puedan ser la base de un nuevo modelo económico: ese salto cuántico guiado por el conocimiento.

Por eso es importante hablar de bioeconomía en Colombia. Esta es la búsqueda de un nuevo paradigma de producción sostenible y uso óptimo de los recursos biológicos, incluyendo su producción, utilización y conservación. Esta misión también es el eje central de la economía circular, pero sin descuidar la acción climática y los servicios ecosistémicos.

Según Elizabeth Hodson, miembro de la MIS en el foco de Biotecnología, Bioeconomía y Medio Ambiente (2), “La visión que se plantea para Colombia busca, por un lado, conservar y proteger los recursos, y por el otro, integrar conocimiento y tecnología para el aprovechamiento productivo sostenible de esos recursos, de manera que genere desarrollo y bienestar a nivel regional.” Dicha visión fue compartida por muchos de los focos de MIS incluyendo Océanos y Recursos Hidrobiológicos (en adelante ORH), solo que nos sentimos agobiados con los vacíos de exploración e investigación para tomar una decisión estratégica en esa dirección.

Cualquier país del mundo puede tener bioeconomía, pero para un país megadiverso con la mayor biodiversidad por kilómetro cuadrado quizás sea tanto una oportunidad como un reto. No obstante, dichas oportunidades sí se tienen a la vista en nuestra Colombia anfibia. Puede que no sea algo tan sofisticado como un cohete de fibra de vidrio, pero sí tan delicioso como un buen plato de pescado frito.

Investigación científica

En el foco de ORH de MIS., identificamos, desde el inicio de la misión, que una condición para que el conocimiento guíe nuestro desarrollo sostenible es la ciencia abierta con acceso público a los datos en bruto, fruto de la exploración y la investigación científica (3).

Particularmente, en los océanos se atraviesa por un momento histórico mundial y nacional en el que la Unesco declara la ‘Década del Océano-2021-2030’ y Colombia el CONPES 3990 ‘Colombia Potencia Bioceánica Sostenible’. Ambas iniciativas fomentan la cooperación internacional y la ciencia abierta, pero aún son pocos los movimientos para demostrar una apertura de la información, en especial sobre dónde y cómo quedarán depositados los datos y si estos seguirán los principios FAIR (por sus siglas en inglés: visibles, accesibles, interoperables, reusables).

El ecosistema de la innovación y ciencia abierta, visto como un bien común, es un proceso que inicia con el acto de hacer ciencia y finaliza con su acceso abierto, aspecto que también influye positiva y transversalmente en el desarrollo de la bioeconomía. A nivel mundial, se sabe que la bioeconomía, aunque todavía es muy incipiente, puede dividirse en tres grandes ramas: bio-tecnológica, bio-ecológica y de los bio-recursos (4). Desde ORH, la oportunidad para la bioeconomía, basada en bio-recursos, se sustenta en fortalecer las cadenas de valor y los negocios relacionados con la pesca (continental y costera), además de tener una mirada estratégica en la acuicultura. Recomendamos un fortalecimiento institucional que incluya, con urgencia, acuerdos de co-manejo y zonas exclusivas de pesca artesanal. Lo anterior, con el fin de facilitar la información compartida, así como la toma de decisiones sobre la pesca artesanal y el área de peces ornamentales.

Urgentemente, recomendamos la investigación para la acuicultura con miras a optimizar la producción de las especies actuales y, especialmente, desarrollar las especies nativas. Al contar con una biodiversidad acuática privilegiada, con más de 500 especies de peces de agua dulce en un puerto rivereño como Leticia, donde al menos 200 de estos se conocen por la calidad de su carne o su potencial como ornamentales, nos parecía anormal que ni una sola especie de Colombia hiciera parte de las 425 especies acuáticas que se cultivan en el resto del mundo3. Esta industria ha triplicado su producción en tan solo dos décadas y continúa gozando de un crecimiento sostenido desde hace cuatro.

Según el Ministerio de Agricultura de Desarrollo Rural, la acuicultura presenta un crecimiento mayor al 20%, con más de 50 mil empleos directos y 150 mil indirectos. Pero ¿qué es lo que más cultivamos en Colombia? La trucha y la tilapia (también conocida como mojarra), la primera desarrollada para su cultivo en Canadá y la otra en África. Quizás aquí esté la clave de nuestra mejor misión bioeconómica: nuestra biodiversidad.

La acuicultura en Colombia es una de las pocas industrias en crecimiento, pero con especies introducidas o trasplantadas de otras regiones, como la tilapia (mojarra), la trucha y la cachama, todas de moderada calidad. Estas y otras especies de peces que se cultivan han sido el producto de investigación científica a largo plazo, al menos diez años.

Recientemente, se desarrolló el Pangasius, conocido como el ‘basa’, desarrollado por Vietnam, China y los otros países que comparten el río Mekong. La basa, que prácticamente ha invadido nuestros mercados —y erróneamente se ha introducido a Colombia— se plantea como una nueva apuesta de la acuicultura nacional.

Además de los irreversibles impactos ambientales que esto puede ocasionar (5), es apostarle otra vez a un producto de baja calidad que distrae los esfuerzos de donde verdaderamente los debemos enfocar: nuestras especies nativas. No obstante, la mayor inversión en la acuicultura es el alimento concentrado, que puede llegar a ser hasta el 70% de los costos de operación. Dichos costos están en aumento debido a la crisis de los recursos pesqueros, en especial de los que se obtiene la harina de pescado, así como otros componentes que provienen de la ganadería para suplir la proteína del alimento.

Por tanto, se requiere estandarizar y consolidar esfuerzos recientes de investigación para la producción de proteína y alimento para la acuicultura provenientes, por ejemplo, de microalgas, levaduras marinas e insectos, entre otros. En la Figura 1 se plantea un modelo idealizado de innovación abierta para la acuicultura en sistemas acuícolas súper intensivos. Este sistema es manejado por el sector privado, la investigación se lleva a cabo por los institutos, academia y centros financiados por convocatorias de recuperación contingente. Además, las comunidades se involucran en el mercadeo del producto.

Figura 1. Modelo de innovación abierta para la investigación en bioeconomía de sistemas acuícolas súper intensivos (IPRS, por la sigla en inglés de In-Pond Raceway Systems) para especies marinas o dulceacuícolas. El círculo interno es un sistema de producción manejado por el sector privado y los externos son los socios financiados por convocatorias de recuperación contingente. Fuente: Elaboración propia (CC BY).

Infortunadamente, ninguna misión económica se puede llevar a cabo en el corto plazo (6). Pero acá es donde el Estado puede convertirse en un inversionista a largo plazo. Imagínense un grupo de biólogos y ecólogos tratando de convencer a la agroindustria más pujante de Colombia y el mundo, que pare su producción para intentar cultivar especies nativas o probar dietas nuevas experimentales. Los esfuerzos deben hacerse en paralelo hasta demostrar que se trata de un recurso alternativo y competitivo, además de generar incentivos para el cultivo de especies nativas. Los esfuerzos para desarrollar el cultivo de especies nativas de peces de alta calidad, como el bocachico (Prochilodus magdalenae), mueluda (Brycon moorei), dorada (Brycon spp.), pirarucú (Arapaima gigas), entre otros, han sido desarticulados y de corto plazo.

Aunque hay buenas posibilidades, no se cuenta con un paquete tecnológico para un rendimiento óptimo o su implementación a gran escala. Sin embargo, no se me ocurre mejor opción para una misión de bioeconomía en Colombia: un país anfibio (7).

La bioeconomía necesita un esfuerzo articulado interinstitucional con innovación abierta. Ante todo, este esfuerzo debe ser de largo aliento y contar, tanto con la participación de la academia, como del sector privado. Además, deben fortalecerse la educación y las capacidades locales.

Por Juan Armando Sánchez

Profesor titular, Director del Laboratorio de Biología Molecular Marina (BIOMMAR)

Departamento Ciencias Biológicas -Facultad de Ciencias

Universidad de los Andes

 

Referencias

[1] Tomado de la revista digital ‘Quarks’, producto de divulgación científica del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.

[2] Gaviria A., Manrique E., Di Palma F., et al. 2021. Ciencia y tecnología: fundamento de la bioeconomía – Propuestas del foco de biotecnología, bioeconomía y medio ambiente. Colección: Misión Internacional de Sabios 2019, Volumen 3. Bogotá: Universidad de los Andes-Ediciones Uniandes, p. 207.

[3] Franco A, Sánchez J.A., Guerra W., et al. (2020). Colombia, la oportunidad del agua: dos océanos y un mar de ríos y aguas subterráneas. Propuestas del foco de Océanos y recursos hidrobiológicos. Colección: Misión Internacional de Sabios 2019 (Volumen 7), Bogotá: Vicepresidencia de la República de Colombia 460 páginas.

[4] Bugge, M. M., Hansen, T., & Klitkou, A. (2016). What is the bioeconomy? A review of the literature. Sustainability, 8(7), 691. https://doi.org/10.3390/su8070691

[5] Valderrama, M., Corzo, J. I. M., Villalba, A., & Ávila, F. (2016). Presencia del pez basa, Pangasianodon hypophthalmus (Sauvage, 1878) (Siluriformes: Pangasiidae), en la cuenca del río Magdalena, Colombia. Biota Colombiana, 17(2), 98-104. https://doi.org/10.21068/C2016.v17n02a13

[6] Li, W., Cheng, X., Xie, J., Wang, Zhaoli. & Yu, D. (2019). Hydrodynamics of an in-pond raceway system with an aeration plugflow device for application in aquaculture: an experimental study. Royal Society Open Science 6:182061.

[7] Jaramillo Villa, Ú., Flórez-Ayala, C., Cortés-Duque, J. et al. (2016). Colombia anfibia. Un país de humedales. Volumen I. Instituto Humboldt, Bogotá, Colombia.

 

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